El arte de gobernar no deja de acumular escollos y desafíos. Si ya la historia reciente nos había deparado varios, ahora nos enfrentemos a una pandemia y sus consecuencias sociales, económicas y políticas. Pero parece que la crisis sanitaria opera como otro emergente de una crisis larvada que ya podía observarse hace algunos años. En efecto, la ciencia política ha puesto el foco desde hace un tiempo en la crisis que vive la democracia, algo bastante más grave que los problemas de los gobiernos, y que ya podemos encontrar aquí y allá acuñando expresiones como “erosión de las democracias”, que refiere no a un corte abrupto, como podían plantear los golpes de estado, sino un lento debilitamiento cuyo origen y límites es difícil de precisar. Los politólogos norteamericanos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron en 2018 Cómo mueren las democracias, y no solo para referirse a fenómenos en los países en vías de desarrollo (la literatura que inundó el debate desde los años 50) sino también y especialmente, para referirse a los Estados Unidos. Para que la preocupación llegue a los países del primer mundo, la crisis tiene que ser de una escala relevante. Los autores aseguran que el mal desempeño institucional de los partidos para impedir la emergencia de líderes intolerantes, son la causa de esta crisis. En un excelente artículo recién publicado, Yanina Welp sostiene que la etapa que hoy atravesamos responde a problemas más complejos que la falla de los mecanismos institucionales, que claramente han mostrado sus limitaciones, pero que no puede despegarse de lo acotado en el sistema de bienestar y en la carencia para responder a demandas de distintos grupos sociales. Las elites han mostrado su inoperancia para revertir estas situaciones que nacieron hace ya un tiempo, señala la autora. Me referí más arriba a la expresión “democracia erosionadas”, que tomo de José del Tronco y Alejandro Monsiváis-Carrillo, utilizada en otro gran texto cuya lectura recomiendo. Los autores bucean sobre un fenómeno con evidencia empírica: las democracias están debilitándose en diferencia dimensiones, “donde los rasgos o atributos propios de la democracia se van deteriorando” y ello puede ser fruto tanto de agentes gubernamentales como exteriores al gobierno. Y destacan otro dato empírico: ese proceso de erosión ocurre tanto en democracias “jóvenes” (por ejemplo las consolidadas en los últimos 40 años) como en aquellas de las que se creía que contaban con fortaleza institucional. Este rasgo, pone en jaque a varias teorías que aseguraban la solidez de ciertos arreglos institucionales para sostener la fortaleza democrática. La crisis actual hace caso omiso a esas supuestas fortalezas. Dos aproximaciones que nos ayudan a comprender que no estamos tan solo frente a un momento de inestabilidad de un presidente o incluso de un gobierno, y este es el punto, de un sistema democrático en un país particular. Estamos parados frente a un momento en cierta medida inesperado pero que ya había dado algunas señales: crecimiento de la desigualdad, racismo, intolerancia. Ese coctel, no podría conducirnos a nada bueno. A ello debemos sumar que las elites económicas, que en los 80 habían expresado su compromiso a favor de un sistema democrático, hoy quizás no tengan ese convencimiento con la misma intensidad.
No cabe duda que algo cambió también en la región: en la década del 90 varios presidentes no pudieron finalizar sus mandataos pero la inestabilidad de su cargo, no replicaba en las democracias, los presidentes renunciaba o eran destituidos y los mecanismos institucionales generaban su reemplazo. Hay indicios que esa ecuación, ha cambiado. La destitución exprés de Fernando Lugo en Paraguay o la escandalosa embestida contra Dilma Rouseff en Brasil son ejemplos y mucho mas claro el golpe de Estado contra Evo Morales. Es cierto que esos gobiernos estuvieron atravesados por diversas crisis, pero la decisión de las elites de forzar las instituciones para interrumpir sus mandatos constitucionales fue la novedad respecto del pasado reciente. Ese contexto, junto a las lecturas hechas en la primer parte de esta nota, debe advertirnos respecto a las implicancias de las crisis políticas hoy.
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¿Deberíamos preocuparnos?
El gobierno encabezado por Alberto Fernández ha cumplido su primer año. El balance está atravesado por la pandemia inevitablemente. Pero también por otros factores. En esta misma columna la semana pasada señalaba la relevancia de la estabilidad de la coalición de gobierno como una de sus fortalezas. Porque la historia reciente nos dice mucho de nuestro presente, me parece interesante repasar cómo les fue a sus predecesores en este punto. Veamos el siguiente cuadro:
Presidencia | Crisis /fractura interna en el primer año de gobierno* | Crisis/fractura interna en el segundo año de gobierno** |
Raúl Alfonsín | No | No |
Carlos Menem (1) | Si | No |
Carlos Menem (2) | No | Si |
Fernando De La Rúa | Si | Si |
Néstor Kirchner | No | Si |
Cristina Fernández (1) | Si | No |
Cristina Fernández (2) | No | Si |
Mauricio Macri | No | No |
Alberto Fernández | No |
* Fractura en la bancada en el Congreso/ Renuncia de vicepresidente o de varios ministros
**Fractura y formación de una oferta electoral nueva (no derivada de la fractura legislativa del primer año)
Varios gobiernos han tenido fracturas internas en sus primeros dos años. Pero esas rupturas no fueron iguales, ni llevaron a las mismas consecuencias. Algunos incluso salieron fortalecidos de esas crisis. Lo que me parece relevante analizar es justamente el significado y contexto de cada una de ellas, para comprender la capacidad de daño sobre el mismo gobierno y la democracia. Para Alberto Fernández, en concreto, el sostenimiento de la unidad es un valor central frente a un contexto en el cual pueden escucharse en los medios masivos acusaciones contra el gobierno de todo tipo. En el contexto que mencionamos, cobran otro significado. Del mismo modo algunas declaraciones de grandes empresarios. El modo en que se gestó el FdT, en algún sentido fue la anticipación a una crisis que da vueltas sobre el peronismo: se apropió de esa tensión de identidades y visiones, habiendo vivido la experiencia macrista en el gobierno. En un año de crisis sanitaria, con caída del PBI y aumento de la pobreza, la carta de la unidad es al que le permitirá al gobierno sostener su proyecto político y su receptividad a las demandas sociales.