Cuando a Mónica Piboul le confirmaron que había un donante compatible en un 99,9% para su trasplante de médula ósea y que se trataba de un joven alemán, decidió ponerle una cuota de humor al miedo y le inventó un nombre. “Lo empecé a llamar Otto”, cuenta, ahora, entre risas. En ese momento, ella no sabía quién era esa persona que, a tantos kilómetros de distancia, le daba “una oportunidad”. Tampoco conocía su rostro ni su historia. Pero intuyó que se volvería alguien fundamental en su vida. Otto era Patrik Köhn, a quien logró conocer seis años después, en París, y darle un gran abrazo, con la Pirámide del Louvre de fondo.
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A Mónica el diagnóstico de leucemia le llegó en 2019, pasado un año de los primeros síntomas de una anemia incontrolable. “La punción salió que yo estaba en el horno y la única solución era un trasplante”, recuerda. Pensó que la búsqueda iba a ser larga, pero no fue así. “El INCUCAI se mueve muy rápido”, asegura. A los pocos meses, la doctora Ana Basquiera, quien era su oncohematóloga en el Hospital Italiano, le dió la buena noticia de la búsqueda internacional y la fecha del procedimiento.
En Argentina, el Registro Nacional de Donantes de Células Progenitoras Hematopoyéticas (CPH) –conocidas como médula ósea– del INCUCAI cuenta con 320 mil donantes inscriptos y forma parte de la Red Mundial World Marrow Donor Association (WMDA), con más de 44 millones de registros en 63 países. Fue ese armado internacional el que hizo posible que Mónica, que en ese momento tenía 70 años, encontrase rápido una oportunidad.
El INCUCAI explica que desde 2003, cuando se creó el registro, 1946 argentinos con enfermedades hematológicas e inmunológicas que no tenían donantes de CPH en su familia accedieron a un trasplante gracias a donantes provenientes de los registros internacionales, y sin necesidad de tener que viajar al exterior. A la vez, el registro argentino aportó 745 donantes, 358 para pacientes de nuestro país y 387 para pacientes del extranjero.
Mónica recuerda al detalle cómo fue el operativo. Las células extraídas a Patrik llegaron en avión desde Alemania, acompañadas por una médica. En Ezeiza, la esperaban su oncohematóloga y un equipo del INCUCAI. Cuando ingresaron al hospital, su marido vio pasar “la heladerita roja” y alcanzó a preguntar: “¿Ahí va Otto?”. Todos se rieron y asintieron. Una de las cosas que más la sorprendió fue que el procedimiento por el cual se infunden las CPH sanas duró apenas diez minutos. “A mí me habían sacado mi médula para que entre la nueva a través de un catéter”, resume. Era 2 de julio. El 20 ya estaba en su casa.
"Otto es un ángel para mi"
Cuando ya se había recuperado, Mónica necesitaba completar la historia. Quería ponerle rostro y nombre real a Otto –“un ángel para mí”, explica– y preguntó en el INCUCAI si podía contactarse con su donante. Le explicaron que, pasado un año y si ambas partes aceptaban, el encuentro podía ser posible. Llenó los formularios con una mezcla de ansiedad y fe. A los pocos días sonó el teléfono: “Tenemos buenas noticias. Él quiere conocerte”, le dijeron. Mónica lloró media hora sin poder hablar.
Enseguida, el primer contacto lo hizo Patrik. Escribió en español ayudado por el traductor y mandó un WhatsApp que decía: “Estoy feliz de haberte ayudado”. A ese mensaje le siguieron fotos y regalos que viajaron en ambos sentidos: él le hizo llegar una bandera alemana, dulces, cervezas, una mostaza típica, galletitas y hasta gomitas con forma de ositos. Y desde Argentina ella le mandó, entre tantas cosas, una camiseta de Messi. El estallido de la pandemia frenó todo, pero no la decisión de encontrarse. “Uno de mis sueños es conocerte a vos y a tu familia”, repetía Patrik, pero llegar a la Argentina le resultaba demasiado caro. Para ella también era un sueño difícil de cumplir.
