La protesta que se realiza en hoy, además de sus objetivos algo superpuestos (contra las medias del gobierno por la pandemia, contra el proyecto de reforma judicial, contra…), ha sufrido en sus días previos bajas respecto a sus convocantes, que trocaron en anónimos; fue así que algunos referentes políticos que adhieren comenzaron a mencionar a la sociedad como la que llamaba a salir a las calles. Surge entonces la pregunta sobre si es “toda” la sociedad o solo una parte de ella y en todo caso, cuál.
La sociedad civil se caracteriza por su heterogeneidad. Conviven al interior de ella múltiples práctica, organizaciones, movimientos, tradiciones, además de demandas e ideologías. La sociedad, en este sentido, no es “una”, sino un espacio común a varios de esas posibilidades mencionadas. Lo primero que podemos observar y que hace evidente esas diferenciaciones, es que no todos los sectores de la sociedad conciben la realidad del mismo modo, ni reaccionan con las mismas acciones. Mientras los movilizados de hoy (y de otras ocasiones en las que llamaron a protestar contra la política llevada adelante por el gobierno ante la crisis sanitaria) nos dicen que vivimos un clima de atropello a los derechos civiles, otros muchos sectores sociales despliegan otro tipo de acciones ante la misma crisis.
Entonces es inevitable una pregunta: ¿Por qué mientras algunos sectores salen a gritar que vivimos bajo una situación de dictadura, otros organizan ollas populares, despliegan tareas de cuidado o de contención en los barrios? El interrogante tiene sin dudas muchos pliegues. El primero es recordar siempre que la sociedad, como ya se dijo, es un espacio plural, afortunadamente; y que a pesar que algunos medios titulan sus portadas con un categórico “la sociedad” afirma, demanda o rechaza tal cosa, en todos los casos se tratarán de grupos, sectores e incluso mayorías, pero difícilmente y solo sobre temas muy relevantes (vivir en democracia), será la totalidad. Por otra parte, alguien podría argumentar que quizás algunas personas llevan adelante ambas acciones; es curioso porque ambos grupos no mencionan la otra situación como parte de sus acciones. Los que marchan manifestando que sufren recortes a sus libertades, no dicen una palabra respecto a que estén llevando adelante acciones solidarias en este momento. Y quienes sí las hacen no parecen sostener que vivamos una situación antidemocrática respecto a nuestras libertades.
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El tipo de intervención en el espacio público, el rol que se le asigna al Estado y la relación con el resto de la sociedad, suele desarrollarse de un modo coherente en los distintos espacios. Esto es, los grupos y las personas que los integran, no se mueven solo por “lo que sienten” ante una coyuntura, sino que los vincula una ideología, una pertenencia socioeconómica, cultural o política que les hace compartir ciertos valores e incluso quizás una identidad.
Contrariamente a lo que a veces se argumenta, la sociedad civil en absoluto está despojada de estas cuestiones; estas nacen en las interacciones que se producen en su interior, lo que la convierte en un espacio de tensiones. La tradición liberal ha insistido siempre en que la contradicción es entre el Estado y la sociedad, entre la política y la economía. Desde que el liberalismo cobró nueva fuerza en los años 70, esta percepción logró en algunos momentos convertirse en verdad revelada e incuestionable. Y en esa diferenciación el Estado representaba la delimitación de nuestras libertades y la sociedad, identificada erróneamente como el mundo de lo privado (el lucro) el espacio de la economía y de la libertad.
Desde luego no es nuevo, Adam Smith lo había señalado en el siglo XVIII: si cada hombre persigue egoístamente sus propios intereses (económicos) es capaz de favorecer misteriosamente al desarrollo colectivo. El egoísmo se despojó de una sombra casi antisocial, para ser el pilar de la nueva sociedad. Las voces que se alzan en estos días parecen llevar ese principio a una radicalidad casi inexplicable: el egoísmo ya no reclama sólo por sus libertades económicas, sino que desea no tener restricciones en medio de una pandemia histórica en la que está en juego la vida de miles de personas. Porque no se trata de una cuestión de sentires; deben ser muy pocos los que están conformes con el encierro, para la enorme mayoría es una situación altamente traumática; pero estando la vida de por medio, se vuelve indispensable redefinir el orden de las prioridades (sencillamente saber si vamos a disponer de camas en los hospitales). Ahora bien, si estas demandas del egoísmo no son nuevas, tampoco las advertencias.
En Escocia, en la misma época que Adam Smith el filósofo Adam Ferguson, advirtió sobre los peligros que acarreaba este énfasis en el egoísmo centrado en lo económico; insistió en que existe una dimensión comunitaria, tan relevante como la primera. Una sociedad que solo se edifique sobre el egoísmo comercial o económico, marcha a una situación de caos, porque va en contra de la propia naturaleza humana, basada también en la convivencia con los otros.
El neoliberalismo nos dice diariamente que esa dimensión es falaz. A Ferguson le pareció muy relevante discrepar con ese principio que ya estaba en marcha. Y aquí parece emerger una característica que representa estas dos visiones en nuestra sociedad civil. Individuos que no se referencian en ningún espacio o colectivo piden en las calles por el fin del atropello a sus libertades (mientras lo expresan libremente, no puedo dejar de señalarlo) en nombre de sí mismos, “yo exijo”, y no pocas veces se permiten frases cargadas de agravios e incluso de odio.
Otros y otras elijen construcciones colectivas, preexistentes a la pandemia, insertadas en los territorios, construyendo, asumiendo alguna identidad política, social o religiosa incluso, pero presentándose como un colectivo, no meras individualidades. Y tratando de ser consecuentes con sus trayectorias porque la misma historia de solidaridades y compromisos los llevó actuar en esta pandemia del modo en que ya lo venían haciendo. No parece una mala idea pensar que cuando nos dejamos arrastrar por el egoísmo o cuando nos movemos por nuestras solidaridades, las producciones sociales son bastante distintas. Y bien otro, el futuro que engendramos.