En declaraciones radiales el economista Eduardo Crespo, uno de los principales referentes de la heterodoxia local, sintetizó una idea que, por estos días, ronda en la cabeza de los colegas que cotidianamente se preguntan “¿cómo se sigue?”: cómo sigue la economía, cómo se sale de la doble crisis y qué formas asumirá la pospandemia. A diferencia de lo que se escucha en el debate político cotidiano, Crespo sostuvo algo que también se señaló desde este espacio, que “no hay dos modelos, sino tres”, una descripción elemental que merece ser repensada si se desea tener más herramientas para la prospección y para imaginar la Argentina posible.
Una aproximación es establecer algunos rótulos y luego ponerles contenido. Los dos modelos tradicionales del debate político son el neoliberal y el nacional popular. Son polos opuestos, pero tienen un punto en común: los dos representan coaliciones “redistributivas”.
El primer modelo, el neoliberalismo, cree que la solución de todos los problemas consiste en redistribuir en favor del capital y, en el camino, destruir las funciones del Estado para reducir cargas impositivas. En su imaginario ello alcanzaría para generar un shock de confianza entre los dueños del dinero que redundaría en distintas formas de ingresos de capitales, desde la siempre deseable Inversión Extranjera Directa (IED) a los dólares que los residentes atesoran en cajas de seguridad y cuentas en el exterior. Aunque hablen de déficit fiscal y de dinero fungible, con prescindencia de si son pesos o dólares, los neoliberales más lúcidos saben que la restricción externa no es solamente un invento estructuralista y que para crecer la economía local necesita divisas. No todos los neoliberales confunden pesos y dólares, flujos y stocks. La última gran apuesta de esta corriente fue el macrismo. Como en las experiencias anteriores, la dictadura y el menemismo, el único resultado al final del camino fue el aumento del endeudamiento externo como respuesta a los gigantescos déficits de cuenta corriente generados. Por alguna razón que la derecha vernácula aun no consigue dilucidar, sus gobiernos “pro mercado” nunca consiguen sostener la efectiva y anhelada “confianza de los mercados”. Una hipótesis interpretativa es que quizá “los mercados” no sean tan zonzos y adviertan la efectiva sostenibilidad de largo plazo de cualquier modelo de desarrollo.
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El modelo nacional popular también cree que la solución es la redistribución del ingreso, pero no empezando por el capital para sentarse a esperar los efectos de la teoría del derrame, sino empezando directamente por los trabajadores. Aquí la teoría es un poco más consistente al comienzo. Alrededor de dos tercios de la demanda agregada local está compuesta por el Consumo. Aumentar los ingresos salariales es entonces la forma no ya más justa, sino la más rápida y efectiva para expandir esta demanda. En circunstancias normales, esto es, sin que se manifieste una potente restricción externa como en el presente, la expansión de la demanda agregada aumenta la producción y la economía comienza a crecer. El crecimiento reduce el desempleo. La situación de los trabajadores en la puja distributiva mejora. Aumentan los salarios. Aumentan los precios porque aumentan los costos de producción. Aumenta la demanda de energía porque aumenta la producción. Aumentan las importaciones de bienes de capital, de bienes intermedios y de energía. Las clases medias y pudientes importan servicios turísticos (viajan al exterior) y ahorran en divisas. La economía se queda sin dólares. Se produce una devaluación. Se acelera la inflación porque se devaluó. Caen los ingresos. Cae la demanda y cae el PIB. Llegado este punto suele suceder que los votantes consideran, con razón, que los gobiernos fallaron y vuelven a votar las promesas de presunto bienestar del neoliberalismo.
En el camino aparecen algunas explicaciones erróneas o deformaciones de la corriente principal. Entre ellas destacan dos con bastante eco al interior del Frente de todos. Una de ellas sostiene que el ciclo descripto entre el momento de la expansión y su freno no respondería a fuerzas intrínsecas al modelo, endógenas, sino que serían el producto del comportamiento inadecuado de una sumatoria de agentes “malos”. Los precios no aumentarían por la puja distributiva y las devaluaciones, sino por la existencia de oligopolios, los que al parecer no serían un fenómeno del capitalismo global, sino algo puramente local. La Inversión no caería por el freno del ciclo económico, sino porque los mismos agentes malos “fugarían” (sic) el excedente al exterior, donde dicho sea de paso las ganancias son más bajas, y se comportarían con “reticencia” (sic) inversora precisamente aquí donde la ganancia es extraordinaria (oligopólica).
