Pocos pueden ufanarse de haber acompañado todo el desarrollo de una especialidad, desde sus comienzos hasta que se convierte en una intervención de rutina. Pero David K. C. Cooper, graduado en la Escuela de Medicina del Hospital Guy (ahora parte del King’s College London), y entrenado en cirugía torácica en la Universidad de Cambridge y en Londres, fue un protagonista privilegiado del proceso que llevó a los trasplantes de ser una intervención primitiva a una cirugía que les salvó la vida a millones de personas.
Tras dedicarse a la cirugía durante 17 años en distintas universidades norteamericanas, decidió concentrarse en la investigación y ahora lidera uno de los equipos que está compitiendo por hacer realidad los xenotrasplantes con órganos de cerdos genéticamente modificados para hacerlos compatibles con los seres humanos. Esta semana estuvo en Buenos Aires para participar del Congreso Internacional de Trasplantes que reunió a más de 3500 especialistas llegados de todo el mundo y fue reconocido por sus colegas como una leyenda de esta disciplina. Con una gentileza fuera de lo común, aceptó dialogar unos minutos con eldestapeweb.com.
“El avance de los últimos 50 años fue muy lento, porque los primeros trasplantes, que se hicieron especialmente en París y en Boston, eran muy primitivos –recuerda–. Por ejemplo, uno de los cirujanos que hicieron esos ensayos en 1951, y a quien conocí 40 o 50 años más tarde, cuando ya tenía más de 90, me contó que tenía que ir a una prisión, esperar que se hicieran ejecuciones, y cuando la persona era guillotinada, traían el cuerpo sin cabeza y él tenía que arrodillarse y extraer el riñón para llevarlo al hospital. [Aquellos cirujanos] no tenían idea de lo que luego sería la terapia inmunosupresora. Era todo muy precario. Es interesante tener en cuenta que nos llevó más de medio siglo llegar al punto en que estamos, en que los trasplantes humanos se hacen de forma rutinaria. Yo llegué a trabajar con el profesor Barnard, en Ciudad del Cabo, en 1980. Él había comenzado con sus intervenciones en 1967, pero incluso en 1981 la supervivencia era de alrededor del 50%. Después llegó una nueva droga, sumamos experiencia y cuando dejé de hacer trasplantes cardíacos, alrededor de 1995, lográbamos una supervivencia de más del 90%”.
A lo largo de todo este tiempo, hubo que desarrollar drogas, protocolos de manejo de los pacientes, de las infecciones... Pero Cooper está concentrado en ir más allá. Quiere hacer funcionar los xenotrasplantes. “Creo que son el futuro –subraya–, porque nos proveerán de una oferta ilimitada de órganos cuando los necesitemos. Nadie tendrá que mantenerse en diálisis ni esperando en la sala de terapia intensiva que llegue un corazón. Los resultados irán mejorando… Será un proceso lento, pero creo que estamos preparados para hacerlo realidad”.
En este momento, junto con su grupo de Harvard, Cooper contempla la posibilidad de iniciar ensayos clínicos con un pequeño número de pacientes en los próximos dos años, pero estima que se requerirán varios más para que estos procedimientos sean cosa de todos los días. “Para algunos, habría que empezar con tres pacientes separados por seis meses cada uno para ver los resultados, y después habría que ir aumentando el número. Pienso que llevará unos 15 años”.
Encuestas realizadas en los Estados Unidos entre pacientes, público general, cirujanos y médicos son positivas, e indican que la mayoría de las personas están dispuestas a aceptarlos. “Todavía no sabemos si serán iguales que los de donantes humanos –advierte–. Y tal vez inicialmente no lo sean. Pero con el tiempo probablemente sean mejores”.
¿Por qué invertir en desarrollar una técnica compleja y por ahora muy costosa, y no en aumentar la donación? Para Cooper no hay duda: la falta de donantes se mantiene desde hace décadas a pesar de los enormes esfuerzos que se hicieron para cambiar esa situación.
“Soy suficientemente mayor como para haber visto campañas para promover la donación cada cinco años durante el último medio siglo –detalla–. Y todavía los donantes son el 10% de lo que se necesita. Ya hicimos la prueba. Por otro lado, con los donantes humanos nunca sabemos cuándo aparecerá un órgano. Hay que tener a los pacientes esperando, a veces ocho o nueve años, salir en medio de la noche cuando recibimos la llamada y organizar enormes operativos. Uno llega cansado y el equipo también lo está. No es lo ideal. Mientras que si podemos trasplantar órganos porcinos, uno puede tomar el teléfono y avisar que necesitará un órgano al día siguiente, preparar todo y hacer la cirugía. Será más fácil para todos. Además, en los trasplantes entre humanos, si el tejido no tiene un grupo sanguíneo compatible, es rechazado en minutos. Pero los cerdos tienen todos el grupo correcto, universal, de modo que cualquiera puede recibir tejidos porcinos. Inicialmente, por lo menos un tercio de los pacientes que están en lista de espera para recibir un riñón no tienen anticuerpos contra los cerdos con que contamos, así que no los rechazarían rápidamente. Empezaremos con esos, y más adelante sabremos más sobre los que sí tienen anticuerpos, manipularemos los cerdos y eliminaremos ese inconveniente”.
Para Cooper, las personas que objetan el uso de animales para la producción de órganos deberían pensar que solo en los Estados Unidos se matan más de 100 millones por año para alimentación, y en China más de 500 millones para producir el anticoagulante heparina. Y mientras en las granjas donde los crían para alimentación están hacinados, en los establecimientos que producen cerdos “humanizados” están alojados en ambientes higiénicos, son tratados bajo normas muy estrictas, y se los lleva a un quirófano donde se los anestesia para extraer el órgano y ya no se despiertan.
Según el especialista, el principal obstáculo que queda por delante (además del costo) es una exigencia extrema por parte de la FDA. “La agencia regulatoria quiere que probemos en seis u ocho primates que el riñón puede mantenerlos vivos durante un año –explica–. Y eso es bastante difícil de lograr, porque no viven en un ambiente higiénico, no se pueden comunicar, hay un número de razones por las cuales es más difícil mantener con vida a primates trasplantados. Creo que es pedir demasiado. En seis meses uno tiene la histología del corazón y de los riñones. Si es normal y no hay rechazo, debería ser suficiente. Pero la FDA exige más”.
Y concluye: “Además de corazones y riñones, estamos estudiando la posibilidad de generar hígados y pulmones. Y también islotes pancreáticos (que producen insulina). En los Estados Unidos hay un millón y medio de personas con diabetes tipo 1 que podrían recuperarse si se pudieran trasplantar a seres humanos. Sabemos desde hace décadas que la insulina porcina funciona. Y los resultados de las pruebas en primates son muy buenas. No estamos tan lejos. Necesitamos manipular los cerdos de forma levemente diferente. Alrededor de 2012, tuvimos monos diabéticos que no requirieron insulina durante un año gracias a uno de estos trasplantes. Todavía no lo hicimos, en parte por problemas de presupuesto. Pero además se está estudiando no solo el trasplante de órganos, sino también de células, como las productoras de dopamina, para aliviar o curar el Parkinson”.