Discursos negacionistas y la pérdida de la Memoria: qué pasa con los jóvenes y lo colectivo

07 de octubre, 2023 | 19.00

En medio de la campaña presidencial, los discursos negacionistas -que en realidad encubren una reivindicación de la última dictadura cívico militar-, tomaron fuerza y centralidad de agenda, como hace décadas no pasaba en nuestro país. Este escenario quedó en evidencia el último domingo cuando el candidato más votado en las elecciones primarias, Javier Milei, esbozó en medio del debate, frente a millones de argentinos y argentinas, que “durante los 70 hubo una guerra”, que en esa guerra “las fuerzas del Estado cometieron excesos”, y que “no fueron 30 mil los desaparecidos, fueron 8.753”. Lo paradójico es que el debate se trata de una instancia obligatoria del proceso electoral reglamentado por la Ley 27.337, que pretende promover los valores democráticos. Cabe preguntarse entonces a quién le habla y cómo es posible la legitimación de estos discursos a 40 años de la vuelta a la democracia.

Si el eco de estos discursos es permanente, por la presencia sombría de los sectores de la sociedad civil cómplices de la dictadura en la vida política argentina, el proceso de deterioro de los consensos democráticos comenzó con la llegada de Mauricio Macri en 2015, el fin del “curro de los derechos humanos” y el proceso de “deskirchnerización” que derivó, por ejemplo, en el fallo dictado por la Corte Suprema en mayo de 2017 que concedía el beneficio del 2x1 a los represores. No podemos olvidar que fue el propio ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Darío Lopérfido, el primero en actualizar la discusión sobre la cifra de desaparecidos. Fue el gobierno de Cambiemos el que logró instalar entre sus acciones gubernamentales la noción de “memoria completa” sobre el pasado, una narrativa basada en la teoría de los dos demonios que se había mantenido marginal y encontró un nuevo marco de apertura para incidir en la disputa por el sentido del pasado reciente.

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En los últimos años esta mirada logró escalar aún más en la agenda política, con prepotencia y hasta un dejo de revanchismo, y lo hizo a través de La Libertad Avanza, un proyecto que se presenta como “novedoso” y utiliza la compleja coyuntura de nuestro país con una realidad económica crítica, para resquebrajar las bases de los consensos de convivencia a través de poner en duda la crueldad, el carácter sistemático y genocida de la última dictadura cívico militar, y refrescar el pedido de “memoria completa”. Javier Milei y Victoria Villaruel, en un doble movimiento audaz se alimentan del apoyo, el voto y la atención de las nuevas generaciones hambrientas de representación, y al mismo tiempo, utilizan el hartazgo con la “casta política” como Caballito de Troya de un proyecto autoritario disfrazado de “liberal”.

Este año celebramos los 40 años de democracia ininterrumpida, período en el cual la justicia ha condenado a más de 1.126 personas en los juicios por crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura. Pero el lema no se trata de una simple efeméride, sino de un proceso abierto y dinámico muchas veces sujeto a los vaivenes de la política de turno. Milei funciona como laboratorio social de una imagen de futuro en el que las nuevas generaciones pierden confianza, se alejan de las bases de la democracia y ponen en duda el camino hasta ahora construido con tanto esfuerzo y compromiso. En ese marco es necesario que se desarrolle un plan sostenido en el tiempo comprometido con los derechos humanos y políticas públicas de la memoria para que los proceso de justicia e investigaciones no se detengan.

Los jóvenes y el fin de un mundo común

No alcanza con la crisis económica argentina, la inflación o la desconfianza en el sistema partidario para entender la permeabilidad de este tipo de discursos y la crisis de representación en las nuevas generaciones. Es cierto que las dificultades se terminan reflejando en las condiciones materiales y de posibilidad de millones de jóvenes del mundo que ingresan a un mundo adulto sin oportunidades ni perspectivas de futuro; pero en realidad lo que se observa con más preocupación es un fenómeno plenamente sociocultural que trasciende las fronteras de nuestro país y está inscripto principalmente en las personas que forman parte de las denominadas generaciones Z y Milennial, menores de 40 años.

