“Hace 10 días que mis hijos dejaron la cuarentena total para ser anticuarentena y se turnan para venir una vez por semana a verme. Tomamos recaudos. Soy de riesgo. Todos tenemos fecha de vencimiento con o sin virus”, contó en Twitter una tal Yo solita.
Valeria Pereyra pasó de ser candidata a tercera concejal escolar suplente por Juntos por el Cambio a ser la vecina más señalada de Berisso: la semana pasada acudió a un evento familiar con más de 10 personas y lo contó en Twitter con foto y todo. A principios de mes un baby shower clandestino en Necochea disparó una ola de contagios y el bebé homenajeado vino al mundo con coronavirus.
El domingo pasado el DJ Pato Zambrano pasó música desde su balcón, en Talcahuano y Arenales, y unos 50 vecinos y vecinas salieron a la calle a bailar. No respetaron mucho la distancia.
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Otros, más comedidos, hablan en sus redes sobre limitaciones impuestas, falta de libertad o dicen “te quieren convencer que no sabés cuidarte y tomar decisiones”. Y vaya alguien a saber cuántos niños, niñas y empleadas domésticas habrán pasado desapercibidos adentro de baúles de autos en estos tres meses.
Los anticuarentena levantan mucho la voz, pero son pocos: de acuerdo a la evaluación realizada por Analogías el 7 de junio en el AMBA, el 85,7 % dijo estar de acuerdo con el ASPO como forma de prevención de los contagios, mientras que el 11,9% está en desacuerdo.
¿Qué le pasa a esta minoría que pregona salir a la calle por las redes? Entre los que quieren terminar con el confinamiento hay un enojo notorio que va mucho más allá de la pandemia. “En principio pienso que las reacciones de los rompe cuarentena es el aspecto manifiesto, lo que está a la vista como la punta de un iceberg, pero contienen múltiples aspectos latentes que no son fáciles de determinar precisamente por el carácter polifacético de los mismos”, reflexiona el psicólogo social Carlos Sica, director de EPS- Emergencias Psico-Sociales. “No hay forma de entender desde el más mínimo sentido común cómo prefieren -en nombre de la libertad- el riesgo de enfermarse o morir. Sí se entiende cuando vemos que el combustible que motoriza a estos manifestantes es el odio, un sentimiento que nubla a la razón y aleja de toda actitud solidaria que solo puede emanar de otro sentimiento totalmente opuesto, el amor”.
¿Pero de dónde salen? Según los resultados del informe de Analogías, de los que están en desacuerdo con la cuarentena, el doble son hombres (15,4% contra 8,7%) y preferentemente universitarios: de ellos el 13,4% dijeron haber estudiado una carrera, mientras el 10,09% tiene primaria completo.
Claro que no son conductas exclusivas de nuestro país. En España, por caso, también hubo gente que se manifestó en contra del único cuidado preventivo posible cuando los números de contagio crecían allá de manera alarmante. “El negacionismo y el egoísmo son las dos actitudes que marcan la conducta de estas personas - dijo Guillermo Fouce, profesor de psicología social en la Universidad Complutense de Madrid en un artículo de la revista XLSemanal-. Piensan que el virus no va con ellos, que no les va a causar daño, y no son capaces de ponerse en el lugar de los demás y ver el bien común de evitar más contagios, muertes y el colapso del sistema sanitario”.
Lo peligroso es que, al verse deteriorada la calidad de vida por varias cuestiones que produce el confinamiento, se percibe que muchas personas, aún a favor de las medidas tomadas por el Estado, están más permeables a la chicana emocional que sin prisa pero sin pausa aparece cada vez más en los medios y en las charlas cotidianas. “A pesar de ser una herramienta de protección, la cuarentena trajo aparejadas restricciones en los vínculos, cambios abruptos en la vida cotidiana, problemas económicos… todo esto genera mucha frustración, la frustración deviene en bronca, de manera que esas personas resuenan rápidamente con quienes instigan desde el odio”, advierte Sica.
También hay otro frente a tener en cuenta: los que apoyan la cuarentena pero aflojaron ciertos cuidados. “Mi hija de 10 años fue unas cuatro veces a la casa de su amiga que vive a una cuadra”, cuenta Carolina, mamá de Morena. Como Villa Pueyrredón es un barrio tranquilo, de casas bajas y poco tránsito, se siente tranquila. “Tanto en la casa de su amiga como al llegar a la mía, More se saca los zapatos, se lava las manos y mantiene una cierta distancia con su amiga”, deja en claro. Mariana, de 56 años, de Palermo, la ayuda con las compras a su mamá de 83 y ya fue dos veces a visitar a sus sobrinos de Coghlan. “Quería verlos, los extrañaba demasiado. Fui y volví en auto y no toqué a nadie”, se ataja. Ellas escuchan y acuerdan con las advertencias de los epidemiólogos, pero no sienten que estas transgresiones puedan dispersar la enfermedad. Es que el paso del tiempo y la incertidumbre de no saber cuándo se podrán ver a los seres queridos genera mucha ansiedad, y ante esta angustia mal resuelta la cabeza recurre a atajos como el de negar la realidad, y así se encuentran excepciones y pretextos para salir a la calle.
Para la psicología social, estas son respuestas propias de sociedades individualistas, bien diferentes a las que brindan las comunidades colectivistas y quizás es un buen momento para escucharlas. En una charla reciente donde disertó sobre las pestes en su comunidad, la lingüista Yásnaya Elena Aguilar, oriunda de Oaxaca, México, dejó resonando la enseñanza principal de su tatarabuelo: “el bien individual no se opone al bien colectivo, el bien individual depende del bien colectivo”.