Pese a la amenaza constante de ataques aéreos y bombardeos, Youssef Saad, un joven gazatí de 15 años que toca el laúd, recorre en bicicleta las calles devastadas por la guerra del campo de refugiados de Jabaliya, en el norte de Gaza, con su instrumento a la espalda.
Saad canta para los niños que han soportado los horrores de 11 meses de conflicto, intentando ofrecerles un poco de alegría o distracción.
"Las casas de mi ciudad estaban antes llenas de sueños", dice Saad, mirando los escombros del campo de refugiados urbano, que tiene décadas de antigüedad, y que antes de la guerra estaba edificado y muy poblado.
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"Ahora, han desaparecido", afirma.
Saad estudiaba en el Conservatorio Nacional de Música Edward Said, en la cercana ciudad de Gaza, antes de que quedara reducido a ruinas en la guerra que ha devastado gran parte del enclave.
Ahora, que vive con unos parientes tras la destrucción de su propia casa, es uno de los cinco hermanos cuyo futuro se ha visto trastocado.
Su padre, funcionario de la Autoridad Palestina, siempre apoyó el sueño de Saad de convertirse en músico.
Pero ahora, Saad ha cambiado de objetivo. Pasa los días en una guardería de Jabaliya, tocando el laúd y cantando para niños traumatizados por la guerra.
"Cada casa guarda una tragedia", dijo Saad. "Algunos han perdido a su madre, otros a su padre, a su vecino o a su amigo".
A pesar del peligro, Saad está decidido a continuar su misión. "Intentamos ayudarles a mejorar su salud mental, aunque eso signifique ponerme en peligro", afirma. "Es mi deber para con los niños".
Y se niega a renunciar a sus sueños de futuro: "Nosotros, los niños de Palestina, nos esforzamos por seguir siendo resistentes, incluso frente al genocidio".
Saad dice que vive según un dicho que le acompaña en los días más oscuros: "Si vives, vive libre, o muere de pie como los árboles".
(Redacción de Tala Ramadan; Edición en español de Javier López de Lérida)