Mañana, quizás, sea el día más importante del gobierno de Mauricio Macri. Después de los cuatro feriados por Semana Santa, se conocerá la reacción de los mercados locales al paquete de anuncios económicos que su equipo dio a conocer el miércoles pasado con la intención de dar un soplo de vida al exangüe bolsillo de los argentinos y, por transferencia, a su propio futuro político. Las noticias que llegaron desde Estados Unidos, donde el jueves y viernes fueron días hábiles, no resultaron las esperadas: el riesgo país rompió la barrera de los 850 puntos por primera vez desde 2014 y las acciones de empresas argentinas cayeron un promedio de ocho por ciento.
Así las cosas, el Presidente se juega en estas horas su destino. Por eso durante el fin de semana, mientras Macri descansaba en un exclusivo resort cordobés, sus hombres de mayor confianza trabajaron a destajo para prevenir un lunes negro. De la misma manera que unos días antes habían movido cielo y tierra para acordar con productores y grandes comerciantes una pauta de precios que ponga freno a la inflación espiralizada, en estas horas intentan otro “pacto de caballeros”, esta vez con bancos y financieras, que evite un respingo en la cotización del dólar mañana a las diez de la mañana, cuando vuelvan a habilitarse las operaciones.
Uno de los principales inconvenientes que tienen Marcos Peña, Nicolás Dujovne, Mario Quintana y el resto del equipo de negociadores a nombre de Macri para esta tarea es el fuego amigo. Resulta que no todos en el gobierno esperan los mismos resultados. Existe un sector de funcionarios, dirigentes y empresarios que forman parte de Cambiemos desde su concepción y que están convencidos de que la crisis no mostró aún su peor cara y que habrá, antes de fin de año, momentos de mayor zozobra. Si no es ahora, será más adelante, cuando la capacidad de reducción de daños, ante la inminencia de las elecciones, esté más acotada. Lo que haya que hacer, en actitud pascual, prefieren hacerlo pronto.
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En otras palabras: existe, en el núcleo mismo del poder, un sector influyente que preferiría lidiar con un lunes negro y el martes comenzar a trabajar definitivamente en un plan B, o V, o H. La alternativa más temida es que Macri salga fortalecido en el corto plazo por el éxito virtual de su modesto plan y se encamine, sin cuestionamientos, a una nueva candidatura. Y que cuando la economía vuelva a sufrir turbulencias sea demasiado tarde para explorar alternativas que se proyecten con mejores chances en la campaña inminente. Los números de las últimas encuestas muestran el riesgo al que se somete el presidente en las urnas. Una nueva crisis puede redundar en una catástrofe electoral.
Entre quienes piensan en un escenario sin Macri dentro del PRO hay tres grupos. El primero lo hace por convicción, porque descree de la mirada tecnocrática que emana de la jefatura de Gabinete y tienen más que ver con lo que en la Casa Rosada llaman despectivamente “la vieja política”. El segundo grupo, más cercano al Presidente, no va a conspirar contra él pero se prepara ante la eventualidad de tener que reemplazarlo. El tercer grupo no actúa por convicción ni por responsabilidad. Se trata de funcionarios que temen ir presos si les toca dejar el poder y por eso operan para que el oficialismo presente en agosto uno o varios candidatos más competitivos.
Los radicales, por su parte, luego de forzar los anuncios de la semana pasada, decidieron no dar la cara junto al Presidente en el mensaje que iba a darse desde Olivos el miércoles por la mañana. El plantazo de los gobernadores obligó al equipo de comunicación a improvisar un video en casa de una “vecina” simpatizante del oficialismo para no mostrar al mandatario solo ante las cámaras. El principal motivo de la ausencia fue la negativa oficial a incluir entre las medidas anunciadas ningún control al precio de los combustibles, que los boincablancas consideraban necesario para que el plan tenga alguna chance de éxito. Mientras tanto, caen las hojas del calendario y no hay novedades de la convocatoria a la convención.
Las mismas encuestas que agitan las relaciones al interior de la alianza Cambiemos son las que llevan a Roberto Lavagna a seguir adelante con su aventura presidencial a pesar de que el operativo clamor que imaginaba en el verano no da señales de haber comenzado, ni es seguro que vaya a comenzar nunca. El economista cuenta con una debacle del oficialismo que le permita acceder a una segunda vuelta relegando a Macri a la tercera posición. Para lograr semejante proeza debería, en principio, comenzar a sumar votos propios, algo que todavía no se refleja en ningún sondeo. Uno de los motivos por los que se niega a una PASO en Alternativa Federal es que nadie le asegura que pueda ganarla.
En el peronismo, en tanto, la hipótesis del consenso sigue ganando adeptos. Las palabras del gobernador de Entre Ríos, Gustavo Bordet, convocando a una unidad, incluso detrás de la candidatura de CFK, marcan el camino que tomarán otros jefes provinciales. Una pista: los senadores que responden a Bordet, a la fueguina Rosana Bertone y al sanjuanino Sergio Uñac firmaron el texto que hizo circular la semana pasada Pino Solanas para solicitarle al procurador Eduardo Casal que deje sin fueros al fiscal Carlos Stornelli. El domingo que viene el peronismo unido tendrá otra prueba de fuego en Santa Fe. Para entonces, todavía falta una eternidad.