La reforma laboral que el gobierno comenzará a tratar esta semana en el Senado no va a generar nuevos puestos de trabajo. Eso a esta altura es algo en lo que coinciden desde los economistas de la oposición hasta los redactores de la ley, tal como dejó en claro esta semana el abogado laboralista Julián de Diego, que trabaja para Rappi y asesoró a Federico Sturzenegger en la confección del proyecto, ante las repreguntas de Noelia Barral Grigera.
- “¿Por qué ustedes creen que modificando la legislación laboral va a haber creación de puestos de trabajo registrados?”
- “No, yo no lo creo”, respondió.
- “¿Y entonces?”
Esa pregunta todavía queda colgada en el aire.
La mayoría de los análisis que se hicieron esta semana ensayaron una o más de estas tres respuestas complementarias: una transferencia de recursos desde abajo hacia arriba sin precedentes en la historia, la normalización de situaciones abusivas e irregularidades que hoy existen pero están penadas, y la anulación de cualquier capacidad de lucha de los trabajadores en el futuro para sostener o incrementar este desequilibrio en el tiempo.
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La implementación del FAL, el subsidio a los despidos, financiado con recursos del ANSES, más la rebaja en los aportes patronales, implican que “de un día para el otro pasan de mano cuatro puntos de la masa salarial”, tal como señaló el investigador del Instituto de Estudios y Formación de la CTA Autónoma, Luis Campos. En plata, calcula entre 2000 y 2500 millones de dólares anuales que dejan de percibir los trabajadores y se quedan los empleadores.
La legalización de la informalidad es un proceso que había comenzado ya con la ley de Bases, a partir de la creación de la figura del colaborador y de la anulación de las multas por tener trabajadores en condiciones irregulares. Si se aprueba la reforma, la atomización del mundo laboral que lleva décadas y se profundizó desde la llegada de Milei no solamente se hará más profunda sino que tendrá respaldo jurídico. Será la consagración institucional de la precariedad.
En cuanto al ataque a los sindicatos, por debajo de la línea de flotación y contra el consejo de Martín Menem y Santiago Caputo, dos poderosos enemigos íntimos que se hermanaron en la advertencia, apunta a ser definitivo: quiere cambiar para siempre el rostro de la organización gremial en la Argentina. No sólo eso: Javier Milei en persona adelantó su regreso de Noruega, cancelando agenda oficial, para salir en la foto estampando la firma. Un mensaje de guerra.
Los planes del gobierno reproducen una estructura fractal, en la que cada fragmento está compuesto por fragmentos más pequeños que reproducen esa misma estructura. Las tres fases siguen el mismo patrón si uno lo compara con el anuncio completo de esta semana: la reforma tributaria (transferencia de recursos), la reforma laboral (normalización de los desequilibrios) y la reforma penal (anulación de la oposición y las resistencias).
Ese es el verdadero triángulo de hierro de la estatalidad en el fascismo neoliberal: facilitar la concentración del capital, deshacer las trabas institucionales y garantizar reprimir preventivamente cualquier posibilidad de una reacción en el futuro. La inspiración tatcheriana salta a la vista y nos obliga a atender una cuarta variable en este problema, acaso la que resuelve la ecuación. Es la ominosa promesa de Thatcher: “La economía es el método, el objetivo es cambiar el corazón y el alma”.
La noción de qué es y qué no es trabajo, de qué significa y qué implica ser trabajador y cuáles son los alcances de esa categoría, qué ámbitos de la vida quedan por fuera de ella y cómo se relacionan los trabajadores con quien los emplea, es una idea ordenadora, que define a una sociedad mucho más allá del ámbito de trabajo. Sólo como un ejemplo ilustrativo, a más de un siglo y medio de haber abolido la esclavitud, Estados Unidos sigue marcado por esa herida.
En el fondo, bajo el paradigma anarcocapitalista que propone Milei, la racionalidad neoliberal llevada al extremo de un endiosamiento del dinero, se destruye la idea misma de la dignidad humana. Ya no hay personas sino capital humano. No hay individuos sino unidades empresariales, emprendedores precarizados, que compiten entre sí por un botín siempre insuficiente, sin redes de contención que los sostengan ante cualquier eventualidad. La reforma refleja esa manera de ver el mundo.
Desconociendo la naturaleza particular del trabajo se deshacen todas las protecciones contra la asimetría entre el trabajo y el capital. Sólo queda, entonces, una relación contractual entre pares. Deja de haber, incluso, un reconocimiento en el orden legal al hecho objetivo de la relación de trabajo, más allá de sus modalidades, que es la base sobre la cual se puede reclamar a posteriori cualquier robo, explotación o abuso que se hubiera cometido contra un trabajador.
Al mismo tiempo, en el sentido contrario, el derecho del trabajador a la protesta queda encuadrado como un simple incumplimiento contractual, lo cual habilita represalias. Combinado con la gratuidad del despido y el desempoderamiento de los sindicatos, deja al empleado completamente a merced de la voluntad de su empleador. Hasta el salario pasa a ser una simple cláusula que puede “negociarse” a la baja si existe “acuerdo entre las dos partes”. El corazón y el alma.
