El papiro de Ebers, descubierto en 1862 en lo que hoy es Luxor, Egipto, es notable en incontables aspectos: uno de los más antiguos tratados médicos que se conozcan, fue redactado 1500 años antes de nuestra era, mide 20 metros largo por 30 cm de alto, y compila casi un millar de enfermedades (incluso la depresión) y un número similar de sustancias que integraban la farmacopea de la época. Entre ellas, ya se encontraba la diabetes, que en esos tiempos se identificaba por orina pegajosa, con sabor a miel y que atraía fuertemente a las hormigas.
La medicina india ya distinguía dos formas: una que se daba en jóvenes delgados, que no sobrevivían mucho tiempo, y otra que se presentaba en personas mayores y con exceso de peso; las de tipo 1 y tipo 2 de la actualidad, respectivamente.
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“La diabetes se conoce desde hace 3500 años, pero solo hace poco más de un siglo, gracias a las investigaciones de [Federick] Banting y [Charles] Best pudimos contar con la insulina; antes, no existía ningún tratamiento efectivo –cuenta Gabriel Litjeroff, ex presidente de la Federación Argentina de Diabetes (FAD) y miembro de la comisión asesora permanente de diabetes del Ministerio de Salud de la Nación–. Es importante destacar que antes de que dispusiéramos de la insulina, el promedio de vida de una persona con diabetes tipo 1 rondaba los seis meses y en la actualidad tenemos pacientes de más de 80 años, que la controlaron desde la niñez y pudieron tener una vida plena”.
Descripta en 2010 por Pierre Lefèbvre, entonces director de la Fundación Mundial para la Diabetes, como “un tsunami que todavía no llegó a lo más alto”, se calcula que la padecen 537 millones de personas en el mundo, pero que para 2045 ese número aumentará en un 46%. “En el país, según la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, afecta a más de uno de cada 10 argentinos mayores de 18 años. Pero lo más preocupante es que el 45% desconoce su diagnóstico, y eso hace que no tomen ninguna iniciativa de cuidado –afirma Carla Musso, endocrinóloga especializada en diabetes y coordinadora del Servicio de Diabetes de la Fundación Favaloro–. Casi la mitad de las personas que padecen diabetes mellitus no lo saben porque es una enfermedad silenciosa. Para el momento en que empiezan a verse los síntomas ya implica riesgos importantes. Del otro 55%, sólo el 20% logra alcanzar los objetivos de buen control de la enfermedad, el colesterol y la presión arterial”.
La diabetes se presenta cuando los niveles de glucemia o “azúcar en sangre” se encuentran elevados. Puede deberse a causas genéticas o a hábitos de vida poco saludables. Sin cuidado, a lo largo de la vida provocará complicaciones, algunas muy graves. “Por eso, necesitamos testeos para encontrar a las personas que la padecen, pero desconocen su condición –aclara Musso–. Los mayores de 65 tienen mayor riesgo; en esa franja de edad la prevalencia aumenta al 20%”.
El diagnóstico de diabetes es bioquímico: se realiza con un análisis sanguíneo muy sencillo y es positivo cuando, después de ocho horas de ayuno, arroja dos lecturas de glucemia igual o mayor a 126 miligramos por decilitro. Otro recurso es la “prueba oral de tolerancia a la glucosa” cuando es igual o mayor a 200 mg por dl. Se considera que hay prediabetes (que también puede conducir a comorbilidades) cuando la glucemia en esta última prueba es de entre 140 y 199 mg por dl.
“Visión borrosa, pérdida de peso aún comiendo, falta de energía, sed excesiva o necesidad de levantarse varias veces a la noche para orinar son síntomas que pueden alertar sobre la posibilidad de diabetes”, explica Musso.
Fuertemente asociada con la obesidad, uno de los datos que alarman es la acelerada progresión de esta última. “Nuestros números de sobrepeso y obesidad son similares a lo que ocurre en el resto del mundo –destaca la especialista–. Si sumamos ambas condiciones, no da que el 71.6% de las personas las padecen. Algo agravado si se piensa que más del 70% de los niños con obesidad antes de la pubertad van a a vivir toda la vida con esta patología y van a tener más tiempo para desarrollar las comorbilidades, que son múltiples”.
Una de las más frecuentes y probablemente más tempranas es la enfermedad cardiovascular; pero dentro de este grupo también figura la enfermedad renal, la denominada retinopatía diabética (daño en los vasos sanguíneos del tejido sensible a la luz que se encuentra en el fondo del ojo), el pie diabético (infección, úlcera o destrucción de los tejidos originados por alteraciones vasculares y del sistema nervioso periférico), e insuficiencia arterial o disfunción del endotelio (alteración en la relajación vascular).
“Es la principal causa de ingresos a diálisis y de ceguera en adultos, luego de la catarata no operada –agrega Martín Rodríguez, médico internista especializado en diabetes, ex profesor titular de Endocrinología, Metabolismo y Nutrición de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo–. Se asocia con un riesgo dos a cuatro veces mayor de accidentes cerebrovasculares. Y la neuropatía es, junto con la enfermedad arterial de las piernas, la principal causa de amputaciones”.
