Cada 20 años aparece el gran actor argentino. Ese que refleja en sus personajes el "cómo somos". Exageremos pero solo un poco: es muy difícil encontrar una película argentina de los 80 donde no actúen Federico Luppi, Hector Alterio y Luis Brandoni. Sus películas son las que llevan la gente a los cines. Son los argentinos de fines del proceso y comienzos de la democracia. Puteadores consumados, indignados que responden con furia a los aprietes de una sociedad corrupta. No siempre ganan, porque el cine argentino tiene una larga tradición de maltrato hacia sus héroes. No quiere que sean felices.
El siglo se acaba y comienza el reinado de Ricardo Darín. El galancito optimista de la serie "La playa del amor" lleva veinte películas entre el 2000 y el 2015. Ver a Darín, en estos últimos años, es encontrarse con su evolución del Homo Picarus al Homo Melancolicus. El argentino de Darín -desde la saga con Campanella hasta "Relatos Salvajes"- es un sujeto reconcentrado en su tristeza, cínico por fuera y dolorido por dentro, capaz de acciones arrojadas en las que termina saltando por encima de sí mismo. Tristeza e ira suelen ser las dos caras de una misma moneda. Pero vivimos tiempos de recambio. El año pasado, después de que "Relatos Salvajes" convirtiera a su Bombita en un héroe popular, Darín manifestaba su intención de dejar de filmar para dejar el lugar a otros actores.
Diego Peretti -que viene de estrenar "Wakolda" y "La reconstrucción" durante 2013- se presenta como uno de los probables sucesores al puesto del actor "que nos refleja", esa esencia inmutable en la que buscamos refugio. Pero este 2014 parece ser el año del despegue. En "Papeles al viento" de Juan Taratuto, Peretti es un hincha de Independiente que quiere salvar la herencia de un amigo muerto. El film está basado en un cuento de Eduardo Sacheri (el autor de "El secreto de sus ojos"). Tanto en este film como en "Sin hijos" Peretti encaja perfectamente con el paradigma del hombre de esta década. Un hombre-niño medio ridículo y consciente de su ridiculez, porque sabe que es su capital de seducción. Un sujeto humillado por el Universo, de rostro asimétrico y expresión de desencanto.
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Mostrarse incompleto y vulnerable es el secreto de su éxito, en esta década de nuevas masculinidades y simpatía por los perdedores. Un nuevo Homo Argentinus para el siglo XXI.