Argentina, como casi todos los países de la región, se encuentra atravesando el peor momento en términos de contagiosidad y circulación del coronavirus desde el inicio de la pandemia. Durante la primera ola primaban en la sociedad sentimientos como el miedo ante las imágenes escalofriantes que veíamos llegar de lo que estaba ocurriendo en otras latitudes y el desconocimiento del comportamiento del virus. La vivencia cercana a la indefensión frente al avance de una enfermedad desconocida daba lugar al “Quedate en casa” y legitimidad a las autoridades para tomar decisiones que condicionaron nuestra vida cotidiana y delimitaron lo que podíamos o no hacer. Pero en el medio pasaron muchas cosas y actualmente atravesamos la segunda ola más relajadxs, en modo automático y con tal nivel de información a disposición que en muchos casos nos creemos capaces de tomar decisiones por nosotrxs mismxs y discernir las mejores opciones, más allá de las medidas anunciadas por los gobiernos, las advertencias médicas y los protocolos institucionales.
En el mundo multiplataforma en el que vivimos es tal el nivel de familiarización que se ha alcanzado con el coronavirus que, ante el alarmante crecimiento de las cifras y una posible saturación del sistema sanitario en el corto plazo, la toma de decisiones sobre las nuevas restricciones pareciera pertenecer más al ámbito del debate público y las opiniones ordinarias, que al de la gestión política y gubernamental y los comités especializados. En solo unos meses dejamos de prestarle atención a epidemiólogxs, infectólogxs, virólogxs, terapistxs, médicxs, psicólogos o sociólogos, para escuchar y medir con la misma vara a políticos, periodistas, opinólogos, influencers, etc. Dicho ejercicio no estaría mal y sería hasta parte del mobiliario “democrático” si se tratara de referentes de grupos sociales o sus mensajes fueran representativos de algunas demandas minoritarias cuyas voces no acceden a los espacios de toma de decisiones. Pero ese escenario no es tal y se ha generado un “Estado de opinión” que funciona como un termómetro permanente, aunque sin criterio científico y ni verdad, de las medidas del gobierno y el humor social. Lo más preocupante es que el propio Gobierno Nacional tiende a alimentar la potencia de un Estado de Opinión construido por una minoría articulada para perjudicarlo.
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La dominación a través del discurso polarizador
Esta semana ante el conocimiento del récord de casos alcanzados y la inminencia de anuncios de nuevas medidas dispuestas por Alberto Fernández, las redes sociales explotaron con comentarios a favor y en contra de una información que, paradójicamente, aún no se conocía. En solo minutos en Twitter se instalaron cuatro tendencias que muestran con claridad el mapa polarizado: #CierrenTodo, #AbranTodo, #FrenemosLaSegundaOla y #NoNosVanAEncerrarDeNuevo. Esto deja a las claras que la famosa grieta, además de ser la consecuencia lógica de posicionamientos ideológicos o políticos frente a políticas públicas que defienden intereses, se trata de un molde preformateado. La grieta actúa ordenando las narrativas y anticipa los posicionamientos incluso antes de la toma de decisiones. Un gesto tan simple como peligroso en el contexto actual ya que produce que las contiendas políticas se de reduzcan a cuestiones identitarias y se alejen de las cuestiones concretas , como la conveniencia de cerrar o no las escuelas. Los temas que afectan la vida de las personas todos los días no puede reducirse a ser debatidas en 180 caracteres o paneles de televisión.
Claro que la puesta en escena no funciona exclusivamente en las plataformas. Dicha articulación discursiva binaria es causa y consecuencia de narrativas desarrolladas por lxs comunicadorxs de muchos medios de comunicación, y sobre todo de la actuación irresponsable y anti democrática de parte de la oposición. La Mesa Nacional de Juntos por el Cambio, formada por funcionarios y referentes de dicho partido, emitió un comunicado donde descalificaba al gobierno Nacional por “insistir con restricciones excesivas y mal calibradas” y sostenía la necesidad de “defender la mayor normalidad posible, que implica garantizar el derecho a la educación, el trabajo y el ejercicio de las libertades fundamentales”. Por supuesto que sus personajes estrella aprovecharon para actuar revolución, como la ex ministra Patricia Bullrich que llamó a “resistir” ante los avances sobre la libertad individual, o Yamil Santoro quien convocó a una fiesta de la libertad a la madrugada en una Plaza de Palermo.
