Durante sus primeros dos años, la mayoría de los análisis sobre la evolución del programa económico se concentraron en su consistencia financiera. En concreto, en si el modelo de ancla cambiaria y endeudamiento continuo sería capaz de conseguir los dólares necesarios para hacer frente tanto a las obligaciones financieras como a las importaciones crecientes reforzadas por la apreciación del peso.
El resultado fue que quienes pronosticaron crisis externas como consecuencia de estas tensiones erraron siempre. No necesariamente por fallas intrínsecas en las proyecciones, sino por la aparición de componentes nuevos que no estaban necesariamente en las premisas, como el éxito del blanqueo de la segunda mitad de 2024 o el singular apoyo estadounidense durante el proceso de las elecciones de medio término. Contar con la buena voluntad de los mercados, sumado al apoyo contante y sonante de la potencia regional, hizo efectivamente la diferencia, dato a tener siempre en cuenta para cualquier futuro gobierno.
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El primer balance es que el gobierno parece haber superado su principal escollo de mediano plazo, el gap entre la entrada de dólares derivada de la explotación de los recursos naturales destinados a la exportación y las necesidades financieras de corto plazo, tanto para pagar vencimientos como para sostener la paridad cambiaria. Es posible discutir si la reciente “vuelta a los mercados de crédito privados” con la colocación de 1000 millones de dólares a una tasa efectiva de más de 9 puntos, fue mejor o peor, si es o no suficiente, pero el dato duro es que los mercados dejaron de dudar sobre la capacidad del gobierno para asumir sus obligaciones de 2026 y por eso el riesgo país se mantiene en torno a los 600 puntos luego de haber superado holgadamente los 1000 en los meses previos.
En paralelo se registra un ingreso de divisas adicionales por todos lados, por las inversiones del RIGI, que este año se espera se consoliden y aumenten significativamente, por el endeudamiento de las provincias y por las colocaciones de las empresas. Sin detenerse en detalles y en la solvencia de largo plazo, por esta suma de razones puede preverse que el gobierno logrará mantener la estabilidad cambiaria en 2026.
Y si logra mantener el ancla cambiaria, la inflación comenzará un nuevo ciclo descendente luego del repunte de los últimos 7 meses. El IPC subió progresivamente del 1,5 a 2,5 entre mayo y noviembre porque el dólar, el principal precio básico de la economía, también se desancló. Si se observa la variación de precios por sectores, los aumentos fueron mayores en los bienes transables, es decir en los que también se pueden exportar y sus precios correlacionan con los internacionales, como por ejemplo los alimentos y, entre ellos, las carnes.
Si a su vez estos datos se relacionan con la segunda ancla del modelo, la salarial, se puede concluir que los sectores que menos se benefician por “la nueva estabilidad” son los de menores ingresos, tanto por el cambio de precios relativos que encareció alquileres, servicios y transporte, como por el menor ingreso disponible para el resto los gastos, por ejemplo, la suba de los alimentos por encima del promedio. La mayor estabilidad es claramente un alivio cualquiera sea el nivel de ingresos, pero pronto comenzará a sentirse como insuficiente. En particular a medida que se consoliden los cambios estructurales en el mundo de la producción, donde no deja de caer el empleo de calidad.
De este análisis también se desprende que quienes más pueden aprovechar los beneficios de la estabilidad en el resto de los consumos son quienes tiene excedentes, los sectores de ingresos medios para arriba que pueden adquirir todos los importados más baratos, incluidos los mil millones de dólares mensuales por turismo que se esperan para los próximos meses. El mundial de fútbol seguramente será una fiesta inolvidable para los connacionales.
Si como todo indica el 2026 está asegurado financieramente, se comprende que las recomendaciones de los macroeconomistas, de todo tipo y color, se concentren en que el gobierno aproveche para acumular reservas internacionales con miras al 2027 electoral. Sobre el particular la disputa es conocida. Cuantas más reservas compre el gobierno en el mercado mayores serán las presiones sobre el dólar y la inflación, y viceversa. Y al igual que en sus dos primeros años el gobierno parece ya haber optado por la menor inflación posible y no por acumular dólares. En el discurso “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”, pero los hacedores de política libertarios “no consumen de la que venden” y la comprenden perfectamente como fenómeno de costos, de precios básicos. Y finalmente, en la lógica trader que conduce Economía, 2027 es un futuro remoto, ya se verá cuando llegue.
Si el frente externo de 2026 aparece despejado, el desafío debería correrse a la evolución del PIB, a la producción y el crecimiento, o lo que es lo mismo, a la creación de empleo y la mejora de los ingresos. Sin embargo, todas las medidas que el oficialismo relegitimado en las urnas se propone impulsar en el Congreso no van en esta dirección.
Con la excusa de la reducción del trabajo informal y la “modernización” se apresta a sancionar una reforma laboral y tributaria regresivas, que baja cargas patronales, mete por la ventana la baja de impuestos a bienes suntuarios y reduce Ganancias para los segmentos más altos. Además, transfiere de las empresas al Estado la casi totalidad de los costos indemnizatorios vía la creación de un fondo para despidos financiado con la reducción de cargas patronales. Es decir que los costos se cargarán al desfinanciamiento parcial del régimen previsional, el seguro frente de ataque de futuras reformas. Adicionalmente se reduce el derecho de huelga en casi todos los sectores, no solo en servicios esenciales, sino también en “actividades trascendentes”, que son casi todas, de las finanzas a la logística, de la producción de alimentos a la producción para exportación. Para el mundo de la producción se avecinan transformaciones que serán trascendentes y que seguramente cambiarán las relaciones entre el capital y el trabajo.
La conclusión preliminar es que durante 2026 podrían despejarse los nubarrones sobre la inestabilidad macroeconómica, con alejamiento de la posibilidad de una crisis externa, pero podría profundizarse el deterioro de las condiciones de vida de los asalariados de ingresos medios para abajo. Parte de estos sectores, frente al temor de otras alternativas, volvieron a confiar en el gobierno en las elecciones intermedias, pero la continuidad de este apoyo podría cambiar si sus condiciones de vida no mejoran. El matiz es que una crisis externa puede ser un proceso muy rápido, incluso explosivo, mientras que la maduración del hartazgo social es un proceso mucho más lento.
