El último primer día, más famoso por sus siglas UPD, se ha vuelto en los últimos tiempos un ritual celebratorio ineludible del inicio del ciclo lectivo para los alumnos y alumnas del último año de secundaria, tanto quinto como sexto, de todo el país. Nacido en 2015, la tradición del UPD se trata del festejo que realizan los jóvenes la noche previa al primer día de escuela, que generalmente se extiende durante la madrugada hasta el horario de ingreso a clases. Sin embargo, cada vez se registran más incidentes con consecuencias graves vinculadas al consumo excesivo de alcohol y sustancias en menores de edad, riñas callejeras, y uso de pirotecnia, hechos que se han naturalizado al punto que los adultos a cargo contratan ambulancias y servicios de salud especiales para el evento, y la Cruz Roja Argentina puso en marcha un programa de reducción de daños llamado “Previa Eterna”.
El UPD requiere tal nivel de planificación y organización que comienza a prepararse varios meses antes, el año anterior o durante las vacaciones, con la colaboración de los propios padres de alumnos, directivos de la escuela y autoridades del estado. Para la previa y el festejo se alquilan salones, clubes o boliches, se contratan DJ’s bandas en vivo o murgas, se usan micros o transportes especiales para los traslados, y se confeccionan disfraces, banderas o atuendos para la ocasión. Además es habitual el uso de pirotecnia, bengalas y fuegos artificiales para desplegar en el recorrido callejero. En muchos el propio municipio brinda espacios habilitados para desarrollar la ceremonia y determina medidas para que eventos de este tipo no presenten complicaciones como poner a disposición personal de seguridad, Policía, enfermeros y puntos de hidratación.
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Sin embargo, para muchos jóvenes y sus familias un momento especial como el Último Primer Día (UPD) pensado para compartir con amigos, compañeros y afectos y ser recordado con felicidad, se puede convertir en una pesadilla. En el marco de los festejos este último fin de semana se produjeron graves incidentes en diferentes puntos del país. Por ejemplo, en Victoria, Entre Ríos, un adolescente de 16 años sufrió graves heridas al explotarle un mortero en la mano, lo que derivó en la amputación del miembro; en la ciudad de Paraná, otro joven de 17 años debió ser internado por un coma alcohólico; en Córdoba, a través del Ente Municipal de Fiscalización y Control (EMFYC), se desarticularon once eventos de UPD organizados sin habilitación ni medidas de seguridad, que pusieron en riesgo a cientos de jóvenes; en Gualeguaychú se produjo una pelea generalizada que si bien no tuvo heridos complejos pudo terminar en una tragedia.
El UPD no puede ser analizado de forma aislada, sino que expresa en realidad una foto del momento que atraviesan hoy los jóvenes y adolescentes. Ya de por sí esta etapa vital se caracteriza por la necesidad de autonomizarse, marcar distancia con los adultos, y crear códigos propios en ámbitos de socialización por fuera del hogar y los límites parentales, en los que las personas se proponen actuar según sus propios criterios y normas. Por eso es que los comportamientos temerarios, que constituyen acciones y conductas que los ponen en riesgo, se manifiestan con más frecuencia en este momento de la vida.
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Damian Supply, es psicólogo y especialista en prevención y promoción de la salud del Hospital Italiano. Entiende que alrededor del ritual del UPD se mueven un montón de significados vinculados al acontecimiento que implica terminar la escuela secundaria para iniciar una etapa nueva, pero atravesado por un clima de época que incentiva a los jóvenes a consumir para pertenecer: “El terminar la secundaria para los chicos y las chicas es algo realmente muy significativo. Está el viaje de egresado, los buzos, las remeras, un montón de hechos. Me parece que el UPD se instaló en los últimos años también respondiendo a ciertas cuestiones que fueron apareciendo desde el lugar de los consumos no solo del alcohol, sino también a cuestiones como a los DJs, el Party bus, esto de cortar la calle, hacerse notar y ver, que me parece que también está muy ligado a la adolescencia”.
