Martin Stratmann no recuerda un momento en su vida en el que no estuviera interesado en la ciencia. “Creo que tenía un laboratorio de química en la casa de mi padre”, cuenta el químico de materiales y director de la Sociedad Max Planck desde junio de 2014, pocas horas antes de tomar su vuelo de regreso a Alemania. Stratmann estuvo la semana pasada en Buenos Aires, dio una charla en la Embajada de Alemania, recibió el doctorado honoris causa de la UBA y visitó el Instituto de Biomedicina de Buenos Aires (IBioBA, primer instituto “partner” de la organización científica en América latina).
Stratmann dirige lo que en sus propias palabras es “un club” formado por 86 instituciones que constituyen la columna vertebral de la ciencia básica alemana. “Trabajo mucho, sí, pero no tomo decisiones [en las diferentes áreas] solo sentado en mi escritorio –explica–. Tenemos una organización compleja en la que todos los miembros participan en las discusiones”.
Creada en 1948, la Sociedad Max Planck es la continuadora de la Kaiser Willhelm Gesellschaft, fundada en 1911. Si se le sumaran los logros de su predecesora, la Sociedad Max Planck ocuparía uno de los primeros puestos del ranking de Premios Nobel entre las instituciones académicas del mundo. Tiene fuertes lazos con científicos y científicas argentinos, pero también con los de otros países de la región.
“Un pilar importante de nuestra colaboración con la Argentina fue mi relación con [el también químico] Ernesto [Calvo] –comenta–. Lo conozco desde que éramos postdoctorandos. El segundo pilar es, por supuesto, el IBioBA. Es una importante inversión de la Sociedad Max Planck. Lo visité ayer, es muy prestigioso, con gente muy brillante. Tuve la oportunidad de conversar con jóvenes científicos, estudiantes, posdoctorandos. Tienen un gran talento. Pero también tengo que decir que las colaboraciones con otros países de América latina tomaron una velocidad mayor que la de la Argentina. Esto es cierto para Chile y también para Colombia. Allí hay más grupos asociados que los que tenemos aquí”.
–Esa no es precisamente una buena noticia para nosotros. Otros directores de la Sociedad Max Planck que vinieron al país comentaron que los sorprendía la calidad de los científicos argentinos. ¿Ya no es así?
–Creo que tienen un sistema educativo realmente bueno, al menos para algunas personas que están altamente capacitadas. No solo están ansiosos de hacer cosas, sino que también tienen muy buenos antecedentes. Pero eso significa que hay que tener cuidado de que no se produzca una fuga de cerebros.
–Gracias a las nuevas tecnologías, incluso es posible trabajar para otros países sin emigrar…
–El problema es que hay que estar un tiempo en el extranjero. Nosotros enviamos a nuestros estudiantes a los Estados Unidos o Gran Bretaña para que experimenten en un nuevo entorno y capten ideas, como ocurre en el arte. Tan pronto como estás en otro lugar, a veces te sientes como en casa. Te quedas allí un tiempo y luego tienes que tomar una decisión: o te quedas donde estás o regresas a tu país de origen. Por eso, uno tiene que idear buenos programas para volver a atraer a esas personas después de un par de años. No es un problema específico de la Argentina, en Alemania también ocurre. Uno tiene que hacer ofertas confiables y competitivas, al menos para el pequeño número de los más talentosos, que son los que necesitas para hacer crecer la ciencia. Si las condiciones no son buenas, la gente no volverá.
–¿Cómo selecciona la Sociedad Max Planck los grupos con los que colabora?
–Nosotros nunca nos enfocamos en campos específicos, sino en las personas. Nuestro métier es buscar individuos brillantes, independientemente de cuáles sean sus intereses. Pensamos que el futuro de la ciencia lo definen las personas, no sus temas de interés. Tenemos un programa de grupos asociados que se extiende hasta China o la India, y es muy poderoso. Por dos razones: en primer lugar, porque cuenta con apoyo financiero; y en segundo lugar, porque está respaldado por el prestigio de la Sociedad.
–En su charla en la Embajada de Alemania mencionó que ustedes son absolutamente libres para elegir los temas en los que investigan. ¿No necesitan acordar con el canciller de su país las prioridades?
-No, recibimos los fondos sin ninguna condición. Alemania es un país especial. Tiene un estado central y 16 estados locales. Estos últimos pagan la mitad de nuestro presupuesto y el primero, la otra mitad. Recibimos 2.000 millones de euros anuales y somos una organización privada de investigación legalmente independiente, una fundación. En ese sentido, somos libres de elegir los temas y las personas que queremos contratar; solo en caso de que queramos establecer un nuevo instituto negociamos detalles menores. Sí tenemos que negociar el presupuesto como tal, que se otorga por 10 años con un aumento anual del 3%, pero nunca discutimos lo que estamos haciendo con los fondos. Eso nos permite tener estabilidad a largo plazo y sin interferencias del mundo exterior en lo que hacemos y cómo lo hacemos.
