Venimos de una historia común, aunque la hagan aparecer como diversa y dispersa. Historia de la búsqueda de la libertad, de la paz, la solidaridad, la justicia y el derecho, pero sistemáticamente pisoteados en nuestra dignidad de pueblos, de seres concretos. Es la historia del sufrimiento, pero con la mirada puesta en valores y principios nutridos del pensamiento libertario e integrador.
Seguramente, habrá quienes descrean. Lo hicieron así con todas las experiencias integradoras subregionales. Siempre se priorizó la integración con los poderosos, porque se sostenía que como somos pobres, la integración entre pobres acumula pobreza, de lo que deviene la necesidad de integrarse a los ricos aunque nos sometan. Y América Latina no es una región pobre. Es inequitativa. Porque los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Y está en nosotros cambiarlo. La pobreza no es una cuestión meramente económica o financiera. Por eso es válida toda integración económica, pero en tanto no desdibuje u opaque su dimensión social. Porque es allí, en la inclusión social, donde podrá asegurarse la dignidad y la paz de nuestros pueblos.
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Por eso la cuestión social es inescindible de la política. Porque esta se nutre de la primera en tanto herramienta transformadora de la realidad. Importa sí el contenido. En política, lo híbrido, lo incoloro, carece de sustento en el horizonte de las realizaciones. Sólo sirve a los intereses personales, pero nunca a los colectivos.
No se trata de una formulación abstracta y contemporánea. No descubrimos ahora la cuestión social como componente íntimamente ligado a la política, salvo algunos que se la encontraron a la vuelta de la esquina, como descubren a un pobre y lo publicitan bochornosamente. Como lo hicieron en otros tiempos históricos, hoy nuevamente son las mayorías populares las que legitiman nuevos modelos. Y lo hacen desde la política. Tampoco es una cuestión gatopardista para cambiar formas. Se trata de recobrar para la política la participación popular.
Hacer política, como suele decirse, no necesariamente significa recorrer únicamente el camino de las postulaciones electorales. Eso en todo caso se refiere a lo formal de la democracia. La política es un camino a recorrer con vocación de cambio en la democracia real. Luego, en ese sendero se ubica la aspiración de poder para legitimar esos cambios.
Estamos retomando en toda América latina el camino trunco de un modelo con inclusión social y política. No somos unos pocos haciendo caridad para las mayorías. Es la Política, con mayúscula, ocupándose desde el Estado y desde la comunidad organizada, de los problemas de todos, especialmente de los que menos tienen. Pero no con una mirada de conmiseración, sino incorporándolos al protagonismo en la construcción de un proyecto que los contenga. Porque lo que se ha dado en llamar "sociedad civil", en realidad ha pretendido y pretende ocultar al pueblo todo, que resulta más abarcador. Porque sin poder popular, la política es una cáscara vacía.