Comprender la etapa actual del capitalismo resulta excluyente para pensar el modelo post Milei, que alguna vez, no sabemos cuándo, llegará. Y si de lo que se trata es de pensar un “modelo” para el futuro, una de las peores formas de hacerlo es creer que las respuestas pueden encontrarse en los esquemas interpretativos de mediados del siglo XX. La “doctrina peronista”, por ejemplo y para hablar con nombre y apellido, fue un emergente del mundo de la segunda posguerra, tiempos en que el capitalismo se sintió amenazado por la emergencia del bloque soviético y se abocó a la construcción de la contención social de los estados de bienestar. Aquella etapa finalizó simbólicamente con la caída del muro de Berlín en 1989 y el ascenso paralelo del llamado “Consenso de Washington”, que sintetizó la nueva ideología, el neoliberalismo y su tríada para la periferia: apertura, desregulación y privatizaciones. Finalizada la necesidad de los estados benefactores en la lucha contra el desaparecido comunismo, las elites procedieron, no sin conflictos, a su desarme.
El mundo actual es muy diferente, no experimenta la grieta entre dos modelos antagónicos, sino la disputa entre dos modelos de capitalismo. El capitalismo occidental, en el que el Estado guía a planificación a través de empresas privadas, lo que puede graficarse de manera sintética a través del funcionamiento del llamado “complejo militar industrial”, que es el principal ámbito de distribución de la inversión pública estadounidense vía contratos para la producción para la defensa, y la más compleja planificación centralizada y de largo plazo del nuevo capitalismo asiático, hegemonizado por China y la conducción del PCCH.
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Una primera síntesis de la comparación entre las dos formas del capitalismo de siglo XXI es que las diferencias son superestructurales, por ejemplo las del bipartidismo estadounidense, disfrazado de pluripartidismo, versus el partido único en China, lo que supone diferencias en las formas de elección y cursus honorum de las conducciones políticas. Pero en el día a día de la organización de la producción, en la “base material”, en ambos mundos reinan las relaciones capitalistas. La disputa global es en la práctica una disputa entre dos formas de capitalismo. Lo que se observa al final del camino es una puja intracapitalista. La nueva pregunta, entonces, es qué tienen en común estas formas de capitalismo. Las respuestas más inmediatas son, primero, la nueva velocidad del cambio técnico y, segundo, su aceleración.
El lector podrá pensar que tecnología siempre hubo y que la aceleración del cambio técnico es un fenómeno propio del capital, cuya fecha de inicio es concomitante a la revolución industrial, es decir suma tres siglos. Dicho de otra manera, el fuego, las técnicas de cultivo, la máquina de vapor, el motor a explosión y la computadora personal son tecnología. Pero el dato nuevo en la era del capital tecnológico es que la producción constante de innovaciones se volvió una función específica de las empresas para mantenerse en la vanguardia del capital. El análisis microeconómico tiene mucho para decir. Producir innovaciones es el proceso que permite obtener una tasa de ganancia superior a la media, es decir a la ganancia que se obtendría utilizando las técnicas ya generalizadas. Y es precisamente en este punto donde aparecen con nitidez las características centrales del éxito del capitalismo asiático, el que consiste en hacer mejor lo que siempre fue la esencia del desarrollo capitalista: no solo descubrir, desarrollar, nuevas técnicas, sino hacer lo mismo, pero más barato. Esto es lo verdaderamente revolucionario del capital.
Como siempre, los procesos complejos se comprenden mejor por la vía de ejemplos concretos. En el último lustro, pero en particular a partir de la reciente masificación creciente de herramientas como el ChatGPT, comenzó a comprenderse que el capitalismo se encontraba frente a una nueva ola de cambio. Luego de la agricultura, la industria, la informática y las telecomunicaciones, hoy avanza la cuarta ola de cambio tecnológico, la de a la revolución de la Inteligencia Artificial. Se trata de una revolución de similar importancia a las tres primeras porque la IA transformará radicalmente la organización de la producción en todos los sectores económicos, supone tanto un salto cualitativo como una nueva aceleración evolutiva. Como en la tercera ola, la vanguardia tecnológica parecía estar del lado del capitalismo occidental. Open IA, Google, Meta, Nvidia, son apenas algunos de los nombres de las firmas occidentales que integran el complejo que lidera esta transformación. Sin embargo, en el pasado enero hizo su irrupción en el escenario global una empresa china creada recién en 2023, DeepSeek. No presentó un producto revolucionario, sino que hizo lo que hasta ahora siempre hicieron mejor los chinos: lo mismo que primero desarrolló Occidente, pero más barato, un producto similar al ChatGPT, pero a un 10 por ciento de su valor. El anuncio fue un terremoto. Aunque después se recuperaron, las firmas del complejo de la IA derrumbaron sus cotizaciones bursátiles. Más allá de las sospechas de contrabando, en particular si se observa el consumo de chips de alto rendimiento para IA de Singapur, todo el boicot de chips a China parece no haber dado resultado alguno. Quizá, aún no lo sabemos, haya provocado un efecto indeseado, el reemplazo y la superación de la misma tecnología. Todo el proceso de DeepSeek representa la mejor síntesis de la dimensión más fascinante del desarrollo capitalista.
Para la periferia del capital, lugar que indudablemente ocupa Argentina, acoplarse exitosamente a las nuevas transformaciones no parece una tarea sencilla. Difícilmente las respuestas puedan encontrarse en “la doctrina”, que en el mejor de los casos puede ser fuente de valores. La pregunta fundamental sigue siendo la de siempre desde tiempos de la colonia, pero adaptada a la actual fase de desarrollo. Y como siempre, el modelo que surja será determinado por las formas de inserción en el mercado mundial, es decir por lo que le podamos ofrecer competitivamente al resto del planeta. De ello dependerá nuestra gradación, nuestra jerarquía dentro de la periferia y el mayor o menor bienestar de la población.-