(Por Juan Rapacioli).- "Tenemos que hacer conocer que somos diversos en Latinoamérica, que existen muchas culturas olvidadas. Creo que no podemos vivir en el ocre", dice el arquitecto boliviano Freddy Mamani, reconocido por sus diseños que hacen dialogar el color y las geometrías diversas, y en estos días de visita en la Argentina para participar de la Cápsula Trimarchi del Mercado de Industrias Culturales Argentinas (MICA), donde ofreció una charla en la que explicó su forma de concebir la simetría y la dualidad que ha dejado huella en más de cien construcciones en distintas ciudades del mundo.
Mamani fue el hombre que le cambió la fisonomía a El Alto, una ciudad -la segunda más habitada de Bolivia- ubicada en pendiente ascendente desde La Paz, tan empinada que el medio de transporte más utilizado para llegar a ella es un teleférico. Precisamente por su trabajo sobre fachadas e interiores de esta localidad, el arquitecto es reconocido como representante de la "nueva arquitectura andina".
En el marco del MICA y frente a un Auditorio Nacional del CCK repleto de gente -en su mayoría jóvenes que se acercaron a saludar al arquitecto-, Mamani recordó anoche su infancia pobre, habló del impacto de El Alto en su formación estética y espiritual, reflexionó sobre la idiosincrasia aimara, cuestionó los límites académicos y remarcó la importancia del color como elemento fundamental para reconectar con las raíces ancestrales.
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Nacido en 1971 en la comunidad aimara de Catavi, Bolivia, Freddy Mamani Silvestre comenzó trabajando a los 14 años como asistente de albañil y hoy es reconocido por llevar adelante una innovación arquitectónica que, si bien ha sido calificada como exótica, tiene más que ver con un viaje a los orígenes: transmitir la identidad aimara a través de una operación estética que combina iconografías andinas de Tiahuanaco y los colores de los textiles que existen en la parte andina y amazónica de Bolivia.
Deslumbrantes, coloridos, ancestrales, futuristas, geométricos, ostentosos, salidos de una imaginación surrealista que toma elementos de diversas culturas americanas, los edificios del arquitecto y sus continuadores se inscriben en la tradición del "cholet", combinación de cholo y chalet, concepto que representa la expansión de la burguesía aimara en un territorio árido, frío, atravesado por el polvo y su particular tono ocre.
En diálogo con Télam, el arquitecto explicó que la idea central de su obra es "hacer conocer que somos diversos en Latinoamérica, que existen muchas culturas olvidadas, y que tenemos que reconocernos como hermanos pese a que las fronteras nos limitan. Tenemos una riqueza cultural profunda que debemos transmitir. Creo que no podemos vivir en el ocre. Debemos hacer vivir a nuestras almas y corazones a través de los colores, la danza, la música, la arquitectura".
Para comenzar su exposición ante el público, Mamani eligió volver a su infancia marcada por la carencia económica, pero también por la creatividad: "En mi escuelita teníamos sillas de adobe y la pizarra era de hormigón. A veces, no había tizas y el profesor nos decía que las inventáramos con algo; lo hacíamos con pedazos de revoque. Lo que quiero decir es que con el sacrificio se consiguen muchas cosas".
El arquitecto se remontó a una necesidad iniciática y también a la ciudad que lo transformó: "Yo sentía que tenía que ser algo, ese algo estaba en mi corazón. Después que terminaron los cursos en la escuela, tuve que buscar espacios donde estudiar. Entonces, a mis 13 años, migré a la ciudad de El Alto, que no era ciudad, era una pampa vacía, como vamos a ver más adelante".
Ingeniero, albañil y arquitecto autodidacta, Mamani realizó sus estudios en la Facultad Tecnológica de Construcciones Civiles en la Universidad Mayor de San Andrés y, luego, cursó la carrera de Ingeniería Civil en la UBI. Con más de 70 proyectos construidos en El Alto, y más de cien en todo el mundo, ha realizado exposiciones en la Fundación Cartier de París, el Metropolitan de Nueva York, el Festival de Diseño Latinoamericano en Lima y el Festival de diseño en Viña del Mar de Chile, entre otras.
"Quiero comentarles sobre las ferias. Yo recuerdo que no conocía la fruta. Quizás es muy extremo, pero tengo que contarles la verdad -subrayó-. En el campo existían pequeñas ferias donde no había mucho dinero pero había trueque. Un día, con mi abuela, salimos a las cuatro de la tarde para llegar a la noche a una capital de provincia, cargando papas para cambiarlas por frutas. Llegamos a la casa de una tía, dormimos, y al otro día seguimos nuestro camino a la feria. Llegamos de madrugada. Yo, niño, con la esperanza de comer una fruta", rememoró emocionado.
