Las últimas elecciones en Sri Lanka dieron un golpe de timón inesperado. Tras años de dominio de la familia Rajapaksa, conocida por su corrupción y autoritarismo, llegó al poder Anura Kumara Dissanayake, fruto de una alianza entre los partidos de izquierda. El representante del Frente de Liberación del Pueblo (JVP) se reconoce comunista y llegó con la promesa de un cambio. Pero el panorama que recibe no es alentador: el país está destruido por la desigualdad, las políticas de ajuste del FMI y las profundas divisiones sociales y étnicas. ¿Podrá este nuevo gobierno realmente cumplir sus promesas?
Rajapaksa y el FMI: la receta de la crisis
La crisis económica de Sri Lanka, que estalló en los últimos años, es el resultado directo de una mala gestión gubernamental, exacerbada por las políticas de austeridad impuestas por el FMI. Así, la familia Rajapaksa en el poder desde 2009, llevó al país a una espiral de deudas insostenibles. En 2022, con el aumento de la deuda externa, Sri Lanka tuvo que declarar la imposibilidad de pagar su deuda externa, estimada en más de 50 mil millones de dólares. Bajo la presión del FMI, el Gobierno recortó servicios públicos esenciales como la salud y la educación, mientras aumentaba los impuestos, golpeando de lleno a las clases populares. Las desigualdades se profundizaron: el 10 % más rico posee cerca del 40 % de la riqueza, mientras la mayoría de la población enfrenta escasez de alimentos y combustible. Estas medidas provocaron una masiva ira popular, que finalmente llevó a la caída de los Rajapaksa. La gestión interina de los últimos dos años, a cargo de un allegado de los Rajapaksa, no logró mejorar realmente la situación. Las duras condiciones de vida explican el entusiasmo popular en torno a una alianza de izquierda que incluye sindicatos y organizaciones civiles.
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¿Qué cambios prometió Anura Kumara Dissanayake ?
Dissanayake se refiere a sí mismo como marxista-leninista. Centró su campaña en combatir lo que ha dañado al país durante la última década: las desigualdades, la corrupción y la dependencia del FMI. En su primer discurso, el nuevo presidente comunista lo dejó claro: "No vamos a seguir siendo esclavos del FMI. El pueblo ya no aguanta más miseria". La promesa es romper con este ciclo de endeudamiento y ajuste que solo benefició a los poderosos.
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Al mismo tiempo, Dissanayake tiene un objetivo claro: imponer una política socialista de redistribución. De hecho, prevé aumentar el salario mínimo para mejorar el nivel de vida de los trabajadores. También promete fortalecer los derechos sindicales facilitando la organización sindical y estableciendo reglas estrictas contra los despidos abusivos. De manera más global, se llevarán a cabo reformas fiscales con el objetivo de una redistribución general de los capitales.
Su origen popular (es hijo de campesinos) le permitió conseguir apoyos masivos y dijo que buscará empoderar a los pequeños productores.
Un país dividido: etnias, pobreza y exclusión
El desastre económico no es el único problema que enfrenta Sri Lanka. El país está fracturado por profundas divisiones sociales y étnicas. Los cingaleses, mayoritarios y budistas, siempre dominaron la política, dejando marginadas a las minorías tamiles y musulmanas. Durante décadas, los tamiles, que representan el 15% de la población, sufrieron discriminación y violencia, lo que llevó a una sangrienta guerra civil (1983-2009) que dejó cicatrices que siguen abiertas.
El Frente de Liberación del Pueblo fue históricamente el partido más popular en el sur y consciente de los desafíos políticos, señaló: "No puede haber progreso real si seguimos ignorando a una parte del país. Necesitamos unirnos". Dissanayake se comprometió a otorgar más poder a las provincias tamiles (norte). En primer lugar, deberá implementar una reforma constitucional que permita la transferencia de poderes a los gobiernos locales. Luego, desea introducir un sistema en el que los ciudadanos de las regiones tengan voz en la asignación de los fondos públicos, lo que aumentaría la transparencia y la participación local. Sin embargo, la tarea no será fácil. El camino hacia una verdadera reconciliación en Sri Lanka sigue lleno de obstáculos. La confianza entre las comunidades tamil y cingalesa es frágil, y el gobierno aún debe abordar cuestiones de justicia transicional y restitución de tierras para aliviar las tensiones étnicas. Mientras estos problemas no se resuelvan, la posición de los tamiles en la sociedad seguirá marcada por la marginación y la desconfianza.
Primeras movidas: disolver el Parlamento y ganar poder
Apenas asumió, el nuevo presidente comunista disolvió el Parlamento. Sabe que, sin una mayoría legislativa, no podrá avanzar con las reformas que prometió. "Necesitamos un nuevo comienzo", dijo al justificar la medida. Las próximas elecciones legislativas serán clave para definir si el presidente puede o no avanzar con su agenda. Sin un Congreso aliado, cualquier intento de cambio puede quedar trabado.
El futuro de Sri Lanka bajo un gobierno comunista genera expectativa, pero también muchas dudas. Lo cierto es que el pueblo de Sri Lanka quiere un cambio. Después de años de saqueo y corrupción, hay una demanda clara de justicia social. Pero los desafíos son enormes. Si tiene éxito, Sri Lanka podría finalmente empezar a salir del pozo en el que lo hundieron los Rajapaksa y el FMI.