Habiéndose cumplido un año del gobierno encabezado por Mauricio Macri, podemos trazar un análisis del modelo económico implementado y de las perspectivas que el mismo abre de cara al futuro.
Lo primero que debemos destacar es el modo en que la restitución de la capacidad de los agentes económicos privados para asignar libremente recursos, eliminando las regulaciones existentes hasta 2015, provocó un efecto combinado de volatilidad al alza de los principales precios de la economía y retracción del nivel de actividad. Esta conjunción de inflación con recesión tampoco ha permitido resolver los desequilibrios externo y fiscal, sino que los ha agravado.
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En efecto, el balance de pagos del BCRA refleja que el actual modelo evoluciona con una cuenta corriente deficitaria y una cuenta de capital superavitaria, que compensa el desequilibrio de la primera. Al cierre del tercer trimestre, la cuenta corriente acumula un déficit de u$s 11.418 millones.
En cuanto a la cuenta capital, la misma presenta un saldo favorable de u$s 15.404 millones. Pero cuando se desagregan sus movimientos, se observa que no es la inversión la que genera un flujo relevante de capitales, sino las operaciones de deuda, que sumando todas la fuentes alcanzan a u$s 26.582 millones.
La pregunta que surge es cuánto financiamiento voluntario en divisas internacionales puede obtener la Argentina, habida cuenta que los casi u$s 27.000 millones colocados este año implican un tercio de todas las emisiones de deuda de los países emergentes.
En cuanto al flujo de movimientos con el exterior, 2016 se inició con dos decisiones trascendentes: la liberación del mercado cambiario, que se tradujo en una devaluación del 67%, y la eliminación de las políticas de administración del comercio exterior. El impacto de ambas medidas sobre la cuenta comercial no ha mejorado la situación respecto del 2015, sino que exhibe señales de mayores desequilibrios a futuro.
A pesar de la devaluación, las exportaciones totales de los primeros nueve meses del año están un 1,6% por debajo de lo exportado en igual período en el año 2015, incrementándose la participación de los productos primarios y retrocediendo las manufacturas de origen industrial.
En cuanto a las importaciones totales, alcanzaron en los primeros nueve meses u$s 41.533 millones, un 8,9% menos que igual período del año pasado. La caída se explica más por el comportamiento recesivo de la actividad productiva que por la devaluación. Además, cuando desagregamos el componente importado vemos crecer el peso de los bienes de consumo y vehículos sobre el conjunto.
En lo que va de 2016, los mismos alcanzaron el 21% de las importaciones, cuando en igual período del año anterior representaban el 16%. Es decir que, en un contexto de contracción de las compras al mundo, crecen aquellas que suplantan trabajo argentino.
Si nos detenemos en el desequilibrio fiscal, el resultado primario sin rentas acumulado en los primeros nueve meses del año presenta un déficit total de $ 223.064 millones, un incremento del 51,7% respecto al mismo período del año anterior. A su vez, el resultado financiero, que incluye los ingresos por rentas del sector público arroja un déficit de $ 183.960 millones, ubicándose un 31,8% por encima del presentado al 30 de septiembre de 2015.
Entonces, tenemos que los primeros tres trimestres de 2016 presentaron un déficit en la cuenta corriente cambiaria de u$s11.418 millones y un déficit primario del sector público de $ 223.064 millones, ambos desequilibrios, externo y fiscal, expandidos respecto de igual período de 2015.
Cuando se asume un comportamiento macroeconómico de estas características, se supone que hay un correlato muy favorable en el nivel de actividad, dado que un déficit fiscal suele reflejar una política de estímulos a la demanda, y un saldo negativo de la cuenta corriente cambiaria implica un aumento en el nivel de las importaciones que dicho estímulo de la demanda provocó.
Sin embargo, al revisar el comportamiento del nivel de actividad, se observa que el mismo presenta una retracción importante, que no se correlaciona con los elevados desequilibrios del sector externo y del sector público.
Así, la evolución del PIB, el nivel de actividad general, la industria y la construcción revelan indicadores negativos sólo superados por los exhibidos en la crisis 2001-2002.
En síntesis, asistimos al despliegue de una política la macroeconómica absolutamente inconsistente, que combina desequilibrio externo, déficit fiscal abultado, comportamiento estanflacionario de la economía real, alta inflación y caída de actividad.
Se trata de un diseño insostenible que el Gobierno intentará corregir en desmedro de los sectores más vulnerables, de los trabajadores informales, los jubilados y los asalariados.
Es tarea del peronismo y de todos los actores que conforman el amplio campo nacional/popular evitar que esto suceda. Los comicios legislativos del próximo año serán decisivos en ese sentido.
El siguiente cuadro refleja la inconsistencia de la política macroeconómica vigente.