“¿Ingeniero? No… yo más que ingeniero soy ingenioso”, bromea Alejandro Cordero, con el telón de fondo del “parque de antenas” de Arsat, en Benavídez, donde participa de una reunión de la industria satelital local. De la noche a la mañana, Cordero pasó de ser un desconocido profesor de la Escuela Técnica Nº5 “Amancio Williams”, en Mar del Plata, a una celebridad nacional cuando la semana pasada SpaceX puso en órbita el primero de una constelación de un centenar de “picosatélites” ("pico"=muy pequeño) diseñados por la compañía que creó, Innova Space, destinados a brindar servicios de “Internet de las cosas” a zonas alejadas (por ejemplo, comunicación con sensores) para su uso en la producción agrícola, pesquera, minera y petrolera.
Todo en la historia de este personaje fuera de serie provoca asombro. Nacido en José C. Paz, en el conurbano profundo, Cordero creció en una familia que había llegado hasta allí empujada por la migración interna que arrastra a gran parte de la población a establecerse en las afueras de los núcleos urbanos en busca de un futuro para sus hijos.
“Mi viejos eran muy, muy pobres –cuenta–. Vinieron a Buenos Aires para ver si podían estar mejor que en el campo. Me acuerdo que alquilábamos una casilla de madera. Cada dos por tres se inundaba y andábamos con el agua hasta la rodilla. En algún momento, mi papá se pudo comprar un terreno e hizo su casa donde hoy sigue viviendo mi madre. Tuve suerte: soy del 76, podría haber sido hijo de desaparecidos, pero vivimos la hiperinflación, la debacle del 2000, la apertura de importaciones hace seis años… Integro una de las generaciones más castigadas. Siempre me preguntaba ‘¿Por qué a mí? ¿Por qué nos toca esto?’ Eso me lo planteaba en el 2000, cuando tenía cuatro trabajos y el último día del mes me quedaban diez pesos para comer. Me preguntaba por qué si yo había estudiado, si me habían dicho que esforzándome iba a estar mejor, nunca había sido así”.
Egresado de la escuela secundaria como técnico electrónico, mientras trabajaba y formaba su familia, se graduó de profesor en disciplinas técnicas, obtuvo una licenciatura en educación, una maestría en esa disciplina, otra en negocios y una diplomatura en “Internet de las cosas”, entre otras especializaciones.
Un camino empedrado
“Trabajé desde los 18 hasta los 29 en la corporación Pepsico: fui coordinador para el Cono Sur de ‘instrumentación y control’; es decir, me ocupaba de todo lo que tenía que ver con procesos automáticos y robótica –explica–. Después, me fui dos años a una multinacional, para hacer automatismos y control en minería y petróleo. Fue ahí cuando decidí tomar el camino del emprendedorismo y formar mi propia empresa ofreciendo esos servicios en el rubro minero, alimenticio y farmacéutico. Luego, me asocié con un ingeniero mecánico, creamos una pyme y empezamos a construir máquinas que sustituían importaciones. Ese fue el último emprendimiento que pude impulsar, porque en 2016 tuve que cerrar, echar a 20 empleados, privar de sustento a sus familias y, en forma indirecta, a decenas de empresas con las que trabajaba. Me tuve que ‘reconvertir’ y me dije que iba a tener que volver a dar clases, no quedaba otra. Y bueno, volví a ejercer una actividad que es satisfactoria para mí, pero no en lo económico. Pero ahí también nació el proyecto que nos llevó a ser la primera empresa aeroespacial de la provincia de Buenos Aires”.
En el trayecto que lo llevó de José C. Paz hasta Santa Clara del Mar, donde reside desde hace ocho años, Cordero padeció también los sinsabores que se reflejan diariamente en las secciones policiales de los medios de comunicación. Después de haber comprado un terreno al lado de lo de su madre y construido la casa donde vivió hasta hace 14 años, sufrió un hecho de inseguridad y decidió mudarse a Tigre. Años más tarde, un grupo comando secuestró a su mujer durante 12 horas. “Ese mismo día –comenta–, vendí todo y me mudé acá, a las afueras de Mar del Plata, donde puedo tener una gran calidad de vida. Encontré el que por ahora es mi lugar en el mundo”.
Confiesa que dos veces jugó con la idea de irse del país: en 2001 y cuando tuvo que cerrar sus empresas. Pero tomada la decisión de reintegrarse a las aulas, estuvo tres meses pensando qué podía hacer la escuela para revertir el desinterés de los chicos. Quería gestar un proyecto que cambiara la historia de la provincia, del país… algo único. “Revisé distintas posibilidades y vi que en el mundo habían incursionado en el desarrollo de pequeños satélites, pero en universidades –cuenta–. Entonces me dije que si países del tercer mundo, con recursos escasos, habían podido hacerlo en la universidad, tenía que ser factible en el último año de una escuela técnica. Y se lo planteé a mis chicos: vamos a hacer un satélite. No sabía de qué tipo y tendríamos que aprender mucho, porque no sabíamos nada”.
