Vivimos tiempos inéditos para prácticamente cualquiera de las personas que habitan hoy nuestro planeta. La humanidad padeció de una situación similar 102 años atrás, y deben ser muy pocas las personas vivas que hayan atravesado aquella pandemia de la denominada gripe española con una edad suficiente como para recordarla hoy. En ese sentido, la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 es la enfermedad que más patrones culturales ha modificado en el último siglo.
Resulta obvio destacar lo mucho que este cambio nos está afectando, social, económica, laboral y psicológicamente. Tanto que nos hemos convertido en adictos a la información biológica, epidemiológica o médica, y nos genera ansiedad el conocer los límites temporales y de eficiencia que nos ofrecen las tecnologías que se están desarrollando en torno al problema sanitario que plantea la COVID-19.
A pesar de los ingentes esfuerzos que, en todo el mundo, el sistema de investigación y desarrollo de tecnologías asociadas con la salud ha desplegado, todavía no hemos podido desarrollar tratamientos eficaces. Tampoco hemos llegado a terminar el desarrollo de alguna vacuna y hasta ahora, las únicas medidas que impiden que la pandemia avance sobre nosotros de manera vertiginosa, tienen que ver con intervenciones no farmacológicas (por ejemplo, el mantenimiento del distanciamiento social, políticas de cuidado como el uso de barbijos, evitar reuniones puertas adentro, el lavado habitual de manos, la desinfección de los objetos que incorporamos en nuestros hogares cotidianamente y la ventilación frecuente de espacios cerrados). Si bien parte de estas medidas son, hasta cierto punto, de implementación individual, implican transformar colectivamente comportamientos culturales. Además, las mismas son complementadas por políticas de detección temprana con vigilancia activa y rastreo, para realizar el aislamiento de personas que tienen o podrían tener COVID-19, ya sea que estas tengan síntomas compatibles con la enfermedad o no.
En el futuro más cercano, nuestra esperanza está focalizada en la aprobación final de alguno o varios de los proyectos de vacuna que se están desarrollando en todo el mundo.
Queremos resaltar que las vacunas son el modo probado más eficiente de prevención de infecciones, pero sus resultados en la población no se ven de un día para otro. Por eso, aún después de que uno de los proyectos de vacuna contra la COVID-19 sea aprobado, pasará un tiempo no desdeñable hasta lograr que un porcentaje importante de la población esté protegida contra la enfermedad.
Es importante que entendamos que aun cuando exista una (o más de una) vacuna exitosa y que se esté aplicando en nuestro país, vamos a tener que sostener las prácticas culturales que con tanto esfuerzo hemos aprendido en estos tiempos tan aciagos, por muchos meses después del inicio de la vacunación.
Las autoridades sanitarias de Argentina han decidido que se empezará a vacunar primero a los trabajadores esenciales del sistema de salud, a las personas mayores de 60 años y a las personas que presenten otras enfermedades crónicas que agravan el cuadro clínico de la COVID-19. Esto implica alrededor de 12 millones de personas. Al mismo tiempo, es probable que el operativo sanitario de vacunación masiva pueda alcanzar una cifra de 5 millones de personas vacunadas por mes (2 millones/mes en la provincia de Buenos Aires). Además, nuestras autoridades están estableciendo acuerdos para garantizar la provisión de dosis vacunales con los desarrolladores de varios proyectos de vacunas que se encuentran en la fase clínica 3. Los más importantes son el contrato a través del mecanismo internacional COVAX por 9 millones de dosis, el acuerdo con el gobierno ruso por medio del cual llegarían 12 millones de dosis de la vacuna Sputnik V, desarrollada en el Instituto Gamaleya, a fines de diciembre de 2020 o principios de enero de 2021 y el acuerdo por medio del cual se producirán en el país, en el laboratorio de mAbxience de Buenos Aires, alrededor de 200 millones de dosis de la vacuna para toda Latinoamérica (excepto Brasil) desarrollada por el laboratorio británico AstraZeneca y la Universidad de Oxford, que estarían disponibles a principios de abril de 2021. Ambos proyectos de vacunas utilizan una tecnología similar basada en vectores virales que contienen secuencias y estructuras de adenovirus junto a los componentes del coronavirus SARS-COV-2. También existen acuerdos con otros proveedores como la empresa china Sinopharm, que utiliza virus inactivados o la empresa alemana Pfizer que junto a la empresa norteamericana Biontech producen una de las vacunas que utilizan la novedosa tecnología genética aún no probada con ninguna otra enfermedad. Si la vacuna Sputnik V y la vacuna producida por mAbxience, aprobaran el ensayo de fase clínica 3, la cantidad de dosis aportada por COVAX y estos proveedores sería suficiente para vacunar a la mayoría de nuestra población.
