El modelo de consumo cultural hegemónico del siglo XXI, a partir de las redes sociales y la multiplicación de plataformas, nos propone una apertura y amalgama de propuestas y contenidos desterritorializados nunca antes vista. A diario mantenemos contacto con culturas ajenas a la nuestra. Las consumimos y por ende nos vinculamos con ellas sin profundizar en su origen o historia. La accesibilidad a información que antes era lejana define nuevas dimensiones y espacios de convivencia comunes entre experiencias y lenguajes disímiles, desiguales, y hasta contrapuestos. A la imagen de una racionalidad lineal y un mundo unificado por seres globales en la posmodernidad, se le superpone un mapa extenso de diversidades, intertextualidades, identidades e imaginarios en el que resulta cada vez más difícil encontrar conceptos cerrados, y establecer delimitaciones o etiquetas. Los procesos de descolonialización, y los nuevos movimientos feministas y de justicia racial, hicieron su aporte al asunto de la deconstrucción. Dicho panorama a primera vista parece optimista y puede generar entusiasmo en términos de integración cultural, hibridación y diversidad, pero también ha despertado sensibilidades y algunas alarmas a las que debemos prestar atención y darle lugar. Una de ellas es el debate por la apropiación cultural.
Ejemplos cercanos como el nacimiento y éxito mundial del trap latinoamericano; el nuevo flamenco encabezado por la figura de la cantante española Rosalía; los looks de Lali Espósito emulando peinados de la cultura negra y un tono de piel más oscuro; o incluso la utilización de símbolos étnicos por parte de diseñadorxs famosxs y millonarixs de la farándula hollywoodense; han sacado el debate del respeto por las identidades del ámbito académico para llevarlo a lo público, a los medios, a las revistas de consumo masivo y a las redes sociales. De repente nos encontramos discutiendo en Twitter, alrededor de un concepto que nos resultaba lejano como es el de la “Apropiación cultural”. De allí surgen preguntas encrucijadas sobre lo que un artista puede o no hacer; lo que es arte y lo que no; y si el uso de un corte de pelo es sinónimo de racismo solapado. A veces en el afán de tomar una posición fija lo hacemos con tanta ligereza que nos perdemos de la riqueza que posibilita el debate y su visibilización.
Entonces: ¿de qué hablamos cuando hablamos de apropiación cultural? ¿Es un debate todavía abierto? ¿Qué lugar queda para el diálogo intercultural? La instalación en la agenda de los activismos sociales amerita evitar simplificaciones y pasar a una instancia más asertiva en la que se involucren diferentes voces y un diálogo, sin esencialismos, que permita abordar el problema de fondo.
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Qué es la apropiación cultural
“La realidad de la apropiación cultural es el racismo, y el racismo no se debate”
Jennifer Parker es afroargentina, modelo y artista. En sus perfiles de redes sociales suele compartir, como parte de su activismo feminista y antirracista, información y contenidos donde explica y denuncia expresiones de racismo solapadas en cosas de todos los días como frases comunes, películas, programas de TV o canciones que pueden pasar inadvertidas. Desde esa posición subraya la peligrosidad de la apropiación cultural, que más que un gesto o una serie de eventos aislados que podemos relacionar en caras visibles, se trata de una expresión concreta y sistemática de la dominación hegemónica, occidental, blanca, cristiana y binaria. “La realidad de la apropiación cultural es el racismo, el racismo no se debate, el despojo de la cultura, del racismo, de la colonización y sus consecuencias no se debate, y va mucho mas allá de usar o no trenzas - explica - Para mí la apropiación cultural es el robo sistemático de elementos identitarios. La cultura de las personas tiene que ver con su identidad”. La identidad es una forma de afirmación de lo que cada unx es frente a otrxs, y permite delimitar y construir “lo propio” desde múltiples elementos de su entorno cultural, histórico, político y social. ¿Qué pasa si un rasgo de la identidad es utilizado por fuera de dónde se creó y formó?
En la actualidad la cuestión de la apropiación cultural suele advertirse a partir de artistas, famosxs o influencers que utilizan o se apropian de algún elemento específico de una cultura o minoría, lo que despierta fuertes olas de rechazo y cuestionamiento. En 2019 por ejemplo, la cantante Ángela Torres se ubicó en el centro de la escena luego de compartir en su cuenta de Instagram una fotografía suya luciendo las llamadas trenzas afro. Luego del episodio no solo pidió disculpas sino que remarcó la importancia de llevar el tema al ámbito de la conversación social. Lo que a primera vista parecía ser un comportamiento inofensivo o hasta “cool”, llevaba en su génesis la columna vertebral de la apropiación cultural: un blanco haciendo un uso vacío de un elemento de una cultura oprimida cuyo significado desconoce, ignora y desprecia. “Toda persona puede opinar, sobre lo que quiera, pero una opinión no es la realidad y la realidad que tenemos es el racismo. No puedo hablar por todas las culturas ni por todas las personas, esto es básicamente una opinión personal. En mí la apropiación causa bronca, por todo el racismo al que me tuve que enfrentar y después verlo en gente no negra siendo alabada”, expresa la cantante.