Contactaron a especialistas de distintos ámbitos que los capacitaron y los apoyaron. Con esa ayuda, los estudiantes pudieron redactar un paper científico en inglés para presentarlo en el PocketQube Workshop 2019 que se realizó en Escocia. “¡Y lo aceptaron! Así fue cómo empezó la aventura: pudimos viajar y los estudiantes expusieron ese trabajo frente a gente de la NASA, de Agencia Espacial Europea, de Space X y de otras compañías. Nadie entendía cómo ocho personas desconocidas habían viajado desde la otra punta del mundo a presentar un desarrollo como ese. Se pararon para aplaudirlos –se emociona–. Fue el mejor momento que viví, porque me puse en el lugar de los chicos: yo también había estudiado en ‘la técnica’. Para que te des una idea de lo que significa: muchos de ellos nunca habían salido de Mar del Plata, ni siquiera conocían Buenos Aires. Fue la primera vez que se habían subido a un avión. Ahí se dieron cuenta de que cualquier cosa es posible si se forman y tienen pasión por lo que hacen. ¿Quieren ser Elon Musk? Propónganselo y háganlo. Quise mostrarles eso y lo logré, porque ahora la “Nº 5” es la escuela más buscada de Mar del Plata. Todos quieren estudiar en la escuela donde se hicieron los satélites”.
Cuando terminó el proyecto, a fines de 2019, no muy bien de salud y algo desalentado, Cordero recibió un llamado de Maximiliano Gonzalez Kunz, CEO de Neutrón, una aceleradora de proyectos tecnológicos, también marplatense, que se había enterado de su trabajo. Tras algunas conversaciones para explorar el alcance que podía llegar a tener, sellaron un acuerdo de inversión. “No tengo más que palabras de agradecimiento –destaca–: apostaron a una idea desde cero y ayudaron a que se convirtiera en una realidad”.
Allí trabajan Iván [Mellina] y Luca [Uriarte], dos de los alumnos con los que comenzó el proyecto y que hoy cursan el tercer año de ingeniería, y otros alumnos que se van incorporando. “Estoy orgulloso. Ya tengo a cinco egresados de mi escuela trabajando conmigo en varias áreas –detalla Cordero–. Pero para mí, lo más importante es que estudien, por eso van solamente media jornada”.
El cielo es el límite
Mientras tuvo que pedir licencia en la escuela, porque viaja mucho y no puede estar allí todas las semanas (“colapsé –dice–, pero en un par años, cuando termine la vorágine, espero volver”), y sigue dando clase en la facultad, el “General San Martín”, el primer aparato de la constelación que se puso en órbita, gira según lo esperado y está recabando datos.
“Lo más importante es que ya contamos con lo que necesitamos para avanzar en esta etapa –comenta–. En menos de cinco meses tenemos que terminar seis satélites. Para que esto sea una producción masiva, llegar a una versión final de nuestro producto nos permitirá producirlo más rápido”.
Los aparatos de esta segunda generación tendrán varias modificaciones. No solo serán 200 a 300 gramos más pesados, sino que los cambios harán posible disminuir los costos de lanzamiento: “Con lo que invertimos en lanzar uno, ahora vamos a lanzar dos”, resume Cordero, que a pesar de haber reclutado especialistas de otros países de América latina, como Venezuela y Brasil, todos “sub-36”, subraya que su intención es que la casa matriz de Innova Space se mantenga en la Argentina, aunque les “cueste más en burocracia y en dinero”.
“Soy un convencido de que lo voy a lograr, porque quiero hacer las cosas en mi país –subraya–. La emigración es una decisión muy personal, pero quien la conozca no se querrá ir nunca, porque es hermoso. Yo esto no solamente se lo digo a mis hijos, sino además a mis alumnos, que también son mis hijos. Les digo que no importa lo que hagan, ya sean barrenderos, camioneros o ingenieros, tienen que ser los mejores. Que lo que hagan, lo hagan por pasión, porque sin eso no van a lograr nada. Con estudio, con pasión y, obviamente, con dedicación y disciplina, van a alcanzar todo lo que se propongan. Que nunca escuchen a los que dicen que no pueden. Desde que tengo 18 años siempre me molestó lo convencional. Eso es lo que distingue a un innovador. Yo trato de no criticarlos, si no estoy de acuerdo, se los digo, pero quiero que sean libres. Mi única ambición es dejarles una huella, como hicieron mis profesores. Como Daniel Navarro, ingeniero mecánico que me daba clases en la escuela técnica y nunca, nunca, nunca olvido. Cada vez que lo nombro es como si estuviera acá, porque fue una de las personas que me formó, uno de mis padres académicos, y cada vez que entro a un aula lo recuerdo. Creo que de eso se trata, de perdurar en el tiempo, en la memoria de estos chicos. Eso es lo más hermoso que podemos hacer”.
Cordero tiene dos hermanos, también profesionales, una enfermera que trabaja en hospitales públicos y un ingeniero, actualmente gerente de la planta Zárate de Toyota. Su hija, de 21, cursa el tercer año de Medicina, y su hijo, de 19, el mismo año de ingeniería, ambos en la Universidad de Mar del Plata.
El día del lanzamiento del picosatélite, su casa materna en José C. Paz fue un revuelo de familiares y vecinos. “Mi mamá lloraba… fue una locura –exclama–. De alguna manera, rompimos la barrera de nuestros ancestros: mi papá es casi analfabeto y ella solo pudo cursar la primaria. Quiso que nosotros estudiáramos, que fuéramos personas de bien y eso lo logró hace rato. Pero este reconocimiento público la enorgullece”.