Vigilar y castigar

14 de noviembre, 2020 | 18.32

A esta altura ni el economista más despistado desconoce que el principal problema de la economía local son los dólares escasos. Esta escasez es la que determina la cotización de la divisa y por extensión, es una de las claves de la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, en un mundo en el que los flujos de comercio exterior se encuentran bastante afectados por la pandemia no sucede lo mismo para las principales exportaciones argentinas. El clima en Estados Unidos no vino bien. Su producción sojera será menor. Y en uno de los pocos mercados transparentes del planeta, como lo es el de las commodities agropecuarias, el resultado es que los precios de la soja comenzaron a crecer y ya tocaron los 420 dólares la tonelada. Los analistas del sector esperan además que las mejoras de precios continúen. Como se ve, no todas son malas noticias para la economía local. Pronto los creativos profesionales de la economía sorprenderán a su público hablando de “viento de cola”, en especial si el gobierno cambia su estrategia y consigue aprovecharlo. 

La primera pregunta es si estas buenas noticias lo serán exclusivamente para los exportadores o para el conjunto de la economía. La respuesta provisoria es que los números del comercio exterior están lejos de reflejar la mejora. Al contrario. El saldo comercial de septiembre, el último conocido, se redujo a un tercio y el saldo cambiario a nada. Apareció además un importante déficit de la cuenta corriente cambiaria, nada menos que 600 millones de dólares.

Para comenzar no está claro que tipo de control ejerce la Aduana sobre las declaraciones de exportaciones. ¿Siguen siendo declaraciones FOB sobre valores predeterminados? Tampoco está claro el control real de las importaciones. Entran barcazas de Uruguay y de Paraguay con soja que presuntamente se destina a insumos de plantas de molienda que se encuentran sobre los puertos del Paraná. Durante el año fueron entre 300 y 400 millones de dólares mensuales por este concepto. Al mismo tiempo las exportaciones de la soja local se retacearon. ¿Entrará la soja declarada en esas barcazas? Quizá la Aduana tenga más información. ¿Y la industria? Dicen las malas lenguas que en los containers llegan más productos terminados que insumos ¿Estarán aquí los funcionarios que no funcionan? No es buena praxis hacerse eco de habladurías.

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Lo que no es chisme es que en la economía local operan entre 22 y 24 grandes firmas exportadoras que no liquidan lo que tienen que liquidar a pesar de que existen plazos de liquidación e instrumentos para hacerlos cumplir. La AFIP, por ejemplo, podría excluir a estos grandes jugadores de los registros de exportadores. Hacerlo aportaría bastante para una épica que no abunda en tiempos de Estado prescindente. La realidad es que los dueños de los dólares gozan hoy de demasiado poder para condicionar al gobierno. Que en este escenario se haya disparado la brecha cambiaria, temporalmente sosegada, no debería sorprender. 

Pero la brecha es a la vez causa y consecuencia. Un reciente estudio de GERES mostró que la liquidación de divisas durante los primeros 9 meses del año fue del 78 por ciento del total exportado, valor bien por debajo del 97 por ciento que se promedió en los 5 años previos o el 91 por ciento del año pasado. El mismo estudio destacó que las cerealeras tienen un plazo de 15 días para liquidar las divisas. Sin embargo, como explicó el BCRA en sus Balances Cambiarios, la considerable diferencia entre las exportaciones y la liquidación se destinó a la cancelación de deuda por anticipos y prefinanciaciones de exportaciones, algo permitido por la normativa. ¿Por qué las cerealeras lo hicieron este año y no los anteriores? Porque aprovecharon el dólar oficial “barato” para estos fines en vez de liquidar las divisas en un contexto en el que están limitadas las remisiones de utilidades. Se trata de conductas racionales y previsibles inducidas tanto por la brecha cambiaria como por el control de capitales. Estas menores liquidaciones equivalieron a unos 3000 millones de dólares que restaron a las reservas y retroalimentaron la brecha. El Estado ya lo sabe. Como también sabe que los importadores estuvieron buena parte del año cancelando deudas contraídas en 2018 y 2019.

Hasta ahora el gobierno intentó contrarrestar con “incentivos”, como por ejemplo la inútil baja homeopática de retenciones que no obtuvo mayores resultados, pero que dilapidó algunos recursos escasos. Y ello a pesar que se realizó un presunto “acuerdo de caballeros” con el novel Consejo Agroindustrial Argentino, el mismo que promete la zanahoria de la multiplicación de las exportaciones sectoriales. La doctrina Pugliese siempre goza de buena salud.

Deteniéndose nuevamente en las cuentas externas se tiene que aun bajo la peor recesión de la historia local --para este año se espera una caída del PIB de 12 puntos-- el gobierno no pudo acumular reservas internacionales. El superávit comercial originado por la recesión --es decir por las menores importaciones asociadas al parate productivo-- se fue en prefinanciación de exportaciones y pago de deuda de importaciones, entre otros rubros que redujeron las liquidaciones de divisas, lo que imposibilitó acumular reservas y, en consecuencia, contribuyó a las tensiones cambiarias.

En este escenario primero se disparó la brecha hasta niveles irracionales. Luego, aunque tardíamente, Economía reaccionó e intervino en las cotizaciones paralelas, a lo que ayudó bastante posibilitar la salida de fondos de inversión que habían quedado atrapados por los controles cambiarios. Con estas medidas se consiguió recortar transitoriamente la brecha, pero las causas reales de las presiones sobre el tipo de cambio, la imposibilidad de acumular reservas y conseguir más dólares, siguen presentes.

La duda que resta es qué pasará cuando en la post pandemia la economía arranque. Ya se sabe que cuando esto sucede aumentan las importaciones y por lo tanto la necesidad de divisas que hoy no están. La pregunta del millón es de dónde saldrán los dólares que se necesitarán para la expansión. Cuesta encontrar en la historia económica local una situación de mayores restricciones y condicionamientos que el presente. Por un lado existe una marcada falta de grados de libertad para la política económica debido al endeudamiento heredado, por otro una situación social explosiva e invisibilizada, con una pobreza del 47 por ciento en el segundo trimestre y más de tres millones de desempleados. Pensar que estos problemas se resolverán adelantando gestos fiscalistas a la misión del FMI es, en el mejor de los casos, estar mirando otro canal.