Con respecto al origen comercial de la apropiación cultural y su uso ordinario en el mundo del marketing, Parker entiende que “sería muy hipócrita solo culpar a las empresas. Las personas pueden tomar decisiones en cuanto se informen o no. Para mucha gente la apropiación la realizan las empresas, para mí es mas individual y uno elije qué ponerse y qué no”. Con respecto a las marcas que se suben a algunos reclamos sociales de minorías o presentan campañas utilizando contenidos de culturas históricamente marginalizadas sostiene: “Es algo muy inteligente, comercial y socialmente hablando, usar tu plataforma para amplificar voces. Si no, ¿qué hacemos? A la gente le gusta que sus marcas favoritas tengan un mensaje para dar y las empresas ya se dieron cuenta de eso. Más cuando las personas que dan el mensaje son personas de esas comunidades ignoradas, aparte que les genera trabajo”. De hecho recientemente Jennifer participó de una campaña de la marca de zapatillas Converse All Stars llamada “Romper las barreras” en beneficio de la igualdad racial y de género.
“Para que se produzca un diálogo intercultural debiera haber un ida y vuelta. En este caso, la gente viene, agarra la cultura, hace plata con eso, y cuando termina lo tira a la basura porque ya hizo su pequeño show. Si no hay un ida y vuelta, si cuando hacés tus shows no contratás gente de esa cultura, si sólo lo haces sin importancia, ¿realmente hay un intercambio? Eso nunca se hizo, pues la cultura negra (no africana, digo NEGRA, son distintas) fue reinventándose siempre, por el simple hecho de la colonización. Y si, todo racismo reproduce violencia. La Apropiación cultural es un gesto de opresión y generalmente, una reafirmación del derecho blanco”, concluye Jennifer. Podemos decir entonces que la línea que separa la apropiación indebida de un homenaje o inspiración es el consentimiento y una posible distribución equitativa y ética de los beneficios.
“En Argentina es un tema nuevo que recién se está instalando”.
Alberto Quevedo, sociólogo y director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), aclara que la disputa sobre la apropiación cultural en Argentina y en América Latina es todavía “nueva” y forma parte de un proceso de revisionismo histórico que llevará tiempo. “En Estados Unidos tiene otra historia de mayor densidad. Rita Segato dice al respecto que allá existe porque es un país donde hay mayor compartimentación en lo que tiene que ver con la etnicidad de las personas y el peso de los afroamericanos y el mundo negro. Pero también pasa con otras tradiciones como los originarios que son una minoría muy activa. En Estados Unidos nació en el marco del debate en relación a que los blancos se apropian todo el tiempo de rasgos culturales de otros grupos sobre los cuales fueron opresores: usan disfraces de indígenas, trenzas afro, en Halloween se disfrazan con mascaras y vestimentas de otras culturas”.
A nivel local la incorporación tardía y desdibujada del debate es consecuencia de una configuración cultural y étnica diferente. Si bien la cultura argentina, así como la del resto de Latinoamérica, está fuertemente marcada por el sincretismo resultante de la incorporación de elementos culturales nativos y europeos, prevalecen el mito fundacional (y falso) de que en Argentina “no hay negros” y que somos un país blanco y europeo. “El debate todavía no tiene el peso que sí tiene en Estados Unidos, aunque hay situaciones comunes que pueden identificarse. Yo recuerdo que Hollywood, en el principio del cine del siglo XX, no contrataba actores negros, ponía actores blancos y les pintaba la cara. Se trata de un gesto de extrema violencia teniendo en cuenta lo que significa en dicho país la esclavitud y la supremacía blanca. Allá el tema de la apropiación cultural tiene una historia política y cultural que es parte central de la discusión social. En Argentina es un tema nuevo que recién se está instalando y es necesario incorporar”, sostiene.
Sin embargo, Beto Quevedo señala que los grandes apropiadores culturales de siempre son las marcas que “toman todas las culturas, las tradiciones, y las polémicas sociales”. “Ahora por ejemplo con el tema de la estigmatización de los cuerpos gordos te hacen una publicidad para posicionarse. También ahí se gesta una suerte de negociación entre las personas oprimidas y las marcas. Eso está pasando. Es un tema en el que me cuesta mucho tomar una postura cerrada. Creo que todas las culturas son híbridas por lo que es casi imposible exigir el uso exclusivo o la autenticidad de los rasgos culturales de un grupo social o étnico. Todxs estamos atravesadxs por muchas culturas. Pero lo que sí es cierto es que los grandes apropiadores son siempre los sectores blancos, europeos, dominantes, racistas, y xenófobos. Nunca es a la inversa. A veces puede parecer una exageración que los grupos subalternos oprimidos pidan que no se apropien de sus valores y bienes culturales, pero de hecho la identidad y la cultura es lo único que tienen, porque todo el resto se lo han quitado”.