Estas generaciones han transcurrido gran parte de sus vidas en procesos de deterioro de la convivencia social democrática rodeados de problemáticas estructurales y urgentes como la pobreza, la desigualdad, la crisis climática, la inseguridad, la corrupción, y los altos niveles de violencia. Más allá de las discusiones teóricas y la desconfianza en la política, la experiencia diaria, el debilitamiento de los vínculos y el vertiginoso crecimiento del uso de redes sociales y plataformas, que constituyen un nuevo lugar para el debate público orientado a los consumos y perfiles individuales, han generado una distancia entre los jóvenes y las bases comunitarias de una democracia.

Un estudio realizado recientemente por El Barómetro de la Sociedad Abierta muestra que este grupo etario es el que tiene menor fe en la democracia, lo que representa una grave amenaza para el futuro. La investigación conjuga y analiza información surgida de 36.344 encuestas realizadas a personas de 18 años o más, pertenecientes a 30 países del mundo, incluido Argentina.  El dato llamativo es que si bien a nivel general el 86% de los encuestados afirmó querer vivir en una democracia y el 72% cree que los derechos humanos han sido una “fuerza para el bien” en el mundo, en los jóvenes de entre 18 y 35 años la cifra baja al 57%. Del otro lado el 42% cree que las dictaduras militares son mejores formas de gobierno y un 35% preferiría vivir en un régimen civil pero autoritario, sin división de poderes ni sistema parlamentario efectivo.

En nuestro país, sobre todo desde 2003 con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación hasta la actualidad, se han impulsado desde el Estado políticas de Memoria y programas de fortalecimiento de los Derechos Humanos en un trabajo articulado con los organismos. La tarea fue generar una narrativa centrada en reconstruir los hechos de la última dictadura cívico militar para generar memoria a partir de lo ocurrido. Sin dudas una de las esferas cruciales es el ámbito educativo con el objetivo de que las nuevas generaciones fortalezcan la memoria colectiva y la defensa de los valores democráticos, por fuera de las lógicas partidarias. Pero cabe preguntarse si ello es suficiente en el contexto actual que transitamos. ¿Por qué se produce el crecimiento de los discursos negacionistas y la desconfianza en la democracia incluso en los pibes y pibas que crecieron en la década ganada rodeados de políticas de memoria?

Son múltiples y complejos los factores que influyen en este fenómeno. Pero quiero detenerme particularmente en un aspecto sociocultural que no puede ser ignorado y encaja como pieza de lego en el modelo social de La Libertad Avanza: el fuerte cambio de paradigma en la forma de comprensión e interpretación de la realidad de las generaciones más jóvenes que tiene que ver con limitar la validez de la historia, la memoria, y la construcción de sentido de los hechos en base a la experiencia biográfica y la evidencia exclusivamente. Como diría Thalía “Si no me acuerdo, no pasó”.  Esta forma de entender los relatos históricos se alejan de las nociones de construcción de memoria colectiva como base de la democracia, para pasar a un modelo comunicacional de fragmentos sueltos, sujetos que hablan pero no dialogan ni interactúan porque solo lo hacen para reafirmar el poder del Yo.

Eric Sadin, en su libro “La era del individuo Tirano”, hace un diagnóstico de la construcción de subjetividades hiperindividualistas y autoreferenciales en una contemporaneidad post pandémica marcada por el impacto de los artefactos tecnológicos y  el uso indiscriminado de las plataformas y redes sociales. En un mundo atomizado donde se han debilitado las bases comunitarias y colectivas, el individuo ocupa un papel protagónico, absoluto, que denota una conducta resentida, revanchista y egoísta fruto del aislamiento social colectivo.

Podríamos hablar de un proceso de tuiterización del diálogo social y democrático por lo que la voluntad apunta más a generar un mensaje de impacto, a provocar el desmarque de la media, que a generar un consenso político. Como explica Sadin “los seres humanos buscan afirmarse no tanto en vistas a defender pacientemente un punto de vista o a intentar convencer a sus interlocutores, sino para imponer su propia percepción de las cosas. Es como si la perspectiva de anudar lazos constructivos por medio del dialogo de ahora en más se hubiera abolido y solo contara la necesidad irreprimible de hacerse escuchar y de expresar el propio exceso de afección”.