A pesar de que la cifra de vacunados por mes que se proyecta es alta para los estándares de salud pública, el hito de vacunar a un porcentaje importante de la población no se alcanzaría hasta bien entrado el 2021. Suponiendo que el efecto de protección por el rebaño se alcanza para la COVID-19 cuando más del 60% de la población está protegida, no es esperable que alcancemos esa cifra hasta el próximo invierno de 2021. Además, en las personas vacunadas la inmunidad protectora recién se establecerá más de un mes después de la administración de la primera dosis. En definitiva, el virus va a poder seguir propagándose después de terminado el verano, independientemente de que hayamos comenzado con la campaña de vacunación. Por ello, es importante observar detenidamente lo que está aconteciendo en el hemisferio norte. A pesar de haber llegado a tener una situación muy controlada de la transmisión local de la pandemia, muchos países europeos están sufriendo lo que se denomina una “segunda ola” de distribución del virus con el consiguiente aumento en el número de fallecimientos.
Sería esperable que marzo nos enfrente a una tragedia similar si nos encuentra ingenuamente confiados en que hemos logrado doblegar a la pandemia.
Hay algo más que es fundamental anticipar: con un plan de vacunación acelerado y de gran escala, los eventuales efectos secundarios que son habituales en cualquier vacuna podrían tener una visibilidad mayor en esta campaña de vacunación, comparada con otras más tradicionales. Con un programa de vacunación que alcanzará a millones de personas en algunos meses, esos efectos podrían aparentar ser especialmente numerosos. En realidad, lo esperable es que en la mayoría de los casos sean efectos leves, sin gravedad, ya que las vacunas habrán pasado por pruebas que buscan justamente evaluar esos riesgos. Ahora bien, una inadecuada interpretación social, mediática y política de los efectos secundarios podría entorpecer la comprensión de la importancia colectiva de la vacuna. Debemos tener siempre presente que los eventuales efectos no deseados del programa de vacunación se contraponen a un escenario de certeza respecto de la catástrofe sanitaria, social y económica que contribuye a evitar.
En resumen, debemos entender que una vacuna no es una “bala mágica” que funciona como solución instantánea a todos los problemas que representa el SARS-COV-2 y la COVID-19. Si no somos capaces de transmitir esto, junto con la ansiedad que siente la población para que la pandemia finalice de una vez por todas, se impondrán las actitudes negacionistas del problema sanitario con el aumento consiguiente de la mortalidad. Por ello, es importante que los gobiernos desarrollen campañas de concientización para garantizar la continuidad de las políticas de cuidado y distanciamiento social hasta al menos la llegada de la primavera de 2021. En este sentido, es clave avanzar en campañas de comunicación de reducción de riesgos y en fortalecer las estrategias de detección temprana de personas posiblemente infectadas, articulando las políticas de rastreo con mecanismos inteligentes de testeo y búsqueda activa de infectados asintomáticos.
Jorge Aliaga, UNAHUR/CONICET
Lucia Babino, UBA/CONICET
Rodrigo Castro, UBA/CONICET
Guillermo Durán, UBA/CONICET
Roberto Etchenique, UBA/CONICET
Daniel Feierstein, UNTREF/UBA/CONICET
Dario Fernandez do Porto, UBA/CONICET
Juan Flo, UBA
Diego Garbervetsky, UBA/CONICET
Daniela Hozbor, UNLP/CONICET
Alberto Kornblihtt, UBA/CONICET
Teresa Krick, UBA/CONICET
Mario Lozano, UNQ/CONICET
Sol Minoldo, UNC/CONICET
Marcela Pilloff, UNAHUR, UNQ
Rodrigo Quiroga, UNC/CONICET
Carlos Stortz, UBA/CONICET
Gustavo Tieffenberg, Cineasta
Soledad Retamar, UTN
Rolando Gonzalez-Jose, CONICET
Valeria Levi, UBA/CONICET
Flavia Bonomo, UBA/CONICET
Matthieu Jonckheere, UBA/CONICET
Franco Marsico, UBA, UNPAZ
Mario Pecheny, UBA/CONICET
Juan Piovani, UNLP/CONICET
Gabriel Kessler, UNLP/UNSAM/CONICET
Adrian Turjanski, UBA/CONICET
Alejandro Nadra, UBA/CONICET
Claudia Zelzman, UBA
Beatriz Aguirre Urreta, UBA/CONICET
Adrián Paenza, UBA