Hubo un tiempo en el que Pol-ka Producciones probó con la innovación y el riesgo, pero desde hace algunos años funciona con piloto automático y en dos movimientos: tiras diarias con Mariano Martínez / unitarios con Hugo Chávez. Llega la época del año en la que a la factoría de Suar le toca presentar el segundo movimiento, el de la tira de qualité, quizás la que no le trae más anunciantes pero que lo ayuda a recibir algún Martín Fierro. El nuevo se llama "Signos" es la segunda teleserie que lleva el nombre de una canción de Soda Stereo después de "entre Caníbales" en lo que va del año- y carga con el karma de ser demasiado parecido / entusiasmado con la referencia a Breaking Bad. Es verdad que el primer capítulo abre con una escena de peregrinación de rodillas similar a la de un capítulo de esta serie de culto de AMD (¿una confesión?). Y que el protagonista de Signos repite el conflicto "hombre bonachón de pueblo, que lleva dentro de sí a un verdadero asesino" de Breaking Bad. Pero mientras esta es la lenta construcción de un criminal, en Signos el criminal ya está hecho y servido en la mesa; apenas hay alguna referencia a alguna escena de su infancia, esa constructora de psicópatas.
Pero en el fondo Signos remite más a "Fargo" (película y después serie de los hermanos Cohen) o a Twin Peeks y la recientemente estrenada "Wayward Pines": ficciones claustrofóbicas de pueblo chico matadero grande. Hay un buen trabajo del verosímil; los personajes son creíbles, Chávez es un buen psicópata que sabe pasar en un segundo de la ternura a la perversidad y la turba (mejor digamos "gente") enfurecida que pide que los crímenes se resuelvan YA MISMO. Esta calcada de cualquier cobertura periodística con ciudadanos indignados de cualquier noticiero de estos días.
Hablando de replicar cosas, Telefé -una de las productoras de "El Clan", el exitoso filme acerca de los Puccio que todavía sigue en cartelera- ahora estrena una miniserie sobre el mismo tema. Una de las dos historias podría ocupar el lugar de la otra, pero Luis Ortega, el director de la miniserie, propone el mismo cuento con personajes distintos. El Arquímedes Puccio no es el monstruo lacónico y perverso del filme sino un sujeto arltiano, lleno de sentencias acerca de la mierda que es la gente y el mundo. Mientras que Trapero subraya hasta el exceso la esquizofrenia de una familia que se comporta con formalidad y educación mientras asesina, el hogar de los Puccio de Ortega es un microcosmos de perversión, manoseos, exhibicionismo y amenazas veladas. Sus personajes putean como en una película argentina de los 80, época en la que se puteaba mucho y la gente se desnudaba por cualquier cosa.
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Las dos historias comparten (aquí y ahora) un rasgo de identidad. Son ficciones de asesinato en pueblo chico, donde todos se conocen. Tanto en Penitentes (el pueblo de Signos) como en la ficción de los Puccio el asesino está a la vuelta de la esquina y puede ser cualquiera de los pueblerinos. Ya no se trata de el "pibe chorro" ni de las "mafias colombianas"; a partir del asesinato de Ángeles Rawson el criminal puede vivir en nuestra propia casa. Paranoia mata xenofibia. El paraíso del paranoico es ese lugar donde cualquier persona, a cualquier hora del día, puede tomar nuestra vida.