El capitalismo neoliberal, la pandemia por el coronavirus y la política

09 de enero, 2021 | 19.00

El principal problema en el combate contra la pandemia es el capitalismo neoliberal. Se podría decir que no hace falta el adjetivo “neoliberal” pero también es cierto que el mundo capitalista ha dado un giro particularmente dañino y peligroso en términos civilizatorios durante los últimos cuarenta años. No solamente en términos de distribución del ingreso sino también en términos culturales. La velocidad de circulación del capital ha crecido exponencialmente, la cantidad y calidad de aspectos de la vida de la sociedad que se subordinan a la lógica del mercado es abrumadora. Es inevitable, entonces, lo que el papa Francisco llama “descarte”: si algo no es funcional a la única aspiración del capital, que es reproducirse en la escala y en los ritmos más veloces posibles, es completamente descartable.

La pandemia no está fuera de esa realidad, no podría estarlo. Es un factor “externo”, pero rápidamente se convirtió en un habitante natural del planeta que altera todas las prácticas y amenaza todas las seguridades de la civilización humana. ¿Y cómo reaccionamos los seres humanos? La diversidad tiende al infinito, por eso no se puede contestar de modo simple la pregunta. Pero esa diversidad gira alrededor de un eje, el eje es la cultura de una civilización que abarca todos los sitios habitables de nuestro planeta, aun cuando no en todos esos lugares imponga su hegemonía con la misma intensidad. Esa cultura es capitalista-neoliberal. Hay que insistir: la propia cultura con pretensiones emancipatorias está impregnada de individualismo, mercantilismo, espíritu competitivo y otras de las bellezas tan exaltadas en la tradición filosófica liberal (en este caso sin el prefijo “neo”). Todo esto no tiene cuarenta años de historia sino más de cinco siglos. El enorme desarrollo de la civilización tecno-industrial, lo colosal de sus adelantos convive con una cada vez más pronunciada degradación de su relación con el resto de las formas de vida en nuestro planeta y con sus semejantes.  La desigualdad crece en modo exponencial. Hoy comprobamos que el único momento en que se interrumpió el avance exponencial de la desigualdad fue el que va desde el final de la segunda guerra mundial hasta la desaparición de la Unión Soviética. Fue el tiempo del capitalismo “bueno y sensible”, de los estados “de bienestar”, de la intervención estatal para morigerar la desigualdad. En ese contexto la desigualdad creció de todos modos pero en forma menos impactante que en los años anteriores y posteriores.

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¿Qué es lo que reclamamos cuando pedimos “más libertad”? Está claro que es recuperar un modo de vivir. Que el Estado no nos moleste en nuestro proyecto de vida. Ese es el vector principal, por la sencilla razón de que el Estado –ese demonio del neoliberalismo- conserva cierta escasa capacidad de controlar el descontrol capitalista. Puede influir en los salarios, en los modos de trabajo (cada vez menos) y en muchos otros aspectos de la vida colectiva. Y la decisión no siempre coincide con la lógica automática de la tasa más alta de ganancia posible para el capital. No puede coincidir siempre, entre otras causas, porque funcionan (cuando y donde funcionan) mecanismos estatal-democráticos, puntualmente las elecciones libres, que incluyen en la vida pública la agenda de la demanda social. Y la demanda social no tiene como sentido excluyente la exitosa y rápida circulación del capital.

La pandemia ha llevado a una encrucijada: a qué le damos prioridad, a la vida o a la circulación del capital. Parece fácil: a la vida. Pero, entonces, por qué tantas personas han pasado a considerar las reglamentaciones sanitarias de los gobiernos como el problema principal de sus vidas. La proporción en que cada vida está en peligro es baja. Menos baja en ciertas condiciones socio-ambientales pero de todos modos baja. Del otro lado, en cambio, hay certezas: me impiden trabajar, me impiden reunirme con amigos, me impiden ver determinados espectáculos. Muy caro todo, en relación con una probabilidad de morirme relativamente baja. Ese cálculo ya es una forma capitalista, es un cálculo de costos y beneficios tal como lo explican algunos profesores de economía. El modo del cálculo es inteligente para el individuo y desastroso para la humanidad. Pero, más allá de la pandemia, ese modo del cálculo abarca toda la vida de las criaturas humanas del capitalismo neoliberal. Ahí radica la clave del envenenamiento progresivo del planeta, de la destrucción de especies enteras a favor de la extensión del reinado de la propiedad privada y la máxima ganancia capitalista. También la clave de la consideración –hoy extendida a lo largo del mundo- de la vida o la muerte de “los otros” como una variable estadística. Esta pérdida progresiva de la compasión es la principal amenaza para la vida humana. Una vez más: lo que es beneficioso para el cálculo individual es desastroso para el conjunto del género. Escuché decir hace unos días que los humanos somos la especie menos compasiva hacia sus propios individuos entre todas las que habitan la tierra. Estamos viviendo la demostración de esa tesis.

Y en este contexto se hace política. En la Argentina hay un gobierno surgido de un tipo de contrato electoral específico. Consiste en alentar e impulsar una sociedad más igualitaria, más contenedora de todos, menos librada a las lógicas automáticas del mercado. El gobierno surgido de ese contrato ha encarado con mucha inteligencia y sensibilidad la cuestión de la defensa sanitaria de argentinos y argentinas. El paso del tiempo fue debilitando esa posición: en la calle cesaron los aplausos a los médicos y enfermeros y aparecieron “puebladas” de cierta clase media contra la intervención estatal. Es en ese contexto que el gobierno empezó a poner –con muy buen sentido- el tema de las vacunas como clave de su posición. El problema es que la esperanza en la vacuna terminó siendo un factor adicional a favor de la lógica de “volver a la vida normal”. Y ahora estamos frente a otro período crítico que la vacuna no resolverá y que demanda una nueva apelación a la disciplina colectiva de difícil éxito.

 

El antagonismo político ha ocupado también el problema de la pandemia. No se puede hablar de la pandemia ni de nada entre nosotros que la política no termine capturando. Eso que espanta a tanta gente, a este comentarista le parece lo mejor que tiene la situación argentina. Porque todo lo que no sea objeto de la política termina siendo capturado absolutamente por la mirada dominante del mundo. El único modo de disputar las certezas colectivas es la política. Sean como sean los tiempos seguramente muy difíciles que nos esperan, tendrían que ser pensados en términos de profundización de la discusión política. Que empiece por establecer la prioridad de la vida de cada uno de nuestros semejantes y de nosotros mismos como el bien principal a cuidad por un estado democrático. Y que a partir de ese principio fundacional podamos poner en discusión nuestro modo de vivir, la distribución de los recursos, los modos del trabajo, de la familia, de toda nuestra vida.

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Edgardo Mocca

Periodista y politólogo.