Alberto Fernández tendrá hoy una cita largamente anticipada cuando reciba en la Quinta de Olivos a uno de los funcionarios más importantes de la Casa Blanca. Se trata del Asesor para la Seguridad Nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, un halcón de 44 años que no solamente forma parte del círculo de confianza inmediato alrededor de Joe Biden y es una pieza clave de su política exterior; también es una figura con peso propio dentro del establishment demócrata y llena casi todos los casilleros del formulario para perfilarse como presidenciable en el futuro. La reunión es un paso más en el empinado pero necesario acercamiento del presidente argentino al gobierno de EE.UU., con la deuda externa, el cambio climático y la influencia de China en la región dominando la agenda.
Es el tercero y el más poderoso enviado de Biden a Buenos Aires desde que asumió, en enero de este año, después de las visitas del exjefe del Comando Sur del Pentágono, Craig Faller, y Juan González, Asesor para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional que encabeza Sullivan. Además, en Roma, Fernández se reunió con el Enviado Especial para el Clima, John Kerry, otra figura de primera línea. La frecuencia y la calidad de los encuentros, que se complementan con otros contactos que establecen, a través de canales alternativos, el embajador Jorge Argüello, el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, el presidente de la cámara de Diputados, Sergio Massa, y el ministro de Economía, Martín Guzmán, dan cuenta del interés mutuo por acercar posiciones.
Para la Argentina es una tarea obligada. El peso de la deuda con el Fondo Monetario Internacional obliga a una renegociación en la que el gobierno de Estados Unidos tiene poder de veto. La génesis de ese crédito impagable recayó en dos gobiernos, el de Mauricio Macri y el de Donald Trump, en las antípodas de las administraciones actuales, lo cual no necesariamente acerca posiciones pero permite discutir los términos con un diagnóstico en común como base. No es poco. La lapicera de Washington también será decisiva a la hora de distribuir fondos para la recuperación postpandémica a través de otros mecanismos, como los bancos de fomento regionales, donde Fernández debe recomponer vínculos después de haber tensado el vínculo en las elecciones de autoridades del BID y la CAF.
Del otro lado del escritorio, Sullivan tiene en China la principal de sus obsesiones. Desde el mismo cargo que tenía Henry Kissinger cuando promovió el deshielo en la relación entre ambos países, él propone recorrer el camino contrario. Como ideólogo de la política de Biden hacia Beijing, aún más dura que la que practicaba Trump, trae a este viaje por el Cono Sur (la gira comenzó ayer en Brasilia) una larga lista de preguntas. Sabe, al igual que sus interlocutores locales, que el caudal de dinero que llega desde el otro lado del Pacífico, en forma de inversiones y de exportaciones, es vital para las economías sudamericanas y que Washington no tiene la posibilidad ni la voluntad de reemplazarlo. A pesar de eso, buscará ponerle un límite a su influencia política, militar y digital en la región.
En sus reuniones con funcionarios del gobierno argentino, el asesor del presidente de los Estados Unidos manifestará el rechazo a la instalación de nuevas bases científicas, que los norteamericanos sospechan son para uso militar. Sus interlocutores le informarán que no existe ningún plan en ese sentido. También objetará la participación de capitales chinos en el financiamiento de la construcción de un Polo Logístico Antártico en Tierra del Fuego. Sobre este tema, la respuesta que reciba no le será grata, porque Fernández tiene planeado avanzar con ese proyecto que considera estratégico. Otro punto de discordia será la instalación de la red de 5G en la Argentina. La empresa mejor preparada para ganar esa licitación es Huawei, a la que Washington considera peligrosa para su seguridad informática.
En segundo lugar, aunque lejos, entre las preocupaciones de la visita aparece la relación del gobierno de Fernández con Cuba, Venezuela y Nicaragua, tres países que figuran en el eje del mal de esta Casa Blanca. El gobierno argentino pedirá el levantamiento del bloqueo contra la isla e insistirá en la necesidad de encontrar una salida dialogada a la crisis política del chavismo. También explicará que, en respuesta a las violaciones de derechos humanos del régimen de Daniel Ortega, decidió retirar su embajador de Managua, pero que se opuso a las declaraciones de condena impulsadas desde la OEA por la participación de ese organismo en el golpe de Estado en Bolivia. Fernández expondrá su propuesta de reflotar la CELAC (que excluye a Washington) para intervenir en estos casos de crisis institucional.
La clave para mantener el equilibrio en esa relación tironeada por tantas aristas es que Estados Unidos efectivamente encuentre en la Argentina y en su presidente un punto fijo en una región que se convulsiona. Con sus aliados históricos, Chile y Colombia, atravesando procesos de agitación social y política intensa; el impredecible Bolsonaro en Brasil; Perú y Bolivia en manos de gobiernos hostiles; Fernández puede funcionar como interlocutor privilegiado de Biden para pivotear sus políticas hacia América del Sur. Ese papel, que se comenzó a explorar de manera preliminar en el encuentro con Kerry en Roma, es el que puede crecer a partir de hoy y coronarse con una cita en la Casa Blanca, en cuanto la pandemia y la agenda lo permitan.