¿Cuándo vuelvo a cobrar el IFE? La pregunta se repite incesantemente emitida por millones, ¡millones! de personas en distintos puntos del país. ¿Quiénes son esas personas, que lo une? Obviamente una situación económica angustiante, están involuntariamente hermanados por quedar en los bordes de un sistema económico excluyente, situación agravada por la pandemia que desarticuló nuestro presente. Pero no es solo presente, pues desde que el mundo giró hacia las llamadas reformas de mercado en la década del 80, la denominada nueva cuestión social comenzó a tener contornos muchos más complejos que la determinada por los problemas salariales o de falta de empleo. Hoy estamos frente a una situación ya conocida no solo de alto desempleo sino de una precarización grave, representada en una extendida informalidad laboral. El gobierno de Alberto Fernández lo supo bien temprano: ante la política de aislamiento obligatorio, estableció el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) para acompañar a las personas en situación económica más delicada. Esperaba que la política alcanzara a unas 3 millones de personas, quizás 4; se basaba en los datos que la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) le acercaba y los registrados en la AUH. En solo unos días el universo de personas que solicitaban el IFE trepó a casi 8 millones de argentinos. La “puerta” de entrada a la ayuda implicaba que la persona se encontrara desempleada o estuviese inscripta en algún programa nacional como el “Ellas Hacen”.
Con esas restricciones, el listado trepó a este número verdaderamente impresionante. En primer lugar un dato no menor: la política se convirtió ella misma en fuente de información; la que se tenía no estaba reflejando en profundidad lo que sucedía en los territorios; no es de extrañar: mientras en la “vieja” cuestión social los indicadores sobre pobreza eran pocos (desempleo y nivel salarial por ejemplo) y nos podían presentar un panorama de la situación general. Que la EPH no alcanzara para descubrir la situación no es algo que deba asombrarnos, porque en efecto indagar en profundad las formas y situaciones de pobreza y exclusión presentes, es una tarea difícil; y las herramientas de medición no siempre son lo precisa que se requiere para tomar decisiones. Ese número de demandantes de la ayuda gubernamental, nos dice también que millones de personas “se la rebuscan” de modos muy diversos para sobrevivir; pero en tanto informales y precarios, iniciado el aislamiento para prevenir los contagios, todo ese frágil entramado se disolvió en cuestión de días. Esa duplicación de personas que debían ser acompañadas por el Estado, hasta ese día no “vivían de un plan” si no de la venta ambulante, cuidados de personas, oficios de baja calificación, pequeños emprendimientos productivos, etc. Contra todo el discurso estigmatizante que abunda en nuestra sociedad, tenemos otra prueba más que millones de personas encaran con lo que tienen a mano conseguir dinero para el sustento básico. Los excluidos del mercado formal de trabajo, despliegan todos los días sus estrategias de sobrevivencia, muchas veces acompañados por el Estado, a veces organizados colectivamente, pero en ocasiones no.
Primera conclusión: el problema no es la política de aislamiento, sino este capitalismo sostenido en la explotación y el descarte de personas. Desde luego que esto es más fácil decirlo y más complejo resolverlo, pero debemos ser consientes que cuando se levante el encierro, el mundo que nos espera es el mismo de antes, pero agravado por las marcas de esta situación sanitaria. La informalidad, quizás la cara más evidente del capitalismo actual, sigue demandan transformaciones en la política, mucho más en la económica que en la social. El macrismo, como predica el neoliberalismo desde hace 50 años, afirmaba que la cuestión social se resolvía con la iniciativa individual; el neoliberalismo arroja a millones de personas en medio del desierto y luego les exige que cada una haga sola el camino de regreso a un mundo que, además, es mucho más cruel. El emprendedor podría resolver él o ella solos, con sus capacidades, su situación laboral y económica luego que el capitalismo había cambiado de manera tan profunda. Es increíble que se piense que las personas pueden reinsertarse solo con buena voluntad, en un mundo atravesado por la concentración de la riqueza y una revolución tecnológica (que incluye la reducción de puestos de empleo).
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El gobierno dispuso una serie de políticas de ingresos para ayudar a las personas que no pueden generar recursos en este contexto; desde luego son políticas en la emergencia pero nos alertan sobre la necesidad imperiosa de plantear soluciones a escala y sustentables. El gobierno nacional actual significa la superación del discurso neoliberal en su versión macrista alentador de las salidas individuales, el emprendimiento y la competencia, no es poco. Porque ese giro también implicó dejar atrás lógicas de acumulación perversas auspiciadas en otro tiempo. Un informe publicado esta semana por el BCRA, ilustra con algunos datos el modelo de país que nos pupuso el macrismo y por el cual trabajó denodadamente durante cuatro años: La fuga de capitales durante el período 2015 – 2019 ascendió a USD 86.000 millones, triplicando la del período anterior. Entre 2015 y 2018, 100 agentes realizaron compras netas por USD 24.679 millones. Este reducido universo es el que los economistas del establishment suelen denominar como “la gente” en sus visitas a la TV. Estos números no sólo expresan una dimensión moral sobre el tipo de economía que nos propone hoy el capitalismo, generando esta descomunal concentración del ingreso; sino que también nos advierte que una nación es inviable sosteniendo estas variables. ¿Cómo puede sostenerse un país, su producción, su comercio, su trabajo, si todo ese dinero generado aquí se sale del sistema? Cuanto peor, cuando las políticas públicas trabajan para favorecer eso. La actual conducción económica plantea el alejamiento de ese modelo, pero los daños que se generaron durante cuatro años, sin necesidad de una pandemia, están presentes y no son de fácil superación.
Por ello el camino se percibe por encontrar las políticas para lograr que el mundo de la informalidad, encuentre un fortalecimiento en el corto plazo. Muchos de esos espacios no lo constituyen personas aisladas sino vinculadas a través de la economía social y la economía popular, cooperativa. La existencia de esas redes implica enormes ventajas para pensar el tema en términos de sistemas y no de problemas individuales; esa economía ya está allí, ya tiene capacidades y trayectoria, pero no era viable en un modelo económico basado en la valorización financiera y el consumo de las grandes marcas. Los 8 millones de personas que hoy son asistidos por el IFE, esperan políticas de empleo, de crecimiento, de formación, de financiamiento, de asistencia técnica. Aunque la frase suene a simplificación, el dinero está pero lo fugan. Sacarle agua a las piedras, es la imagen para obtener de esta crisis, políticas que nos lleven a otro rumbo, a otros horizontes.