La idea de verse en París surgió gracias a que la nieta de Mónica cumplía 15 años y sus padres le regalaron un viaje en familia. Su yerno le dijo: “¿Por qué no le decís si se encuentran allá?”. Ella, en shock de la emoción pero sin saber si sería posible, le escribió y, al rato, Patrik le mandó la captura del pasaje. La cita era para el 10 de octubre, frente a uno de los museos más famosos del mundo.
Entre nervios y ansiedad, Mónica, junto a su marido, Ricardo; su hija Carolina; su yerno, Maxi; y sus nietos, Matilda y Manuel, aguardaban frente a la Pirámide del Louvre. Su nieta la alertó: “Abu, ahí viene”. Todos levantaron las manos. Y Patrik avanzó con los brazos abiertos.
“Es alto, grandote, rubio, como un vikingo”, lo describe Mónica y recuerda: “Cuando lo abracé, fue increíble. Pienso y se me pone la piel de gallina”. No hablaron, no hacía falta. Ese abrazo unía mucho más que los 11.500 km de distancia y los seis años de espera.
Patrik hoy tiene 36 años, un hijo y al viaje lo acompañó su novia Jovana. Está registrado en la DKMS, una de las organizaciones de donantes más grandes del mundo. Cuenta que inscribirse es habitual entre sus amigos, que todos están registrados. “Yo solo tuve la suerte de ser seleccionado”, señala. Y para generar conciencia, explica lo sencillo del procedimiento: “Para el donante no supone ningún esfuerzo. Fue solo estar una hora acostado jugando con el móvil”.
Para él fue una gran alegría saber que Mónica quería intercambiar datos de contacto. “Tengo un amigo –cuenta Patrik– que donó a alguien en Estados Unidos y esa persona no quiso conocerlo. Es una pena, porque él estaba muy ilusionado”.
El día de la reunión en Paris fueron muchos los sentimientos y, además de feliz, "estaba nervioso y tenso", recuerda. “Fue estupendo ver lo contentos que estaban todos. Los dos nietos también lloraron y eso no me lo esperaba. Solo entonces me di cuenta de que realmente había ayudado a toda una familia”, cuenta Patrik.
Aunque ella es hincha de Rating, Mónica le llevó una bufanda de Boca, porque sabía de su predilección por el club de la rivera. También le obsequió una bandejita fileteada con las banderas de Argentina y de Alemania unidas por una palabra: "leben", que en alemán significa vida.
Esa misma palabra fue la que inspiró el emprendimiento de gorros y turbantes de su hija, Carolina, que nació mientras acompañaba a su mamá en la quimioterapia y le armaba diseños para que se sintiera mejor frente a la pérdida de pelo. Leben es hoy un homenaje a ese gesto anónimo que unió a dos países.
“Para Mónica y su familia, la vida era importante, y eso es lo que importa. He engendrado una vida. He salvado una vida. Puedo estar orgulloso de mí mismo”, responde Patrik a la pregunta de qué significa la palabra vida después de esta experiencia.
Pero no es lo primero que hace por los demás. Colabora con organizaciones de salud mental y, cuando tenía el pelo largo, lo entregó para ayudar a niños con cáncer. Asegura que “hacer el bien sienta bien” y lo recomienda: “Hay que aconsejar a todos los amigos para que se registren como donantes de médula ósea”.
Detrás de cada trasplante hay un sistema que funciona y salva vidas, pero que, como dice Patrik, requiere de la participación de toda la sociedad para poder dar más respuestas. Desde el INCUCAI, explican que para ser donante solo se necesita tener entre 18 y 40 años, pesar más de 50 kilos y gozar de buena salud. La inscripción puede hacerse al donar sangre en cualquiera de los más de 250 centros de hemoterapia del país o sacando un turno para dejar la muestra a través del nuevo método de hisopado de la mucosa bucal, rápido y no invasivo, que amplía la diversidad genética del registro. Además, desde 2024, en Argentina los estudios de tipificación para determinar la compatibilidad de médula ósea se realizan en el Laboratorio Nacional de Inmunogenética.
Antes de despedirse en París, Mónica pudo finalmente decirle a su donante lo que soñó durante años: “Gracias por mi vida”. Patrik, emocionado, le respondió que ahora también tenía una familia en Argentina.