Luego, profundizó sobre el significado de las ferias en el área rural: "Ahí se realizan los trueques, se venden los ganados, y también están las ferias grandes, donde puedes encontrar desde un alfiler hasta un auto último modelo. Estas se caracterizan como ferias urbanas, como vemos en el cuadro de arriba -dijo mostrando una diapositiva-. Así era la ciudad de El Alto. Recuerdo muy bien que me paraba en la cima y veía la ciudad de La Paz abajo, veía unos pequeños autitos, edificios, eran como casitas de miniatura. Yo soñaba con esas cosas", recordó y mostró una imagen actual de la localidad.
"Podemos ver cómo la ciudad ha crecido, tenemos teleférico, pero sigue siendo de ladrillo. La ciudad de El Alto comenzó con sus casas de barro, de adobe, y luego llegó la era del ladrillo. Pero, poco a poco, va a ir cambiando. Lo que he estado reflexionando es que en las universidades no nos han enseñado a valorar lo que es de nuestras culturas. Quizás sea por vergüenza o quizás no tenemos esa educación de revalorizar el pasado para comprender el presente y proyectarnos al futuro", sostuvo.
Mamani ahondó sobre el objetivo de su concepción arquitectónica, centrada en "recuperar los valores ancestrales". Y apuntó: "Las obras que voy realizando transforman el color de El Alto. Vemos una ciudad muy pujante, con muchas necesidades básicas, sus calles polvorientas. En El Alto no existe una zona exclusiva, como se dice en otros lugares: 'la zona de ricos'. Esta es la zona de los pobres".
"Por eso -continuó-, creo que para transformar la ciudad hay que llegar al poder. Pero al poder hay que llegar de buena manera. Yo estoy trabajando desde lo privado. Alguna vez, en broma, les decía a los políticos que yo era la autoridad más afortunada, no hago elecciones, no participo en campañas, pero formo parte de la transformación de la ciudad con el aporte de las personas que ponen su granito de arena".
Según Mamani, "estas obras se caracterizan por tener un lenguaje de origen ancestral, de una vivencia diferente a esta cultura. Vemos plasmados elementos ancestrales que pertenecen a la región. Me gusta trabajar con lo simétrico, me interesa la dualidad, pienso mi trabajo como un cuerpo. Todos estos elementos tienen muchos significados, es una cruza andina; los elementos que tienen esquinas representan lo masculino y los círculos lo femenino. Yo no quisiera que existan los feministas y los machistas, todos tenemos que andar de la mano. Creo que eso nos va a llevar al éxito", agregó.
"Además, está la funcionalidad de estos edificios, que viene a ser por lo general comercial. Es una fuente de generar economía para los propietarios, porque ellos han invertido, y es también una forma de jubilación, porque de estas edificaciones ellos generan dinero no solo momentáneo, sino de por vida. A veces, decimos que esta es la mina de oro eterna", bromeó.
Para Mamani, gracias a estas edificaciones, "El Alto va cambiando su imagen. Sin embargo, algunos se confunden con mi arquitectura. Yo, de alguna manera, soy el pionero, lo digo humildemente, pero hay colegas que van innovando con otro tipo de arquitectura, como es la 'transformer', que no tiene que ver con nuestra identidad. Yo generalmente trato de acomodarme al espíritu de recuperar lo que es el pasado para que estos propietarios se identifiquen con lo que tienen".
"Como a todos nos sucede, hemos tenido problemas en el uso del material, en cómo empezar a trabajar, en las herramientas. Yo tuve que innovar para poder plasmar este tipo de elementos que representan a la cultura. Cuando hablamos de cultura, sabemos que nadie va a estar satisfecho con lo que le gusta a uno u otro. Hay que seguir adelante. Aunque vivimos en un ambiente ocre, en El Alto cambiamos de color para tener alegría", ilustró el arquitecto.
Luego, reflexionó sobre la idiosincrasia de la ciudad. "Para nosotros, en El Alto, el primer día de trabajo es el domingo y no tenemos horario. El aimara no necesita ir a una oficina a trabajar. El aimara está siempre metido con un pie en el área rural y con otro en el área urbana. El aimara es médico, arquitecto, abogado, de lunes a viernes se va a lo urbano, y los fines de semana está trabajando en lo rural".
"Y así como trabajamos, disfrutamos -señaló-. Pero creo que lo malo es que solo disfrutamos con las fiestas, con las bebidas. Es nuestra forma de ser. Pienso que debemos cambiar. Tenemos que viajar en vez de hacer fiestas".
"Creo que estos espacios que estamos construyendo tienen una función: acogen a la sociedad, a la vecindad y a la familia. Son diseños desde el fondo de mi alma. No solo son elefantes blancos, sino que tienen vida. Han marcado una diferencia y también una polémica en la academia, que ha dicho que esto no es arquitectura. Si no fuese arquitectura, no me hubieran invitado a estar acá", concluyó entre risas.
Con información de Télam