Dentro del grupo de riesgo están aquellos con antecedentes de diabetes en familiares de primer grado (madre o padre), con hipertensión arterial, con niveles bajos de colesterol “bueno” (HDL), antecedentes de diabetes durante el embarazo o que tuvieron hijos nacidos con más de cuatro kilos. También, los que tienen sobrepeso, obesidad, son sedentarios, tienen algún grado de depresión. “Estas personas deberían pedirle a su médico un análisis de glucemia”, explica Musso.
El tratamiento actual va más allá del control de la glucemia. “Hoy sabemos que debemos vigilar el colesterol, el peso corporal, la agregación plaquetaria [si aumenta la tendencia la coagulación de la sangre] y la presión arterial. Esto hace que miremos al paciente como un todo –subraya Musso–. Por lo menos una vez por año debemos evaluar factores como la obesidad, el tabaquismo (y sugerir programas de cesación tabáquica) y enfermedad renal (haciendo una determinación de albúmina)”.
Y agrega Rodríguez: “En la actualidad, la gente duerme poco y esto también condiciona el riesgo de padecer diabetes. El sueño inapropiado se asocia con mal control de la enfermedad. Igual que el alto consumo de alcohol”.
Un factor crucial de la prevención es la actividad física. “En menos de 40 años, el índice de masa corporal creció dos puntos –subraya Rodríguez–. Esto implica que la población mundial aumentó cerca de ocho kilos en promedio en ese lapso. La Encuesta Nacional de Factores de Riesgo muestra que esto viene incrementándose y hace unos años publicamos con un colega un trabajo en la revista Medicina en el que mostramos que el 68% de las personas que tienen sobrepeso u obesidad consideran que su peso es normal o ligeramente elevado. Por otro lado, en la Argentina, más del 50% de la población es sedentaria. La falta de actividad física es una condición patológica, ya que el movimiento es una condición inherente al ser humano que fuimos perdiendo. También hay bajo consumo de frutas y verduras. Todo esto eleva el riesgo de desarrollar diabetes en un porcentaje importante de la población”.
Los médicos recomiendan caminar, andar en bicicleta, trotar o realizar cualquier tipo de actividad aeróbica de intensidad moderada como mínimo 150 minutos semanales. “Puede ser caminar a una velocidad de cuatro kilómetros por hora, por ejemplo, que permite hablar pero no cantar –dice Rodríguez–. Cualquier movimiento, aunque no sea un ejercicio específico que exija ir al gimnasio, incluso las actividades de todos los días, ir al trabajo caminando a subir por la escalera, el solo hecho de moverse un poco ya reduce el riesgo. Tiene impacto en trastornos cognitivos, estrés, sueño, digestión, autoestima, mejora la circulación, reduce la aparición de más de ocho tipos de cáncer, reduce la incidencia de Alzheimer y Parkinson. Cada día se le encuentran más propiedades a la actividad física”.
Si bien todavía no es posible curar la diabetes, sí lo es lograr una remisión; es decir, recuperar valores normales de glucemia, por ejemplo, haciendo el tratamiento y logrando un descenso del 10% del peso corporal. “Al adelgazar y hacer actividad física, quitamos la grasa del hígado y el páncreas, y estos órganos pueden funcionar mejor –aclara Rodríguez–. Pero si la persona vuelve a engordar y a quedarse quieta, el cuadro reaparece. Hay estudios en los que se observó el efecto de cambios de hábitos de vida complementados con la administración de metformina y mostraron una remisión de entre el 20 y más del 30% en pacientes con prediabetes, y reducción del pasaje a diabetes de un 58%”, sintetiza Rodríguez.
“En el Siglo XX, el gran problema de salud era la desnutrición –apunta Litjeroff–. Hoy, el 52% de la mortalidad tiene que ver con el aumento de la obesidad y el sobrepeso, que a su vez tiene que ver con el abaratamiento de las grasas y de los productos azucarados. Casi el 13% de la población mayor de 18 años en la Argentina tiene diabetes. Si a las dos horas de hacerse una prueba de tolerancia a la glucosa, el valor de glucemia asciende a entre 140 y 199, también hay que iniciar el tratamiento, porque la prediabetes puede tener las mismas complicaciones que la diabetes tipo 2. Con respecto a la diabetes tipo 1 (o “insulinodependiente”, que representa alrededor del 10% de los casos) no podemos prevenirla. Cuando aparece, es importante ir rápidamente al médico. Pero sí tenemos como disminuir el riesgo de la de tipo 2: por más que una persona tenga la genética que la predispone a padecerla, si hace un plan alimentario adecuado y hace actividad física en forma regular, puede evitar que aparezca en un 60% de los casos”.
“Es necesario tomar la obesidad y el sedentarismo como núcleo de políticas de Estado”, advierte Rodríguez.
Y concluye Litjeroff: “A veces decimos que la medicina es antinatural, porque lo ‘natural’ es morirse a los 44 años, como en el 1900, cuando no teníamos antidiabéticos, vacunas, anestesia o antihipertensivos. Para controlar la diabetes tenemos que tener en cuenta cuatro pilares. El tratamiento farmacológico es apenas el 25%. A eso hay que sumarle la educación diabetológica, el plan alimentario y la actividad física. Conocer la naturaleza de la enfermedad, informarse es una de las herramientas más importantes para el control”.