Julieta Arroquy y el mágico proceso de crear

04 de marzo, 2016 | 12.22
Un día, la vida de Julieta Arroquy dio un giro y llegó al dibujo. Cuenta que fue como quien toma un colectivo equivocado. Pero ahí se quedó, por suerte para todos los seguidores de su humor. Julieta mira la realidad desde una bicicleta, y siempre con una sonrisa dibujada. Y Ofelia, su hija ilustrada protagoniza historietas que ya adquirieron forma de libros, editado por Ediciones de la Flor.

-Fuiste periodista hasta que elegiste el dibujo ¿Cuánto de esa cronista aparece en tus tiras?

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-Me cuestan bastante los títulos porque no me siento conforme con ninguno ni creo que ningún término me defina con precisión. Estudié Ciencias de la Comunicación en la UBA, y trabajo como periodista, siempre he sentido una gran curiosidad por la realidad, sobre todo por lo que acontece a mí alrededor y me llama la atención y también por las personas, y sus vidas. En ese sentido creo que sí, que Ofelia tiene mucho de periodista, no tanto por lo que acontece en materia socio política, sino también por el cambio que atraviesan los vínculos humanos mediados por la tecnología, por ejemplo. O el anclaje y muerte de ciertas creencias, o las ideas que son preponderantes de una época y de qué manera eso nos condiciona humanamente. También habla mucho de los derechos de la mujeres, de los femicidios y la trata, temas que por suerte ya forman parte de la agenda de los medios.

-Sos una admiradora del trabajo de Quino ¿Qué significó Mafalda y sus amigos a la historieta argentina y qué soñas que ocurra con Ofelia dentro de 50 años?

-Curiosamente mis padres nunca me compraron Mafalda, la leía en casa de mis primos, allí fue donde la descubrí. Y, en su momento, creo que tenía ocho o nueve y no entendía del todo su humor ni porqué su tortuga se llamaba Burocracia. Ya de grande volví a releerla y fue maravilloso. Desarrollé una gran admiración por Quino, no solo por las tiras de Mafalda, sino por sus otros libros de humor gráfico, en donde confrontaba al poder y a la Iglesia Católica pero con muchas risas. En cuando a lo que pueda pasar con Ofelia de aquí a 50 años la verdad no sé, creo que mientras sus libros sigan circulando hay esperanza de que la recuerden. Ofelia es digan hija de su tiempo, por lo que chistes relacionados a las redes sociales o a las emociones, tal vez no funcionen dentro de medio siglo. Curiosa, y tristemente, los chistes de Quino aún funcionan porque sus críticas relacionadas a la desigualdad social, el imperialismo o a la educación siguen vigentes.

-Mucho se habla de las cosas que "valen la pena" ¿Dibujar (crear, hacer) es un placer o un esfuerzo?

-De chica dibujar era un placer, tenía un mundo de personajes y lugares, pasaba varias horas dibujando durante la siesta de los mayores y llegué a ganar un concurso de dibujo a los seis años. Una vez que entré en la adolescencia, el dibujo pasó a segundo lugar y, en la juventud, prácticamente ya no dibujaba. Como si me hubiera olvidado que formaba parte de mí. Sin embargo, a los 32 años volví a dibujar de forma compulsiva, casi catártica pero ahora, que ya tengo 41, dibujar no es ni un placer ni un esfuerzo, simplemente es. Dibujo cuando tengo ganas, me cuesta un poco dibujar a pedido, a menos que alguien me contrate como dibujante o ilustradora, dibujo para mí cuando quiero y puedo. Pero reconozco que hay algo muy mágico en ese proceso, posar un lápiz y que aparezcan líneas que van tomando sentido. Es bello crear, hacer, sacarse del interior las ideas y convertirlo en algo nuevo.

-Trabajaste en un banco y dijiste por ahí que no te gustaría volver a hacerlo ¿por qué?

