El modo de “discusión política” que intenta imponer la derecha argentina es el del batifondo, los insultos, las mentiras y el cinismo. Pasaron las referencias al buen desempeño de Chile o de Uruguay frente a la pandemia, la campaña contra la “vacuna rusa”, campaña modelada con más de treinta años de atraso y bajo el relato más propicio para la política imperial de Estados Unidos, con sus apelaciones al “mundo libre”, al peligro del autoritarismo ruso y hasta el espionaje que pudiera venir de Cuba disfrazado de ayuda sanitaria… Todo ese ruido tiene un solo sentido, el de debilitar al gobierno y fortalecer la dependencia intelectual de la política argentina respecto de la mirada del mundo del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Por su parte el gobierno modeló una hoja de ruta correcta. Aislamiento inmediato y casi generalizado, concentración de los esfuerzos para evitar el colapso del sistema sanitario, seriamente debilitado durante el cuatrienio macrista, coordinación intensa entre el estado nacional y las administraciones provinciales y seguimiento coordinado de la acción. Con la aparición de las vacunas y los procesos de aprovisionamiento, el centro de la cuestión se corrió. Las vacunas establecen una nueva dimensión temporal. El tiempo que nos lleve la inmunización directa o indirecta de la población marcará la transición. Pero, de qué transición se trata. La expresión “nueva normalidad” fue afortunada en términos comunicativos. Pero tiene un problema: no significa nada. Nadie sabe en qué consiste. Y además fueron apareciendo nuevas cepas del virus, lo que abre el interrogante sobre cuánto de esta nueva experiencia civilizatoria podrá ser resuelta o reencauzada desde la industria farmacológica. Industria que, además, y como no podía ser de otro modo, está altamente concentrada en pocos laboratorios a nivel mundial, lo que la pandemia ha puesto de relieve de modo macabro.
Es completamente comprensible que los gobiernos intenten influir positivamente en el estado de ánimo social. La capacidad de generar un ánimo colectivo sensible a la cuestión del cuidado y optimista en cuanto a la capacidad colectiva de actuar para reducir el daño forma parte del núcleo de la política para atravesar períodos de pronunciada fragilidad como ésta. La oposición de derecha trabaja incansablemente para neutralizar esos esfuerzos, para bajar la autoestima nacional, producir desconfianzas artificiales y a veces lindantes con el delirio. En la polifonía de Juntos por el Cambio, cada vez cobran más importancia las modalidades extremas y más peligrosas, las menos propensas a un diálogo con pretensiones de alcance estatal.
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En medio de las tensiones de estos tiempos, el gobierno argentino resolvió hasta ahora el objetivo -siempre en riesgo- de mantener en orden el sistema sanitario. Tuvo y tiene un protagonismo importante en la lucha por el abastecimiento de vacunas, en un mundo en que los estados siguen compitiendo en términos hobbesianos, sin contrato social alguno, contradiciendo la profecía neoliberal de los años noventa del siglo pasado. ¿Cuáles son los países que encabezan el abastecimiento global de vacunas? Pues los mismos que encabezan todos los rubros relacionados con la riqueza y el poder. Argentina, lejos de ese club, se las va arreglando dignamente en la provisión de vacunas diversas y validadas científicamente.
Sin embargo, el comprensible discurso oficial deja brechas profundas. Esas brechas consisten en que lo que estamos haciendo es prepararnos para vivir en un país y en un mundo igual al que existía antes de la pandemia. Baste para ilustrarlo el lugar simbólico que adquieren las “negociaciones con el Fondo”: qué es lo que deberá pagar el estado argentino por la fiesta que enriqueció los bolsillos de unos pocos, y destruyó al país, con plena anuencia y colaboración del hoy exigente y estricto Fondo Monetario. Es decir, estamos negociando en los mismos términos que en todos y cada uno de los casos anteriores de endeudamiento inmoral y antinacional, como si estuviéramos en un “mundo normal”.
Claro que simultáneamente se desarrolla un activismo internacional muy interesante, que no es un viraje ideológico, como lo interpreta maliciosamente la derecha, sino la recuperación de una política soberana de asociación en múltiples tableros, solamente demarcados por el interés nacional. Ese activismo internacional tendrá que ser intensificado en un futuro inmediato. Porque no estamos ante la inminencia de la recuperación de la “vida normal”, sino en la antesala de un proceso profundamente crítico en lo que hace a la relación entre los seres humanos y la naturaleza, así como entre los seres humanos entre sí. Cualquier intento de volver al mundo que era a fines de 2019 va a chocar contra el muro de la realidad.
Sin que mediara una experiencia atroz como la pandemia actual, la década del treinta del siglo pasado produjo una importante mutación de múltiples, y en algunos casos contradictorios, aspectos de la vida mundial. Fue la transición desde el liberalismo al keynesianismo. Desde las democracias liberales hacia duras dictaduras del capital y luego hacia democracias sostenidas por los “contratos de responsabilidad ciudadana” que recibieron el nombre de estados sociales o “de bienestar”. Ese mundo duró hasta comienzos de los años setenta del siglo pasado, momento en que Estados Unidos termina unilateralmente con la convertibilidad fija entre dólar y oro y desata las energías devastadoras de la especulación financiera. A eso se lo llamó “globalización” y eso es lo que está atravesando un trance resolutivo en nuestros días.
Nuestro país no está en condiciones de influir decisivamente en el curso de esta transición sin rumbo conocido. Pero hay dos cosas que sí puede hacer. Una es encarar una fuerte ofensiva de relacionamiento y construcción institucional en el interior de nuestra región y proyectarse desde ahí a la exploración de posibilidades de cooperación en condiciones de dignidad nacional con otras regiones del mundo. Es decir, aprovechar los cambios de correlación de fuerzas estatales que ya se insinúan con fuerza creciente para romper con la larga (aunque discontinua) etapa de subordinación a los intereses de Estados Unidos. La segunda cosa que se puede hacer es tensar la cuerda del discurso políticamente correcto del neoliberalismo y sus acentuaciones del equilibrio fiscal, del achicamiento del estado y de la inversión extranjera como ilusión nunca realizada de desarrollo económico.
El mundo puede estar transitando hacia una época de “pandemias intermitentes”, como afirma Boaventura de Souza. Y si la civilización humana mantiene el rumbo hacia la irracional concentración de la riqueza, el maltrato al medio ambiente, el derroche de energías no renovables, la presunción de que somos el centro de la creación y tenemos derechos sobre todo el resto de los seres vivos y la creación incesante de una desigualdad cada vez más infame entre los seres humanos, entonces tendremos que prepararnos para muchos episodios más graves que los actuales.