“A la universidad se va a estudiar”. La sentencia la seguimos escuchando, proferida desde hace décadas, con una mezcla de énfasis en el disciplinamiento (nada de política) y la ignorancia.
El sistema universitario es un complejo entramado de educación, formación, investigación, vinculación con otras instituciones y organizaciones, transferencia
tecnológica, producción de conocimiento, de prácticas culturales y políticas.
Nacida en la Edad Media (sí, esa que livianamente se utiliza como figura de denostación) fue transformándose en sus objetivos y estructura interna; de una institución monacal, de la que aun preserva el uso del término “claustro”, a una moderna y plural, en donde para nuestro país la Reforma del 18 fue clave. De una elitista durante buena parte del siglo XX, a una abierta en Argentina a los sectores populares y por lo tanto democratizada; tránsito clave dado por el decreto 29.337 firmado por Juan Domingo Perón en 1949, levantando los arancelamientos que tenía la universidad pública (y que cada dictadura se encargó de volver a imponer).
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El tercer ciclo nace con el retorno democrático y la apertura de nuevas universidades, algunas en los 90 y un grupo importante en el siglo XXI, incluyendo a las llamadas del bicentenario creadas en torno del año 2010 y situadas en el conurbano bonaerense.
Hoy todas las provincias de la Argentina poseen al menos una universidad nacional, en un total de 57 universidades nacionales, 4 institutos universitarios y 6 universidades provinciales, donde cursan, contando también al sistema privado 2,2 millones de estudiantes, según detalla la publicación de estadísticas universitarias de la Secretaría de Políticas Universitarias de Nación.
La política universitarias es otra de las que se convirtió (o casi) en política de Estado desde el retorno democrático, incluso porque logró sortear los intentos de arancelamiento en los 90 y también los fantasmas del recorte.
Lo intentó la Alianza con Ricardo López Murphy el breve ministro de economía. Lo generó el macrismo reduciendo la inversión en educación en al menos un 27% en su reciente gobierno. Ha sido duro sostener la importancia de la educación superior como política de Estado en medio de frases como “¿Qué es esto de universidades por todos lados?” según Macri, o la de Vidal afirmando que los pobres no llegan a ellas.
En días en que una ministra de educación macrista intenta autointerpretar sus declaraciones, seguimos observando la distancia entre el discurso de alabanzas abstractas a Sarmiento y las políticas educativas efectivamente llevadas adelante (Y el concepto que tiene de los docentes). Lo cierto es que mientras el peronismo suele ser interpretado contrario a favorecer la educación, podemos mencionar dos hechos centrales en contrario.
El primero es cuantitativo: de las 57 universidades nacionales existentes, 33 fueron creadas durante gobierno peronistas (si recordamos que algunas de ellas fueron creadas antes de 1946, el número sobre el total es aun más relevante) extraña política para un partido que no alentaría la educación. El segundo es un proceso político. Se sabe de la mala relación entre peronismo y universidad en los 40; sabemos también que con el retorno de la democracia en 1983, el radicalismo se convirtió en un espacio político casi hegemónico en su interior.
Es aun hoy gobierno en algunas de las universidades más grandes y antiguas de la Argentina; sin embargo ese panorama fue lentamente transformándose con un desplazamiento de la influencia del partido centenario hacia el peronismo.
Desde luego, como decía, el radicalismo sigue siendo un actor relevante al interior del sistema universitario, pero esa hegemonía se fue erosionando, haciendo que la vida política universitaria se parezca mucho más al resto de la sociedad en términos de opciones políticas. La raíz de este corrimiento parece que es bastante simple: desde 2003 a la fecha, los cuatro gobiernos peronistas mantuvieron una política sostenida en educación superior, ciencia y tecnología.
La lista de limitaciones y deudas es larga, se sabe; pero hay una percepción muta de valoración. Recuérdese que Mauricio Macri derogó el decreto que optaba por las universidades para trabajos de asesoramiento al Estado, y en su lugar privilegiar a consultoras privadas; esa opción es mucho más que una cuestión de contratos: es el lugar que se le otorga a la ciencia y la tecnología en su relación con el Estado. Un convenio entre un organismo público y una universidad involucra a docentes/investigadores/as, estudiantes, no docentes y desarrolla capacidades instaladas en la Universidad que incorpora como producción de conocimiento y que luego impactará en las aulas. Contratar a una consultora es eso, el contrato a un privado, que no genera un proceso virtuoso y compartido como aquel. Pero no ha sido sólo eso: la universidad vuelve a sentirse parte de un proceso político para pensar el futuro. Lo demuestran los equipos de gabinete poblados por miembros de las universidades públicas, con investigadoras e investigadores sobre los temas que hoy están gestionando.
(En lugar de gerentes de empresas del sector) La reinstalación de políticas efectivas en apoyo al sistema universitario como las becas Belgrano para estudiantes de carreras prioritarias, es otra muestra de esa vinculación. Por ello no es de extrañar que, a pesar de una paritaria salarial en el caso docente por debajo de las expectativas, el viernes pasado la presentación oficial del Frente de Todos Universitario, lograse la convocatoria que generó reuniendo a docentes, no docentes, estudiantes y funcionarios de casi todas las universidades públicas del país y que se pudo contar por miles. La sede virtual se ubicó en la Universidad Nacional de Jujuy y contó con la participación de funcionarios del gobierno central. Esa convocatoria, no se explica por simpatías o tradiciones; parece más correcto evaluar la existencia o no de una política de crecimiento y apuesta por el campo universitario. En un recorrido de décadas, es claro que hoy protagonistas del mundo universitario avizoran ser parte de un proyecto que los incluye. Y si una universidad que ha logrado un proceso de masividad de estudiantes y presencia territorial extendida, producción científica y académica, es parte de algo, ese algo nos dice mucho.