Carla Guelfenbein: "El arma más poderosa del patriarcado no es su violencia, sino su universalidad"

28 de diciembre, 2021 | 15.22

(Por Eva Marabotto) Las historias de cuatro mujeres que habitan la ciudad de Nueva York en diferentes épocas se entrecruzan en la trama de “La estación de las mujeres”, la novela más reciente de la escritora chilena Carla Guelfenbein, que pone en escena la soledad, la búsqueda de la libertad, el amor, la opresión y la necesidad de dejarlo todo para encontrar la felicidad.

“Esperar es desaparecer”, asegura Margarita, una mujer que convive con la casi certeza de que su marido la engaña con una de sus estudiantes. Anne, la conserje de un edificio de Manhattan lee en sus ratos libros un libro que lleva por título Cómo desaparecer en América sin dejar rastros”. Elizabeth abandona su vida acomodada y decide para elegir por sí misma y Doris Dana se deja seducir por la madurez y la inteligencia de Gabriela Mistral. Sus historias mezclan realidad y ficción y se entrelazan para componer un fresco sobre la condición femenina.

Carla Guelfenbein nació en Santiago de Chile y estudió Biología con especialización en genética de población en la Universidad de Essex, Inglaterra. Trabajó como periodista y editora antes de dedicarse a la narrativa. Es autora de las novelas “El revés del alma”, “La mujer de mi vida”, “El resto es silencio”, “ Nadar desnudas” y “Llevame al cielo”. “Contigo en la distancia” mereció el Premio Alfaguara de novela en 2015.

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Sobre la descripción de la condición femenina que hace en su novela y el trabajo de entrecruzamiento de la realidad y la ficción conversó la autora con Télam. A continuación, los principales tramos de la entrevista.

-Télam: ¿Qué tienen en común las cuatro mujeres cuyas vidas se entrecruzan en "La estación…"?

-Carla Guelfenbein: Comencé a escribir esta novela durante una temporada que pasé en Manhattan. Eran días de caminar, de conversar con desconocidos, de quedarme en un café tomando notas de lo que me llamaba la atención. Fue en este escenario que surgieron las mujeres de esta novela. En todas ellas están entremezcladas la realidad y la ficción. Anne, por ejemplo, la conserje que en la novela un día desaparece, es una chica con quien me encontraba todas las mañanas a las puertas del lugar donde me hospedaba y con quien sostuve una silenciosa complicidad. Elizabeth, por su parte, la chica que en 1946 huye de su casa para estudiar literatura en Columbia, y que hace el amor con un hombre mayor todas las tardes en un cuarto que da a la calle, surgió de una imagen, la de mi propia ventana que daba a la calle y a través de la cual escuchaba los sonidos de la ciudad. Margarita, a su vez, la mujer que aguarda sentada en una banqueta ver aparecer a su marido cogido del brazo de una de sus estudiantes para hacer estallar su vida, surgió de una obra de la artista Jenny Holzer. Es una banqueta que está frente a las puertas de Barnard College, donde yo misma me senté muchas veces. Todas habitan en el barrio que rodea la Universidad de Columbia, todas tienen una fractura existencial.

-T.: ¿ Cuál es el protagonismo que tiene en el cruce de historias la cosmopolita ciudad de Nueva York?

-C.G.: Como decía antes, Manhattan, pero, sobre todo, el barrio que está alrededor de Columbia, están en el corazón de la novela. Todo surge de la ciudad, de lo que me fue ofreciendo en mis caminatas y recorridos. También de las historias que descubrí, como por ejemplo el hecho de que Doris Dana y Gabriela Mistral se encontraran allí por primera vez. Me interesaba mucho suscribir la novela a un espacio acotado. De alguna forma, al hacer un rayado estrecho de la cancha, la libertad, la fuerza y la complejidad del texto tendrían que surgir por otros lados. Constreñir para hacer reventar las historias.

-T.: ¿Cuánto pesa el desarraigo, ya que algunas son inmigrantes, en la infelicidad de esas mujeres?

-C.G.: Sin duda el desarraigo es un elemento que las hermana. Pero no solo un desarraigo geográfico, también un desarraigo existencial. Cada una de ellas, a su manera y por distintas razones, no calza en el mundo que les toca vivir. Margarita como la esposa de un connotado físico chileno que enseña en Columbia, se siente ajena al mundo académico y sobre intelectualizado en el que se mueve su marido. Anne, marcada por un enigma sobre su origen, no calza en la vida monótona de conserje que lleva. Elizabeth tampoco se ajusta a los extraños cánones de comportamiento de la familia poderosa, rica y a la vez dañada en la que le tocó nacer. Y por último, Doris Dana, la aristócrata estadunidense que se enamora perdidamente de una poeta chilena, de origen humilde y treinta años mayor que ella, constituye en sí misma una suerte de símbolo de desarraigo de su origen.

