Simulacro democrático

Los gobiernos neoliberales producen democracias de muy baja intensidad que priorizan la salud de la economía a la salud pública. 

29 de agosto, 2020 | 19.11

En los 90, en el contexto mundial del fin de la guerra de inteligencia, el neoliberalismo se anudó a las democracias vendiendo la ilusión de que el Estado era algo viejo y que lo principal era el mercado. La impostura consistió en decir que el mercado podía autorregularse y, por consiguiente, regular la vida. La actual pandemia mostró que el sistema sanitario no puede funcionar con lógicas del mercado y rentabilidad. Hemos comprobado en este tiempo que sin un sistema de salud pública y sin un Estado fuerte, la pandemia no podría gestionarse y todo se detendría. 

La crisis planteada por el coronavirus puso en cuestión el anudamiento neoliberalismo-democracia establecido desde hace años y visibilizó la hipocresía de lo que podemos llamar el simulacro democrático neoliberal. La actual pandemia mostró, en apenas unos meses, que los gobiernos neoliberales producen democracias de muy baja intensidad que priorizan la salud de la economía a la salud pública. En ellas se elige quién vive y quién muere, en tiempos “normales” no hay lugar para todas las personas. El sector considerado improductivo según la lógica empresarial –jubilados, desempleados, discapacitados– sobra; constituye, en el darwinismo social neoliberal, un gasto innecesario. Ahora en medio de la crisis sanitaria, carecemos de respiradores para todxs.

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En el siglo XX, el filósofo francés Michel Foucault teorizó la forma en que, a partir del siglo XVIII, la vida se convirtió en un objeto de poder. La biopolítica nunca había sido tan evidente como hoy. Develado el simulacro que constituyen las democracias neoliberales, el poder global mantiene su vitalidad y capacidad de operar. Recordemos que Naomi Klein en su “doctrina del shock” afirmó que cuando una sociedad es víctima de algún gran desastre, ya sea de origen económico, político, militar o natural, el poder neoliberal utiliza la crisis como una oportunidad para sacar tajada y reproducirse. El capitalismo ha sido periódicamente salvado por los Estados neoliberales. 

Las tácticas empleadas por el poder global fueron variando en las distintas épocas. Actualmente y, desde hace unos años, estamos en presencia de lo que se definió guerra psicopolítica, basada en la realización de operaciones psicológicas. El objetivo es ganar las mentes y los corazones para ir en contra de los gobiernos populares etiquetados como marxistas, populistas o Venezuela. A través de las nuevas tecnologías, el extractivismo de datos y los medios de comunicación, manipulan afectos que articulan a las ideas de Patria, orden, libertad y República para influir en el sistema de valores, creencias, razonamientos y conductas.

En la Argentina, en plena pandemia, desastre sanitario y económico, el “Frente Anticuarentena”, el 17 de agosto, salió a la calle a manifestarse en nombre de la libertad individual, el rechazo a la reforma judicial y no ser Venezuela.

Es cierto que el debate entre un Estado que confina y sectores que impugnan esa decisión ha circulado en todas partes del mundo, pero en ningún caso con la grosería, la mentira y la violencia con que la derecha desestabilizadora lo está haciendo en la Argentina. La cuarentena, además de estar establecida en un decreto presidencial, consiste en un acuerdo responsable de convivencia comunitaria que afirma las medidas sanitarias dispuestas por el gobierno para evitar el aumento de casos. Transgredir el decreto y el acuerdo social, salir a gritar irresponsablemente a la calle constituye una protesta antidemocrática y destituyente cuyo objetivo es atacar la solidaridad conseguida y desestabilizar al gobierno democrático.

La protesta violenta, sacrificial y homicida a la vez, desprecia el cuerpo singular y colectivo. No respeta los límites sanitarios y comunitarios, niega la enfermedad y el riesgo de muerte, a través de una omnipotencia maníaca y la exaltación del yoísmo en todas sus expresiones. La neoliberal realización y la libertad individual, tan demandadas en la marcha, nada tienen que ver con la salud pública.

Los medios de comunicación corporativos y sus empleados, periodistas-títeres, trabajaron intensamente para alimentar el odio y la paranoia social construyendo el fantasma del robo kirchnerista. Alientan la desconfianza en los científicos epidemiólogos y cotidianamente en sus mensajes comunicacionales transforman el cuidado impartido desde el gobierno en encierro inconstitucional y obligatorio.

El enigmático y debatido “después del coronavirus” ya se deja ver. El poder desinhibido despojado de su coartada democrática intenta conservarse y reproducirse. Sin embargo, no es el único jugador en esta contienda dirimida entre dos fuerzas opuestas: un modo fascista de vida y la política democrática.

Desde la vereda política de la vida será necesario restituir la democracia, diferenciándola del simulacro neoliberal, fortaleciendo el Estado, las instituciones y lo público como ya comenzó a hacerlo el Presidente Alberto Fernández. Resulta imprescindible acompañar al gobierno con la construcción de un sujeto político, fundamentado en la interdependencia de los cuerpos encarnados en un modo social: el pueblo.

Que custodie la no violencia, afirme una igualdad radical y una libertad compartida.