La derecha encara el rumbo de la desestabilización.

05 de julio, 2020 | 00.05

El discurso de Cristina Kirchner del 18 de mayo del año pasado creó un nuevo mapa político en Argentina. Fue el golpe de gracia para un gobierno que, desgastado y masivamente desacreditado, confiaba en la dispersión opositora para ganar la elección “by default” (con perdón de la palabra). Es decir, el macrismo contaba entonces como su recurso principal con la apuesta a la dispersión opositora o, en su defecto, con la demonización de la principal figura de la oposición, la propia Cristina, para contar con otros cuatro años en el ejercicio del poder legal. Mejor ahorrarle al lector de estos apuntes la experiencia de imaginar lo que esos cuatro años hubieran significado para nuestra patria. Macri se encargó de confesar su programa mirando a los ojos al profeta del neoliberalismo regional y global, Vargas Llosa: “el mismo rumbo pero más rápido” le dijo más o menos. Es decir, a esta altura ya tendríamos la “reforma laboral”, los tratados de “libre comercio”, y todas las ocurrencias que los ideólogos neoliberales pudieran concebir en su inacabable imaginación. La movida de Cristina fulminó esos sueños.

Lo que sobrevino no es la utopía de la liberación definitiva. Argentina está llena de acechanzas, de peligros, de amenazas. Quiso la inagotable aleatoriedad de la historia de los seres humanos que tuviéramos que enfrentar en los primeros días del nuevo gobierno una experiencia de la que ninguna de las personas que estamos vivas tiene ninguna experiencia. La pandemia vacía las calles, silencia las voces públicas. Para manifestarse colectivamente hay que romper un pacto esencial de defensa de la vida, lo que la derecha rabiosa hace sin ninguna culpa. Por el contrario, exhibe ese desatino irresponsable como un sello de valiente desafío al statu quo.  El esperpento conservador y defensor de las injusticias, los periodistas tarifados, los políticos que festejaron el despojo de los recursos nacionales se han vestido con las ropas de la independencia, de los derechos, de la libertad…

Lo que se está jugando hoy es cómo sale el país de una experiencia que, pase lo que pase, es y será de un enorme dolor colectivo. Cuáles serán los valores que le darán sentido a nuestra vida colectiva. La derecha –ideológicamente alineada con Trump y con Bolsonaro, es decir con la expresión más irracional y decadente del capitalismo global- nos propone abandonar la defensa de la vida de cientos de miles de personas y no perder ni un minuto más para “encender” los motores de la economía (los mismos que fueron apagados drásticamente durante el gobierno de Macri). Su apuesta es visible: consiste en desorganizar al país en los duros tiempos de la pandemia global, debilitar la autoridad estatal y provocar el caos sanitario, como camino al vaciamiento de la autoridad política del gobierno. Sus convocatorias a “ganar la calle” tienen el signo de la irresponsabilidad política y la voluntad desestabilizadora.

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La alternativa es muy clara y evidente. El nuevo gobierno, surgido de la decisión de Cristina del 18 de mayo de 2019 tiene que elegir entre la resignación a un estado de cosas que inhibe cualquier impulso liberador y una actitud independiente, de soberanía nacional y popular. La opción es un sendero angosto y riesgoso. La derecha mediática ha renovado sus impulsos guerreros y desestabilizadores. Para el establishment local, el espionaje provocador y mafioso equivale a la libertad de expresión, las operaciones judiciales y serviciales son sinónimo de la “lucha contra el comunismo”. El nivel de la comunicación política en Argentina ha descendido hasta sus modos más decadentes. 

La hipótesis de que es posible defender un régimen democrático haciendo concesiones sistemáticas  a sus enemigos orgánicos se ha probado falsa en toda la experiencia nacional, regional y mundial. Si vamos a avanzar en el camino de la redistribución y del papel central del estado, tenemos que hacerlo y mostrarlo día por día. Tenemos que lograr socorrer de modo efectivo e inmediato a los que todos los días pagan el costo de la crisis. Tenemos que hacer efectiva la decisión de que el estado se haga cargo de Vicentín antes de que las consecuencias de la estafa macrista-empresarial se conviertan en un hecho consumado. Hay que legalizar el impuesto a las grandes fortunas, avanzar con celeridad a una reforma tributaria que establezca pisos mínimos de igualdad y resolver rápidamente la cuestión de la renta básica ciudadana con pisos de vida digna y no con valores de subsistencia miserable. 

El gobierno ha ganado autoridad y legitimidad sobre la base de su capacidad de dirigir esta etapa delicada y riesgosa de la vida nacional que es el que tiene por marco una pandemia que ha hecho y sigue haciendo estragos en el mundo. La derecha irresponsable y desmemoriada ha tomado nota de este dato; teme que ese fortalecimiento del gobierno se convierta en una palanca para impulsar cambios estructurales que comprometan profundamente el dominio político del bloque de los poderosos locales y globales. Sus apoyos son minoritarios pero ha logrado una intensidad en su discurso político que atrae a un contingente activo que tiene una representación del país y del mundo que corresponde más a los tiempos de la guerra fría que a la realidad actual. Como nunca ha decidido llevar el escenario del conflicto a la calle, justamente en tiempos en los que la sensatez indica dramáticamente la necesidad de mantener de modo estricto la cuarentena. Confía en que el cansancio por una situación inusual como la que vivimos les provea apoyos de los sectores a los que la política del gobierno de Macri atropelló desde el primero hasta el último de los días de su gobierno.

La derecha  muestra todos los días sus cartas. Amenaza, busca amedrentar y desmoralizar a las mayorías. Prepara pública y desembozadamente acciones desestabilizadoras. Al frente de ese operativo se muestran figuras que expresan –como la ex ministra Bullrich- las formas más degradadas de lo que fue la etapa macrista. Estamos a tiempo de responder de modo pacífico y democrático y a la vez enérgico y contundente a un bloque que se presenta como la república y la libertad y no es más que una excrecencia de los capítulos más repugnantes de nuestra historia. Hay que hacer madurar, con políticas públicas enérgicas, con formas creativas de movilización popular un “nunca más” definitivo a los planes desestabilizadores de los herederos de Videla y Martínez de Hoz.