-Veo que leíste entrevistas anteriores! Buen trabajo! Trabajé como oficial de cuentas en un banco de 1997 a 2006, nueve años de mi vida mientras estudiaba en la universidad. Mi trabajo consistía en vender productos financieros, tarjetas de crédito, préstamos, cuentas. Fue un gran trabajo para sostenerme económicamente pero que, lentamente, me fue haciendo cada vez más pesado. Viví la crisis del 2001/2002 y vi el malestar de la gente, el dolor y la tristeza de perder casi todo y de algún modo, me sentí parte del engranaje de ese malestar. Particularmente, lo que no me gustó fue tener que vender, venderle a la gente cosas que no necesita y que ni siquiera sabe usar.
Curiosamente la vida, exactamente nueve años después de haber renunciado, me puso al frente de la revista interna de ese mismo banco en donde puedo trabajar para ellos pero desde un lugar que disfruto mucho más.

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-¿Cómo es Ofelia?

-Es difícil siempre esa pregunta, pasa el tiempo y cada vez me cuesta más definirla porque Ofelia va mutando, cambiando. Ya no es la misma del comienzo, va evolucionando conmigo, claramente. Si puedo decir que es una mujer que luce como una niña gráficamente, que le importan las cuestiones humanas, los vínculos y la dialéctica entre hombres y mujeres, le molestan las convenciones sociales y las etiquetas, le preocupa la falta de empatía y la transformación de los vínculos al ser mediados por la tecnología.
Está bastante despierta creo yo.

- Durante mucho tiempo fuiste la protagonista del blog ¿Qué te pasa Buenos Aires? ¿Qué le pasa a Buenos Aires en estos últimos tiempos?

-La experiencia de aquel blog fue maravillosa, me permitía plasmar crónicas de la ciudad y de mi vida en ella. No sé si realmente hay un cambio de la ciudad de 2010, fecha de inicio de aquel blog, a hoy. Vivo aquí desde hace ya 22 años, casi la mitad de mi vida la he pasado aquí, los últimos cinco años trabajando en mi casa con lo cual bastante de la vida diaria en la calle y el transporte se ha visto reducida. Cambié el colectivo por la bici así que mucho del mundo que observo lo hago sobre dos ruedas, todo pasa rápido y siempre se descubren lugares nuevos. Andar en bici en Buenos Aires me hace sentir bastante libre. Hoy, si bien veo nuevas funcionalidades, como la bicisenda, el reciclado de residuos y demás, creo que es una ciudad segmentada socialmente, en donde los barrios con impuestos caros tienen mejores servicios y más seguridad, y los barrios pobres están a la buena de Dios. La ciudad anestesia, de algún modo nos volvemos más duros, más desconectados, menos empáticos. Me gusta que la gente tome la calle, que se apropie de la ciudad, que la intervenga con arte, que se manifieste en sus calles, que bailen. A mi Buenos Aires, a pesar de todo, siempre me hace sentir viva.

-Hablas en tu sitio web de las "crónicas del desamor" ¿Hasta dónde el desamor se puede convertir en una herramienta?

-Creo que uno crea mejor con la panza vacía, cuando le falta algo, cuando hay ciertos lugares incompletos o vacíos, eso permite que uno busque, que uno se pregunte, que analice. Cuando todo funciona y uno es feliz es más difícil hacerse ciertas preguntas, o plantearse y cuestionarse los vínculos. El desamor es un trampolín que usamos todos, los músicos, los pintores, los artistas, los poetas, es el lugar que nos permite conectar con nuestros mundos vulnerables y crear.

-Dicen que existe otro mundo dentro de este mundo ¿cómo es el mundo de Julieta Arroquy? ¿Y el de Ofelia?

-Mi mundo es bastante simple, en primera plana mi casa con sus pequeños universos es donde paso la mayor parte del tiempo. Hay instrumentos musicales y arte, cactus y una cocina colmada de herramientas que nunca uso. Teatro y astrología son otra gran parte de mi vida, y la música también, aunque claramente no tengo dotes para eso. Los lápices sobre el escritorio, un termo con café otro para el mate, y una ventana por la que entra el sol. En cuanto al mundo de Ofelia tiene un perro, una amiga frívola y un gñomo de jardín gay, cactus que a veces la lastiman y un unos fantasmas que la visitan. Todo transcurre dentro de un cuadrito que a veces no tiene límites, a ella le crecen edificios en la cabeza o serpientes, y vive en un constante preguntarse sobre la vida. Ofelia es bastante feliz con muy poco, creo yo.