En una comparación de datos del último año para 224 países (publicados por el FMI), Argentina se posiciona como el sexto país en el mundo con mayor inflación. Este proceso inflacionario no es un resultado indeseado de malas decisiones económicas: se trata de un modelo diseñado para transferir recursos de las clases medias y bajas al capital concentrado, a partir de un proceso de erosión de los salarios reales.
La táctica para matizar el impacto es una trayectoria de serrucho, con fuerte retracción de poder adquisitivo en años pares, y empate entre precios y salarios en los albores de los procesos electorales. Es por esto que 2018 volverá a ser un año fuertemente inflacionario, aunque el poder Ejecutivo restrinja tácitamente las negociaciones paritarias en el 15%.
El consolidado con el correr de los meses se parecerá mucho a lo vivido en 2016: caída promedio de salarios reales de entre 6 y 10 puntos porcentuales, con descenso del consumo masivo y peor distribución del ingreso.
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La mayor incidencia del descalabro inflacionario se da por la nueva ronda de tarifazos en transporte, luz, gas, prepagas y educación, en donde la estacionalidad de aumentos muy concentrados en pocos meses, determina un piso de inflación mensual difícil de quebrar a la baja. Pero por fuera de los bienes y servicios regulados por el Estado, la variación de precios interna tampoco se moderan a la velocidad suficiente.
El componente “núcleo” del índice de precios nacional crece cerca del 22% interanual. Lejos de ralentizarse, algunas características del proceso hacen pensar en una profundización para los próximos meses: como producto de la devaluación del 13% del último trimestre, se verificó un aumento significativo en el precio de los insumos más difundidos para el entramado productivo.
Así, la inflación mayorista presentó un alza del 9,6% en el primer bimestre, mientras que el componente importado tuvo un aumento cercano al 12% en igual período. Este fenómeno no hace más que anticipar la inercia latente que, con heterogeneidades, se transferirá en los próximos meses al consumidor final.
La aceleración de precios del último trimestre fue ostensible. Si se la anualiza, se posiciona en el 33,5%. Para encontrar un trimestre de mayor variación de precios basta con volver a julio de 2016.
Así, al evaluar la serie larga el IPC CABA, se cae en cuenta de que el promedio de inflación mensual fue del 2,1% para el período entre mitad de 2012 y fines de 2015. Lejos de moderarse, la variación de precios promedio desde el inicio del nuevo régimen económico fue de 2,5%, esto es, 0,4 puntos porcentuales mayor.
La dispersión general redundó en una fuerte modificación de precios relativos que llegó hasta casi 50 puntos porcentuales de diferencia entre distintos rubros de consumo, con la particularidad de que los mayores aumentos se dan en los bienes y servicios más inelásticos: el aumento de precios en “vivienda, agua y electricidad” fue del 63,2% en los últimos catorce meses, según el Indec, mientras que para prendas de vestir y calzado, fue tan sólo del 15%.
El alza sostenida de precios que se verifica en Argentina, lejos está de ser la norma. En un mundo de baja nominalidad, son pocos los países que transitan problemas de inflación sostenida a lo largo del tiempo; menos aun cuando subsumen el resto de la política económica a su mitigación (el equipo económico ha mantenido en reiteradas expresiones públicas que su énfasis primordial es el combate a la inflación).
En cuanto al plano regional, Argentina es el segundo país con mayores niveles de inflación. Además, el último año fue el que más lejos estuvo de alcanzar su meta de inflación, con un desvío de más de siete puntos porcentuales. Semejante variación de precios internos alteró la distribución del ingreso, vía salarios reales, que es el objetivo último del programa inflacionario del gobierno de Cambiemos. Como medida comparativa, el salario mínimo en Argentina fue el segundo de mayor deterioro relativo, con una caía del 6,1% en 2017, sólo por debajo del caso venezolano.
En el campeonato mundial de inflación las primeras cinco posiciones están ocupadas por países con una gran inestabilidad macroeconómica y/o institucional (Venezuela, Sudán, Congo, Libia y Angola). Argentina se posiciona sexta. ¿Casualidad o causalidad? El tiempo dirá. Mientras, las reminiscencias de un nuevo 2001 se vuelven cada vez más latentes.