En la primera década de este siglo, durante la oleada de gobiernos progresistas en América Latina, se decía que algunos países, por primera vez, habían elegido líderes a su imagen y semejanza: un obrero paulista, una abogada surgida de la clase media suburbana, un indio aymara campesino y sindicalista. No resulta difícil trazar un hilo entre aquella idea y el resultado de la última elección en Argentina.
Una sociedad desordenada, desarticulada e injusta, que se desliza desde hace una década por una pendiente de precariedad, incertezas y estancamiento eligió una propuesta que refleja esas carencias: un presidente desordenado, una fuerza política desarticulada, una plataforma que institucionaliza la injusticia. A partir de ahora, nos adentramos en terra incógnita, un territorio aún no explorado.
El pánico a un estallido inminente que, durante el gobierno del Frente de Todos, nunca llegaba pero nunca, tampoco, dejaba de estar a la vuelta de la esquina, agotó la paciencia de una sociedad que había soportado con estoicismo una década de malas noticias coronada por una pandemia que dejó secuelas que todavía no alcanzamos a percibir. Hartos de que el lobo no llegara, 14 millones de argentinos decidieron ir a buscarlo.
A diferencia de los militares, a quienes nadie eligió, de Menem, que llegó prometiendo salariazo y revolución productiva, y de Macri, que aseguraba que nadie iba a perder lo que tenía, esta vez el programa político fue la motosierra y 14 millones de argentinos lo votaron. Su plan de ajuste tiene legitimidad de origen. Construir la legitimidad de ejercicio es su primer desafío. El tiempo es corto y ya está corriendo.
La performance de Javier Milei en las PASO de agosto había marcado el hartazgo de la sociedad con la grieta entre kirchneristas y antikirchneristas. Macri intervino para mantenerla viva con respirador artificial el tiempo suficiente como para ganar la elección. Probablemente esa sociedad trate de sostenerla unos meses más para facilitar los primeros meses del gobierno escudados en un chivo expiatorio hecho a medida.
Va a ser necesario. Si cumple con las medidas anunciadas después del domingo (obra pública cero, recorte en la planta de trabajadores del Estado, reducción o eliminación de las transferencias de recursos a las provincias, liberación del tipo de cambio, desregulación del precio de combustibles, vivienda y alimentos, entre otras) no habrá luna de miel. Cientos de miles de personas pueden quedar en la calle antes de fin de año.
El problema más grande que tiene Milei por delante es la distancia entre el mandato que cree haber recibido y lo que verdaderamente espera la sociedad de él, que no es muy distinto a lo que esperaba, sucesivamente y en los últimos años, de Macri, de Alberto Fernández y de él. Una vida más tranquila, más previsible y con mejores condiciones materiales. Es así: se eligió a un loco para poner orden. Puede fallar.