Se terminó la incógnita. Cristina Fernández sorprendió a propios y a extraños con una jugada audaz que reconfigura el tablero político nacional: integrará la fórmula de una manera inesperada, acompañando como candidata a vicepresidenta de la Nación a Alberto Fernández, su ex Jefe de Gabinete, su ex opositor, su reciente armador político. Un candidato que se destaca por su capacidad de diálogo, escucha y persuasión. Toda una novedad por donde se la mire.
Las razones de la decisión están claramente planteadas en el vídeo con en el que la ex presidenta hizo el anuncio ayer a la mañana. Sólo hay que saber escuchar. La gravedad de la situación es tal que se requiere de acciones capaces de construir alternativas amplias, no sólo para ganar la elección sino fundamentalmente para poder gobernar después. Lo dice así, sin muchas vueltas.
Veamos con más detalle estas cuestiones. La sociedad argentina vive tensionada desde hace una década porque la crisis del 2001 parió dos proyectos antagónicos que no han logrado superar su carácter prehegemónico. Proyectos que, en el gobierno, confundieron capital electoral con capital político, creyeron que la parte que representaban expresaba el todo. De ahí su condición paradójica: se trata de proyectos incapaces de avanzar en la implementación del modelo económico-social que propician con altos niveles de legitimación, pero que a su vez conservan la capacidad de vetar el avance de su antagonista.
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Cambiemos llevo al extremo esa tensión ante la falta de resultados favorables en su gestión. Pretendió gobernar abriendo cada vez más "la grieta". Y para seguir haciéndolo de manera competitiva necesitaba imperiosamente confrontar con Cristina Fernández en esta campaña electoral. Sostener un diálogo de sordos auto convencidos donde no quedara demasiado espacio para salir del laberinto. Cada minoría intensa hablándole a una sociedad que ya no existía más que en su propia imaginación. Minorías que en su dinámica confrontativa no podían reconocer las profundas heterogeneidades que atraviesan a la ciudadanía y que se expresan muchas veces de formas contradictorias. Por eso el reproche hacia los otros como ejercicio recurrente ante la impotencia.
Hoy se abre un nuevo comienzo. Salir del laberinto por arriba es factible. La posibilidad de generar las condiciones para la unidad programática de la oposición, con un conjunto de propuestas que nos permitan transitar el sendero del desarrollo sostenido, basado en la innovación, la producción nacional y la integración social está ahí, al alcance de la mano. Discutiendo lo que hay que discutir sin fuegos de artificio, ni revoleo de causas, ni impugnaciones morales cruzadas: ¿qué modelo de país queremos para nosotros y nuestros hijos? ¿Cómo podemos construirlo? Cómo se fortalece la democracia ante el avance de los poderes fácticos?
Es la hora de escuchar, comprender, convencer a todos aquellos que están decepcionados con lo que vivimos en estos años. Con convicción para explicar las ideas, con humildad para reconocer los errores, con amplitud para atender las demandas, con empatía para ponerse en el lugar del otro, y sobre todo, con la pasión para asumir los enormes desafíos que nos esperan, para reparar tanto daño y sufrimiento. Tenemos una fórmula capaz de expresar a una amplia mayoría. Hay que militarla con las mejores herramientas. Es nuestro principal objetivo. Y nuestra gran oportunidad.