-T.: El título es una ironía, ¿existe una “estación” de las mujeres?

-C.G.: Claro, ¡es una ironía! De hecho en la novela hay un momento en que una de la protagonistas dice que su abuela considera que la primavera es la estación de las mujeres, burlándose de sus ideas románticas del ser femenino. Pero la palabra “estación” tiene dos acepciones, la de las estaciones del año, y las estaciones de trenes, lugares donde se inician y terminan los viajes. Lugares de paso, impersonales, y a veces definitivos, que poseen siempre un halo de misterio. La estación de las mujeres es todas esas cosas.

- T.: ¿Cuál es el trabajo de documentación para componer los personajes “históricos” de la novela? Hay citas de las cartas que intercambiaron Gabriela Mistral y Doris Dana, por ejemplo…

-C.G.: Sin duda lo más emocionante que me ocurrió cuando escribía esta novela fue descubrir que Doris Dana y Gabriela Mistral se conocieron en Manhattan. Ocurrió cuando la poeta fue a dar una charla a Barnard College en 1946. Desde ese día Doris comenzó a escribirle y a buscarla, hasta que la poeta accedió a que se encontraran en México. Desde entonces se entabló entre ellas una relación amorosa que está plasmada en los cientos de cartas que Gabriela le envió a Doris Dana. Estas cartas, recopiladas por PRH en un libro llamado Doris, vida mía fueron esenciales en la construcción del personaje de Doris en la novela. En ellas queda de manifiesto el amor pasional que las unió, amor que los mistralistas han intentado hacer pasar por un amor filial.

-T.: Pero no fue filial…

-C.G.: Me interesaba mostrar ese aspecto de la Mistral, un aspecto que ha sido vedado y encubierto bajo la imagen de una mujer casi virginal, aburrida, desprendida de lo carnal, que no responde en absoluto a su verdadera naturaleza. Conocer este aspecto de ella, me otorgó una mirada diferente y esencial sobre su obra. También en la investigación fueron importantes algunos textos que escribió su sobrina, Doris Atkinson, y sobre todo un documental de Manena Wood llamado Locas Mujeres. Luego, por supuesto, investigué mucho sobre Manhattan en esos años, fotografías, películas, que me fueron dando una imagen precisa de la topografía de la ciudad.

-T.: ¿ Es el libro que lee Anne una pista para leer la novela en el que la que las mujeres también buscan perderse y ser otras?

-C.G.: Sí, claro. En una de mis caminatas, encontré un librito azul en una librería de libros raros, que se llamaba Cómo desaparecer en América sin dejar rastros. Recuerdo que apenas lo vi, supe que había encontrado algo valioso para la novela. La idea de que alguien quisiera esfumarse, sin identidad ni lazos, en la más absoluta soledad, me produjo una curiosidad casi morbosa. Por lo transgresiva, pero a la vez, por la derrota que implica. Algunas de las protagonistas de La Estación de las mujeres desaparecen para salir en busca de algo, pero otras lo hacen porque la vida las ha derrotado. Margarita dice en un momento, “Esperar es desaparecer”, y creo que ahí está la clave que une a todas estas mujeres. Cada una de ellas está en un momento crucial, y debe hacer algo, algo importante en su vida, si no quedará varada allí para siempre.

-T.: ¿Cómo es el amor que buscan y que les falta a estas mujeres?

-C.G.: No estoy segura de que todas busquen el amor. Aunque cueste creerlo, los autores no siempre sabemos todas las intenciones de nuestros personajes. Pero tal vez lo que subyace en todas estas historias es la noción de que, al fin y al cabo, el arma más poderosa del patriarcado no es su violencia, sino su universalidad, su persistencia, y su capacidad obstinada y eficaz de hacerse pasar por “normalidad”.

-T.: Aunque no es un personaje de la novela Jenny Holzer aporta textuales que sirven para entender lo que les pasa a estas mujeres…

-C.G.: Absolutamente. Para quienes no están familiarizados con Jenny Holzer, se trata de una artista estadounidense neo-conceptual conocida por desplegar ideas a través de palabras en espacios públicos, como luces proyectadas en edificios, banquetas de plaza, etc... Frases como “Llega hasta el límite tan frecuentemente como puedas”, “Es esencial tener una vida imaginaria”, “Morir de amor es hermoso pero estúpido”, en la novela se van trenzando con la conciencia más íntima de uno de los personajes: Margarita. Sus textos están llenos de irreverencia, de una concisión y un poder que, cuando los descubrí, provocaron un eco profundo en mí. Tuve el privilegio de que la artista accediera a que incluyéramos su obra en la novela. Pienso que si la novela fuera una música, las frases de Holzer serían los timbales, o los tambores, ese sonido que va marcando no solo el ritmo, sino también la profundidad de la melodía.

Con información de Télam