La segunda explicación errónea, más reciente pero también con eco al interior de la coalición, es la del falso ambientalismo que sostiene la agenda del decrecimiento difundida por algunas ONGs financiadas por partidos de la izquierda verde europea. No hay que preocuparse porque el aumento del consumo conduce a la restricción externa, sino que la vía alternativa sería directamente cambiar las pautas de consumo (¿cómo?), consumir menos, avanzar hacia el “buen vivir” legado por las culturas precolombinas, que como es sabido no necesitaban tantos artefactos para ser felices. No necesitaban muchos metales, ni hidrocarburos, ni agricultura intensiva con “agrotóxicos” (sic). Según esta corriente, las divisas generadas por el agro pampeano no resolvieron hasta ahora la pobreza del 40 por ciento de la población, dato que no sería indicativo de la insuficiencia de estas divisas para sostener el crecimiento, sino que, por el contrario, concluye que directamente no se necesitarían más divisas. Si algo le faltaba a la economía local es un movimiento antiexportador. Para colmo desarrollar las actividades que podrían generar dólares en el mediano plazo sería profundizar el “extractivismo” y el “maldesarrollo”.
Cualquiera sea la preferencia del lector, es un dato que ninguno de los dos modelos logró consolidarse y en consecuencia la economía se mantuvo en un perpetuo péndulo entre ambas opciones. También es un dato que los detonantes en los extremos del péndulo fueron siempre las crisis externas. Con prescindencia de lo que sucede con la distribución del ingreso al interior de la economía, el ciclo que no logra resolverse es el de pendular entre los dos modelos. Y ambos pueden sostenerse más o menos en el tiempo dependiendo de ciertas condiciones generales, como ciclos de precios internacionales o de endeudamiento, pero el cambio de dirección del péndulo siempre llega. Quizá haya llegado el momento de pensar entonces en un tercer modelo que asuma que los problemas centrales de la economía no se resuelven solo con redistribución en ninguno de los dos sentidos.
Si se consideran las dos vías descriptas de manera muy simplificada, el neoliberalismo sostiene que no se puede gastar más porque el límite es fiscal. La heterodoxia, en tanto, sostiene la visión estructuralista, no se puede gastar más porque el límite es externo. El gasto, dicen en el Ministerio de Economía, no puede crecer más allá de cierto punto porque el excedente se va al dólar y desestabiliza la macroeconomía (devaluación, inflación, caída del PIB, etc.). Algunos presuntos heterodoxos en tanto, responden que desde el cambio de gobierno existió superávit comercial, cuando lo que hay que mirar no es la balanza de bienes, sino el balance cambiario del Banco Central. También sostienen que la restricción externa existe porque hay mucha “fuga” (sic). Está mal. En la economía local los excedentes se dolarizan porque la moneda local perdió la función de reserva de valor. Suponga el lector que recibe una importante herencia en pesos ¿la mantendría en moneda local? Seguramente no y no precisamente porque usted sea un fugador apátrida. En la economía no hay buenos y malos, lo que hay son lógicas de comportamiento de los actores. Retomando, el peso no es reserva de valor porque existe el péndulo, que cómo se dijo se dispara por las crisis externas. Estamos frente a un círculo vicioso. Resolver el péndulo, entonces, es el primer paso para recuperar la moneda, un círculo virtuoso.
Centrémonos ahora en el presente. La economía comenzó a recuperarse de un largo parate, primero por la crisis del macrismo y luego por la pandemia. Debido al alto endeudamiento heredado no fue posible volver acumular suficientes reservas internacionales. La renegociación del inmenso doble endeudamiento, con privados y con el FMI, impide además obtener financiamiento adicional. El resultado fue que la demora y la baja velocidad de la recuperación fueron insuficientes para cambiar el ánimo de la población, que viene de cuatro años continuos de crisis, y el oficialismo enfrentó un duro golpe electoral, un escenario que lo deja muy débil políticamente y complicado hacia 2023.
La economía local vuelve a asomarse al abismo de continuar pendulando. Evitarlo demanda un nuevo pacto social entre las sociedades civil y política que parta de abandonar el pensamiento mágico de que todo se resuelve con redistribución o combatiendo a los malos y que formule un modelo productivo consistente. Debe asumirse que para aumentar la inclusión social se necesita crecer y para crecer se necesitan divisas. Pero además las divisas también se necesitan para pagar deuda y para ahorrar hasta que el péndulo se frene y se pueda reconstruir la moneda local. Para la macroeconomía no existen pasos de magia. El gasto y la velocidad de crecimiento están limitados por la capacidad exportadora. Al mismo tiempo, la sostenibilidad política de cualquier modelo también determina que deben mejorarse los ingresos de los asalariados. Para conseguir estos objetivos no existe otro camino que aumentar la productividad y las exportaciones. El gran problema es que si todo sale bien quizá pueda llegarse a 2023 con los mismos indicadores sociales que en 2019. La disponibilidad de divisas a mediano plazo si se desarrollan nuevos sectores proveedores de dólares, además del agro pampeano, solo alcanzará para un crecimiento muy moderado. El desafío político será sostener en el tiempo un modelo que no encierra en sí una gran épica, pero que dadas las restricciones reales y las relaciones de poder global es prácticamente el único posible. Dicho de otra manera, la épica habrá que buscarla en otro lado, no en la economía. Si se quiere resolver la economía es el tiempo de la política.