A poco más de 10 años de la sanción de la Ley de Identidad de Género, las investigadoras Sandra Borakievich y Anahí Farji Neer, de las universidades nacionales de José C. Paz y Quilmes, respectivamente, se preguntan: qué impacto tuvo esta normativa en el personal de la salud, por qué hay una crisis de la autoridad médica y cómo impactan los conocimientos generados desde el interior del activismo trans, travesti y no binarie al interior de las disciplinas. Algunas de sus respuestas e inquietudes se cruzan en dos planos: la salud mental y médica.
En su artículo 11, la Ley de Identidad de Género promueve el acceso integral a la salud. Garantiza las intervenciones quirúrgicas y tratamientos hormonales, contemplando la identidad de género autopercibida, sin necesidad de requerir autorización judicial o administrativa. Antes de la sanción de la Ley, se implementaron en el país los consultorios denominados “amigables”, ahora “inclusivos”. Esto surgió como estrategia de acceso a la población trans y travesti ante la alta prevalencia del VIH. “Lo que se buscaba era fortalecer ese acceso al sistema de salud para la prevención, la detección precoz y el tratamiento”, explica Anahí Farji Neer, socióloga e investigadora del Conicet en la Universidad Nacional de José C. Paz (UNPAZ). Pero eso era antes.
“A partir de la Ley se expandió mucho más la atención en el primer nivel, desde una mirada integral, para acceder a tratamientos hormonales o para identificar otro tipo de prevalencias de enfermedades. Es una primera entrada al sistema de salud de una población que había estado históricamente relegada”, afirma Farji Neer. Por su parte, Sandra Borakievich, psicóloga e investigadora de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), dice que “eso tiene un impacto a nivel salud mental. Alguien que está esperando recibir las hormonas y las hormonas no llegan, genera ciertas condiciones de vulnerabilidad”.
Hoy, además, se suma otra discusión: miedo al rechazo, maltrato, falta de sensibilización y capacitaciones. La norma está, pero la mirada gira en torno al personal de la salud. Este desafío tiene dos aristas, dice Farji Neer: “Por un lado, lo que tiene que ver con el trato digno de cualquier persona y, por el otro lado, las buenas prácticas y una atención de calidad de tratamientos específicos”.
La autoridad médica, cuestionada “desde abajo”
Para Farji Neer, la crisis de la autoridad médica se relaciona con “el creciente empoderamiento de la población trans respecto a sus derechos”. Y explica: “También hay algo bastante particular que tiene que ver con un conocimiento que circula y que se produce desde abajo”.
La investigadora de la UNPAZ advierte que “a veces se dan situaciones ríspidas entre usuarias y usuarios trans, que tiene que ver con estas tensiones entre un conocimiento que se construye desde abajo y el conocimiento ‘autorizado’ de las y los profesionales de salud”.
Pero la especialista lo plantea en un marco más amplio, el de un “sistema médico hegemónico”, y cómo se construyó históricamente esa mirada médica que hoy está en crisis. “Puede pensarse que en muchos sentidos esa mirada ha regulado los cuerpos y los deseos; entonces, los debates respecto a la Ley de Identidad de Género y este agenciamiento de usuarias y usuarios del sistema de salud, es un condimento más para poner en jaque a la autoridad médica”, señala.
Evitar patologizar lo diverso
Sandra Borakievich va un poco más allá, pero apuntando desde su especialidad, la psicología. “Hacia el interior de las disciplinas es todo un desafío poder trabajar sin patologizar lo diverso”. Y se pregunta: “¿Con qué herramientas se cuenta desde el ámbito de la psicología o el psicoanálisis para eso? Es una discusión compleja. Lo que importa es que sean miradas que alojen sin señalar que hay algo errado desde el punto de vista de la salud mental”.
Borakievich lo plantea como un problema epistemológico. “Laburo desde una mirada que no puede desprenderse del psicoanálisis, como gran invento del siglo pasado”. Pero advierte que “hacia al interior del psicoanálisis hay que poder revisar unas cuantas categorías”. Este problema lo introduce en un marco más general: cómo se problematizan las diferencias en Occidente.
“Habitualmente se piensan las diferencias desde una mirada binaria, una mirada que todas las militancias y los estudios queer hicieron estallar por todos lados. En su dimensión política, se expresan las fuertes críticas al pensamiento binario, hetero cis, blanco y occidental”, dice Borakievich, y afirma que “si no es posible pensar de otro modo, se hace un poco difícil abrir categorías inclusivas de lo diverso”.
¿Hay que tener una formación específica para poder atender personas trans? “No debería ser así -asegura Borakievich- porque la formación tendría que incluir todas las herramientas para poder problematizar al interior de cada disciplina donde te interpelan las militancias, los estudios queer, los lazos sociales amorosos y sexo afectivos de hoy, la vida misma. Pero eso no está”.
En cambio, desde la salud corporal, Farji Neer dice que “deberían estar disponibles unas buenas prácticas de atención de la población trans que en algunos casos implica una capacitación específica, si pensamos en tratamientos hormonales o intervenciones quirúrgicas”. Sin embargo, aclara, “hay profesionales que no se interesan, no se capacitan y derivan. Aunque -advierte- creo que la derivación respetuosa no es una mala práctica”.
Un espacio de escucha
Estas tensiones podrían alojar una mirada reflexiva que permita salirse del lugar de autoridad y reconocer en términos respetuosos los saberes que el activismo generó por años. Esos saberes que ahora empujan de abajo hacia arriba. “Me parece que hay un empuje a producir vocabulario y conceptos que, por supuesto, no podían estar contenidos porque tal vez no estaban todavía. Desde cualquier dispositivo psi, lo que se puede ofrecer es un espacio que aloje, de escucha y que pueda hacer algo con eso que le pasa a la persona”, plantea la investigadora de la UNQ.
Farji Neer lo expresa así: “Escuchar qué es lo que las, los, les usuarias y usuarios trans del sistema de salud tienen para aportar a la construcción de la salud es algo que en algún punto va a favorecer ese diálogo y podría promover cambios más generales que tengan que ver con la atención de la población trans.” De este modo, se abre el interrogante: ¿Cómo cambiar las prácticas que siguen expulsando del sistema de salud a la población trans? “mediante este acercamiento de estos dos mundos: que las personas trans puedan acceder al sistema de salud y que les profesionales puedan reconocer esos saberes construidos”, afirma Farji Neer.
La especialista de UNPAZ tiene una mirada positiva sobre el avance en estos diez años: “Hay un accionar muy activo de los y las profesionales de la salud que quieren el cumplimiento de la Ley de Identidad de Género”. Por otro lado, suma al sistema de salud al personal administrativo que suele ser el primer contacto con la población trans y travesti. “Es necesario entender a los equipos de salud de manera amplia. Esto implica reconocer como parte del equipo de salud al personal administrativo que también requiere capacitación”.
Por su parte, Borakievich asegura que “no es solo generar condiciones para que quienes integran los colectivos trans se sientan alojades en las políticas del cuidado o en un consultorio, sino también tenemos que generar condiciones para que las personas trans nos alojen a nosotres porque tienen todos los motivos para sacarnos a patadas”. Cuerpos y sentidos continúan forjándose como un territorio en disputa.