Si bien los UPD son una tradición iniciada hace una década, en las últimas temporadas lo que se observa es una escalada en los niveles de exposición al peligro y a situaciones límite que ponen en riesgo a los chicos y generan conmoción y alerta entre las familias. Para el psicólogo en este punto interviene el deseo de reconocimiento social en las plataformas digitales y ganar popularidad con contenidos de rápido alcance masivo: “Los chicos y las chicas están muy inmersos en el mundo de las redes, y eso hace que empiece a generarse competencia o la idea de trascendencia, de ver quién tiene un festejo mejor, sonar más fuerte que el resto. Es una generación de pibes pospandémicos, criados con esto de los desafíos, del Challenge de redes, que vuelve todo más peligroso, que hace que no se tengan en cuenta un montón de riesgos y comportamientos temerarios”.
La adolescencia es una etapa muy marcada por lo emocional y de extrema vulnerabilidad, en la que las personas suelen comportarse de manera imprudente, sin advertir los riesgos o consecuencias, porque su interés es llamar la atención a cualquier costo por pertenecer al grupo o al diferenciarse. En la actualidad dicha condición se conjuga además con la cultura posmoderna de la inmediatez, el individualismo, el deseo de emociones fuertes, de la gratificación inmediata, de la vivencia exclusiva del momento presente sin pensar en el mañana, la incapacidad de hacer algo que no sea buscar placer, lo que trae muchos riesgos para su seguridad como la de los que están a su alrededor. “Estamos en una sociedad quizás más violenta, individualista, y los pibes y las pibas son un reflejo. Me parece que hay ciertos límites que se han ido corriendo, y el adolescente, por naturaleza y por la etapa que está atravesando, siempre está en ese plan de desafiar el límite y correrlo un poco más”, identifica.
A nivel mundial, estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelan que la tasa de muertes de chicos y chicas de entre 15 y 19 años es un 35% mayor que entre los 10 y los 14, y están asociadas a los comportamientos de riesgo, cuestiones que pueden prevenirse con buenos servicios de salud, educación y apoyo social. En el plano local, según cifras de la Dirección de Adolescencias y Juventudes del Ministerio de Salud en 2020 se produjeron 2.609 muertes totales de adolescentes de 10 a 19 años, y el 56% corresponden a causas externas asociadas a la violencia y en su mayoría prevenibles, que incluyen incidentes viales, suicidios, homicidios y agresiones. Además, el 76% de las muertes son de adolescentes varones.
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“En la adolescencia hay que darle especial atención porque en el plano de la salud es quizás lo que más los amenaza, los hechos violentos, los accidentes muy ligados a esta cultura del desenfreno – advierte Supply y agrega - existen diferencias de género en las estadísticas. Son los varones quienes están más ligados a estas conductas. Si bien en los últimos años se han empezado a visibilizar también este tipo de problemas en las chicas, se potencian por lo que representa la masculinidad en la sociedad, por esta cuestión del imponerse, de mostrarse, y ciertas cuestiones que vale la pena revisar”.
Ante el aumento de la violencia registrado en los UPD que han ganado trascendencia, crece la necesidad de los padres de acompañarlos y de las autoridades institucionales de garantizar su seguridad. En San Juan por ejemplo la Secretaría de Seguridad y la Policía de San Juan lanzaron una campaña de prevención con el objetivo de concientizar sobre los riesgos del consumo de alcohol y sustancias, y las consecuencias de los excesos en las celebraciones. En la misma línea Cruz Roja Argentina puso en marcha el programa “Previa Eterna” que brinda herramientas de autocuidado y promueve la reducción de daños para pasarla bien sin poner en peligro su integridad física o emocional.
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El especialista en prevención y promoción de la Salud entiende sin embargo que la prevención, vinculada a la nocturnidad y los comportamientos temerarios en general, debe trabajarse en los hogares con las familias y la identificación de límites claros: “El lugar de padre amigo es inhabilitante, desdibuja el rol de la autoridad. Los chicos no necesitan un amigo o una amiga porque ya los tienen en la paridad. Me parece que es también el desafío del propio padre o madre de poder ponerse en el lugar del NO, de sostener ese límite, que a veces es lo más difícil, pero que creo hay que entenderlo como parte del cuidado del otro”.
Paralelamente la comunidad educativa y los docentes tienen que acompañar desde el trabajo en la generación de hábitos, la escucha activa y el diálogo, en el acercamiento a los primeros consumos, en la exploración que está tan presente en la adolescencia, pero no incentivando el desborde, que es lo más riesgoso, sino para “encontrar un punto medio saludable entre quienes se sobrepasan en lo permisivo y buscan ese rol amigo, copado, y la extrema prohibición”.