La conducta de sentarse solo o sola frente a una pantalla y un algoritmo que ofrece un visión del mundo segmentada para cada individuo representa, voluntaria o involuntariamente, un ejercicio de interpretación del mundo fragmentado, un formato de afirmación de la percepción de la realidad mediado por dispositivos digitales y por una puesta en escena del relato. Esta nueva psyché propone que “para muchas personas, el referente principal según el cual uno se determina y el que se convoca en casi toda oportunidad es uno mismo. El yo representa la fuente primera –y en general definitiva– de la verdad”. Todo lo contrario al proceso de construcción social y colectiva de la memoria.

El uso de herramientas y dispositivos personalizados, los consumos on demand puestos a disposición de la voluntad de cada uno, los mensajes y contenidos en redes destinados a dar en el clavo, e incluso la construcción de vínculos sociales mediatizados y superficiales, y condicionados por los ritmos y tiempos de cada uno, deterioran irremediablemente la matriz colectiva. Bajo estas condiciones y un tipo de conducta social hiperfragmentada se diluye la acción política colectiva, la construcción social de la memoria y hasta la organización social comunitaria.

Sadin incluso llega a hablar de “narcisismo patológico” y plantea que es como si en dos décadas el cruce entre la horizontalidad de las redes y el desencadenamiento de las lógicas neoliberales “hubiera llevado a una atomización de los sujetos que es incapaz ya de anudar entre ellos lazos constructivos y duraderos, para hacer prevalecer reivindicaciones prioritariamente plegadas sobre sus propias biografías y condiciones”. La vida empieza y termina con uno, la existencia personal y el individualismo liberal aspira a la autodeterminación de los ciudadanos. En otras palabras, la negación misma de lo político.

La disputa por el sentido de la última dictadura cívico militar que plantean Milei y Villarruel no se limita a la destrucción de lo conquistado en materia de derechos humanos,  memoria, verdad y justicia. Por detrás implica un proyecto de reconfiguración del entramado social, un proceso de reorganización de las relaciones sociales democráticas y comunitarias por otros medios que parte del desdibujamiento del sujeto político, la deshistorización de un legado simbólico y neutraliza el potencial colectivo transformador de la realidad. ¿Cómo es posible la construcción de una memoria colectiva si cada uno parte de su realidad individual segmentada y crece la indiferencia entre las personas y su entorno? ¿Cómo reconstruir el diálogo en una época que se alimenta del narcisismo y potencia sentimientos como la ira y el resentimiento?

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Fabiana Solano

Mi nombre es Fabiana Solano y tengo 34 años. Soy socióloga egresada de la UBA y casi Magister en Comunicación y Cultura (UBA). Digo ‘casi’ porque me falta entregar la bendita/maldita Tesis, situación que trato de estirar con elegancia. Nunca me sentí del todo cómoda con los caminos que me ofrecía el mundo estrictamente académico. Por eso estudié periodismo, y la convergencia de ambas disciplinas me dio algunas herramientas para analizar, transmitir, y explicar la crisis del 2001 en 180 caracteres. Me especializo en culturas y prácticas sociales, desde la perspectiva teórica de los Estudios Culturales. Afortunadamente tengo otras pasiones. Me considero una melómana millennial que aprovecha los beneficios de las múltiples plataformas de streaming pero si tiene que elegir prefiere el ritual del vinilo. Tengo un especial vínculo con el rock británico (siempre Team Beatles, antes de que me pregunten), que se remonta a mis primeros recuerdos sonoros, cuando en mi casa los domingos se escuchaba “Magical Mistery Tour” o “Let It Be”. Además soy arquera del equipo de Futsal Femenino de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), rol que me define mejor y más genuinamente que todo lo que desarrollé hasta acá. Por supuesto que la política ocupa gran parte de mi vida y mis pensamientos. Por eso para mi info de WhatsApp elegí una frase que pedí prestada al gran pensador contemporáneo Álvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.

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