Barajar y dar de nuevo

Es necesario transformar el odio en antagonismo, la guerra en una lucha donde el conflicto y las diferencias aparezcan sobre la mesa, a la vista de todos.

03 de mayo, 2020 | 00.05

La desregulación y expansión neoliberal se reprodujo como un virus neoplásico que, entamándose en la mayoría de los aspectos de la cultura, logró colonizar el sentido común y dominar el orden mundial. Los gobiernos gestionados por expertos que representan a las empresas y los grupos privilegiados se encargaron de reconfigurar las democracias de acuerdo a la forma requerida por el capital. Mientras la élite minoritaria resultó beneficiada, las grandes mayorías intentaban, no siempre con éxito, sobrevivir para no quedar afuera del sistema de exclusión neoliberal. A pesar de la creciente desigualdad a nivel global y de la producción en serie de excedente humano, que quedó indefensa, a la intemperie o flotando en los océanos, el par neoliberalismo-democracia se naturalizó y funcionó durante años como un orden de hierro indiscutible según la consigna “no hay más alternativa”. El neoliberalismo dominó como ideología hegemónica mundial durante casi cincuenta años a través de un poder que operó como un dispositivo de imposición de ideología, instalando creencias y prejuicios que funcionaron como certezas indiscutibles que obstaculizaron el pensamiento crítico.

   Desde hace tiempo quedó constatado que el par neoliberalismo-democracia conforma una relación imposible. Sin embargo, el poder económico, mediático, político y tecnológico se encargó de anudar esos dos términos (neoliberalismo y democracia), simulando que la cosa funcionaba. La actual pandemia del coronavirus trajo contagios, muertes, cuarentena global y además arrasó con los dogmas ortodoxos que, a la vista de todos, se mostraron inútiles para organizar lo social y las democracias. El coronavirus expuso en la escena global las verdades que el dispositivo de ocultamiento había intentado invisibilizar. Desmoronó el prestigio conseguido, en los años neoliberales, de lo privado en detrimento de lo público y puso en evidencia que la empresa deja a sus clientes a la intemperie porque la pandemia no es rentable. En medio de la tragedia, se revalorizaron la salud pública y el Estado como agente privilegiado para cuidar la vida de todxs.

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   El Covid-19 mostró un neoliberalismo moribundo y la imposibilidad de su relación con la democracia, lo que no significa la desaparición del capitalismo. Este es un sistema que, como lo conocemos hasta ahora, además de reproducirse incesantemente se alimentó y tomó impulso de las crisis. Quebrados hoy los soportes ideológicos neoliberales y quebrado el pacto que sostenía con la democracia, habrá que reinventarla. De cierta manera Alberto Fernández lo expresó en Olivos durante el anuncio de la propuesta de negociación de la deuda: “Tal vez sea la oportunidad para empezar a construir otro país, de barajar y dar de vuelta y empezar a hacer las cosas de otro modo”. Barajar y dar de nuevo significa que el Gobierno de Alberto Fernández decidió cambiar las reglas de juego: se acabaron las relaciones carnales de sometimiento con el mercado, la prioridad es la Patria, la vida, la salud y la educación pública. Se terminó el individualismo neoliberal, la solidaridad será el principio organizador. 

El Presidente acumula imagen positiva y aceptación, goza de un fuerte apoyo social. Según el relevamiento que presentó en estos días la agencia de Naciones Unidas, el 96,2% de la población argentina aprueba el aislamiento social preventivo y obligatorio como medida para evitar el contagio de coronavirus, pese a que el 59% de los hogares perciben menos ingresos y que el 31% dejaron de comprar alimentos por no tener dinero. Alberto Fernández consiguió una cohesión social que será fundamental para lo que continúa manifestándose como neoliberalismo residual: los conocidos militantes del odio y la grieta que hoy boicotean el plan sanitario y agitan en los medios para que se levante la cuarentena.

   Será necesario, a través de la política, transformar el odio en antagonismo, la guerra en una lucha donde el conflicto y las diferencias aparezcan sobre la mesa, a la vista de todos. De la aptitud del campo popular para mantener la unidad y la hegemonía conseguida que se opone al neoliberalismo dependerá el destino y el modelo de la democracia. En este sentido, barajar y dar de nuevo consiste en producir desde una posición deliberativa un saber colectivo y emancipado que dispute el sentido común. Esto supone un debate permanente entre todxs acerca de cómo queremos vivir, cuáles son los límites de lo legítimo y lo ilegítimo, lo bueno y lo malo, lo alto y lo bajo, lo justo y lo injusto.

   Barajar y dar de nuevo implica intentar un anudamiento entre pueblo y Estado como dos categorías que se articulan, pero no se confunden ni se complementan: en democracia, el pueblo es un suplemento que revela la incompletud estructural del Estado, un agente fundamental que preserva del totalitarismo y los racismos. 

   Barajar y dar de nuevo es reinventar la democracia que, en definitiva, significa también defenderla.