Seamos claros: la reforma laboral de Milei no es para obreros en las fábricas, ya que no hay fábricas en el país que esta misma reforma proyecta. Tampoco para los trabajadores mineros o hidrocarburíferos, que seguirán cobrando buenos sueldos y teniendo buenos convenios porque tienen cómo defenderlo. Está pensada para las enfermeras, las trabajadoras domésticas, los choferes, las maestras de sus hijos, los mozos que les traen el café, el rappi que les lleva puchos abajo de la lluvia.
Quieren volver a tratarlos como servidumbre. Esa es la grandeza que extrañan del país que prometen “hacer grande otra vez” utilizando las recetas que lo llevaron a la ruina en muchas ocasiones, pero a fondo. Toda la reforma gira en torno a eso: te despiden cuando quieren, si quieren. Disponen de tus horarios y vacaciones. Pueden incluso bajarte el sueldo. Tu vida en la palma de su mano. Así como nunca debería haber dejado de suceder, piensan. Quieren quebrar al pueblo argentino.
Ya en los 70s Michel Foucault advertía que la racionalidad neoliberal, para deshacer la figura del trabajo y reducir a las personas a mero capital humano, hace una operación clave que es reemplazar el intercambio, como principio fundamental de los mercados, por la competencia. Donde antes había socios en una transacción, ahora hay rivales. Donde antes había un equilibrio, o al menos la idea de que eso era deseable, ahora existen un mundo dividido entre ganadores y perdedores.
Eso, profundiza la filósofa norteamericana Wendy Brown, trajo consigo consecuencias profundas. En primer lugar, porque nos obliga a internalizar el riesgo: “En tanto somos capital humano para empresas o estados preocupados por su propia posición competitiva, no tenemos ningún tipo de garantía de seguridad, protección o siquiera supervivencia. Las crisis, los ajustes, las tercerizaciones, las licencias, todo eso puede ponernos en peligro, incluso si fuimos responsables”.
“Este riesgo llega tan lejos como para amenazar las necesidades de comida y techo, en la medida que los programas de seguridad social de todo tipo fueron desmantelados. Como capital humano, el sujeto está al mismo tiempo a cargo de sí mismo, es responsable de sí mismo, y aún así una parte instrumentalizable y potencialmente descartable del todo. En este sentido el contrato social está siendo invertido”, advierte la autora.
En segundo lugar, se naturaliza la desigualdad: “La igualdad deja de ser nuestra relación natural con el prójimo. Por lo tanto, la igualdad deja de ser una condición o un fundamento de la democracia neoliberalizada. En la legislación, la jurisprudencia y la imaginación popular, la desigualdad se vuelve normal, incluso normativa. En ese sentido, también, el contrato social está siendo invertido”. En tercer lugar, si todo es capital, desaparece la idea misma del trabajador y del trabajador como categoría.
Por último, señala Brown en un fragmento de extraordinaria resonancia con la actualidad, “cuando el dominio de lo político en sí mismo es presentado en términos económicos, desaparecen los cimientos para una ciudadanía preocupada por las cosas públicas y el bien común. El homo economicus enfrenta todo como un mercado y solo conoce la conducta de mercado; no puede pensar en propósitos públicos o problemas comunes de una forma distintivamente política.”
“El reemplazo de la ciudadanía definida como preocupación por el bien público por una ciudadanía reducida al ciudadano como homo economicus también elimina la mínima idea de un pueblo, un ‘demos’ que afirme su propia soberanía política colectiva”, concluye. Por supuesto que sin demos no puede haber democracia, lo que explica la perfecta congruencia entre la racionalidad neoliberal y experimentos los postdemocráticos que podemos observar en esta época.
La buena noticia es que hubo un cambio en la actitud opositora de sectores de la política y el sindicalismo, como si la amenaza existencial hubiera disparado una ráfaga de adrenalina. No alcanzará con eso. Tampoco con una marcha frente a la Casa Rosada. La que viene es una batalla que no se da por las redes, ni por la tele, ni con comunicados. Milei tiene anticuerpos contra eso. Está diseñado específicamente para contrarrestar esa clase de desafíos.
El Presidente lo sabe. Por eso decidió hacer el acting de firmar el proyecto que incluía un ataque directo a la CGT. Esperaba que reaccionen. El gobierno, que sabe muy bien elegir adversarios impopulares, va a intentar que esto se vea como una pelea contra la CGT, contra los privilegios de los trabajadores en blanco o incluso contra los periodistas. Las defensas sectoriales, desde la trinchera, son inefectivas y le facilitan el trabajo sucio a Milei. Significan entrar en la trampa que nos tendió.
La tarea por delante es proporcional a lo que está en juego. La oposición deberá tomar nota de algo que se advierte desde el primer momento de esta gestión. Con Milei no se negocia. Milei sólo conoce la dinámica del sometimiento. Si encuentra a alguien más fuerte que él, se somete. Si encuentra a alguien más débil, lo somete. Habrá que hacerse tan fuertes que no pueda someternos. Habrá que estar en todas partes. Ponemos llegar a todos los rincones del país al mismo tiempo. Ellos no.
Hay que someter a Milei. Y para eso deben conseguirse los votos de los senadores y diputados de Catamarca y de Tucumán, de Salta, de Misiones, de Neuquén o de Chubut. No se convence a los gobernadores que son el fiel de la balanza con una marcha en Capital. Habrá que parar cada fábrica y movilizar cada seccional y cortar las rutas en Catamarca, Tucumán, Salta, Misiones, Neuquén y Chubut. No está en juego la reforma laboral. Está en juego casi todo. Llegó la hora de la verdad.