Lo irónico (o no) de la situación es que mientras los voceros anticuarentena construyen un mensaje cerrado y funcional para vender a un determinado núcleo social cuya identidad se basa en la indignación y el anti kirchnerismo, en los municipios y provincias donde gobierna la oposición, como Corrientes y Mendoza, entre otros, se están aplicando medidas restrictivas similares para cuidar la salud de la población. En la provincia puntana el Gobernador Rodolfo Suarez determinó esta semana por ejemplo limitar la circulación de las personas en la vía pública entre las 0.30 y las 05.30 de cada día, y dispuso nuevas indicaciones para controlar las reuniones sociales y eventos. No solo eso, sino que además cuando se reúne el Consejo Federal de Salud las opiniones de los secretarios de salud y autoridades que tienen que decidir sobre la vida de las personas presentan una mirada similar a la del oficialismo. El mismo Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Gollán explicó en una entrevista con Romina Manguel, por A24, que en esas instancias “no hay voces disonantes”.
Ni éxito ni fracaso, la mejor medida es la que puede cumplirse
Los dispositivos de control socio-mediáticos que se pusieron en marcha en estos meses funcionaron para exacerbar ciertos discursos y garantizar la dominación de las estructuras de poder, pero también y sobre todo para delimitar los campos en disputa del conflicto, quienes intervienen y qué ideas lo vertebran. La estrategia política y mediática busca sobre representar a los sectores más radicalizados, como los anti cuarentena o los jóvenes libertarios, especialmente a través de la imagen y la repetición de los discursos, permitiéndoles acaparar el interés público y ocultando la imagen mayoritaria de una gran parte de la sociedad que hace lo que puede y en muchos casos no puede cumplir con el aislamiento por razones económicas. No es casual que en la disputa por la toma de decisiones tengan más peso los periodistas de TN o ex funcionarios del macrismo, que los trabajadores no formales o las organizaciones de la economía popular que representan el 40% de la población y son el sector sin dudas más afectado por los efectos sociales y económicos de la pandemia.
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Los métodos elegidos para el armado de una foto que no es real son la simplificación de los diferentes intereses en disputa, en expresiones resonantes como “dictadura o libertad”, “salud o economía”, “Barbijo siempre o nunca”, “éxito o fracaso”; la deslegitimación de los saberes médicos y la retórica anti científica; o simplemente, la distorsión de las políticas implementadas por los gobiernos y sus muy buenos resultados como sucede con la gestión de la compra de vacunas a nivel nacional y la campaña de vacunación en PBA. Las expresiones políticas exacerbadas, los debates por la conveniencia o no de las medidas, y los cambios de frente que se produjeron durante estos doce meses, generaron un caldo de cultivo perfecto para que la segunda ola aún más peligrosa que la primera llegara junto con el pico de contradicciones , tanto en la población como en las instancias gubernamentales.
Una pandemia es un hecho social, sanitario, económico y sobre todo político que implica el trabajo mancomunado de los Estados junto a lxs especialistas en cada área que puedan elaborar el mejor plan posible. No perfecto, posible. Acercarse a resultados previstos o no, situación que podría ser catalogado como exitosa, depende de una lectura real, flexible y llana de los comportamientos sociales, sus niveles cumplimiento y alcance posible. La espectacularización megalómana de lo que ocurre, con fines comerciales, políticos o morales, encubre el hecho de que a diario la mayoría de las personas gestionan sus decisiones de acuerdo a múltiples variables, entre las que se destaca sus posibilidades y limitaciones. Debemos entender que los fenómenos sociales nunca son binarios o sencillos, que los matices existen, que entre los polos que nos proponen hay cientos de grises que son centrales a la hora de abarcar la complejidad social. En ese sentido es necesario identificar que la distancia real entre las medidas gubernamentales dictadas para enfrentar la pandemia de Covid-19 y las formas del rechazo social o el simple incumplimiento, no puede entenderse separadas del las condiciones objetivas que determinan la calidad y dinámica de vida de las personas y la relación Estado-Sociedad.