–¿Cómo deciden cuánto invertir en ciencia pura y aplicada?
–Sólo hacemos ciencia básica. Durante mi etapa como presidente, tuvimos seis premios Nobel, que es bastante. Nuestro objetivo es hacer ciencia puramente impulsada por la curiosidad. Y lo hacemos en pequeños institutos que se enfocan en ciertos campos, pero tan pronto como los directores se jubilan, el dinero se retira, vuelve a la Sociedad Max Planck y se dirige a aquellas personas que consideramos más talentosas. “Cazamos” personas, no áreas de investigación, de modo que la selección de temas está dada por individuos. Y la calidad de las personas que contratamos es bastante alta.
–Sin embargo, se encuentran entre las instituciones líderes en transferencia de tecnología y creación de spin-offs [compañías que surgen de avances de laboratorio]…
–Sí, eso es cierto, pero no es nuestro objetivo principal. Si nuestras investigaciones pueden tener alguna relevancia práctica, entonces lo hacemos. Nuestros descubrimientos también dan lugar a patentes, que aprovechamos. No tengo el número preciso de compañías que creamos, pero diría que son entre cinco y diez por año.
–¿En su opinión, cuáles son los principales desafíos, las fronteras de la ciencia actual?
–Entre las que son de interés para las ciencias fundamentales, está el origen del universo. Estamos muy interesados en la astronomía de ondas gravitacionales. Es la primera vez que se puede mirar más allá del tiempo que podemos ver ahora. Hoy solo vemos luz visible o infrarroja. Claro que uno sólo puede “ver” si tiene un átomo, pero en los primeros instantes del universo, los átomos no existían. Entonces, hay un tiempo que es totalmente oscuro para nosotros, pero como está compuesto de materia, se puede usar la detección de ondas gravitacionales para observar estas edades oscuras, por así decirlo. También estamos interesados en los orígenes de la vida. ¿Cómo fue posible que moléculas simples que estaban diluidas en el océano se unieran para formar algo tan complejo como una célula que puede replicarse? Nadie entiende esto. Estamos interesados en los exoplanetas… Estas son preguntas muy, muy fundamentales para los científicos. En cuanto a lo que tiene importancia para el interés público, mencionaría todo el campo de la ciencia cuántica, desde los sensores hasta la computación y la criptografía, por ejemplo. Estos son campos vitales tanto para problemas científicos como para problemas prácticos. Lo mismo ocurre con la inteligencia artificial, que se está aplicando mucho para el desarrollo de nuevos medicamentos, por ejemplo. Estas áreas podrían considerarse transversales entre las ciencias aplicadas y las fundamentales, y son muy importantes para nuestra vida diaria. Y por supuesto, el calentamiento global.
–Europa y Estados Unidos lanzaron programas monumentales para estudiar el cerebro. ¿No lo incluye dentro de los grandes retos?
–Sí, pero dudo de que tengamos éxito. No es mi campo, por lo que solo puedo verlo desde una distancia remota. Creo que el cerebro es la pieza de materia más compleja que conocemos y dudo de que se pueda profundizar en su estudio invirtiendo miles de millones. Es la misma situación que tenemos en cáncer. Por supuesto, la lucha contra los tumores avanzó mucho, pero al final es un asunto muy complejo. En la investigación del cerebro, lo que puedo ver desde una perspectiva un tanto lejana son dos cosas que encuentro muy interesantes, pero en las que no somos pioneros. Hacer rebanadas muy, muy pequeñas de un cerebro y juntar todos estos cortes en un modelo tridimensional muy detallado de cómo están interconectadas. Y lo segundo es que tenemos capacidades cada vez más avanzadas de estudiarlo de forma no invasiva con [imágenes de] una resolución cada vez mayor. Estos son grandes desarrollos que están en curso.
–¿Y la fusión nuclear?
–Es una buena pregunta, porque hay campos que requieren mucho tiempo y, a veces, las personas piensan que nunca llegarán a concretarse. Como las ondas gravitacionales, en las que trabajamos durante 40 años. Con la fusión es lo mismo. Durante décadas investigamos en esto y parece que no hay progreso, pero no es así. Nos estamos acercando cada vez más al punto en que se produce más energía de la que se requiere para hacerla funcionar. Y están surgiendo tecnologías muy novedosas, lo que lo hace un tema muy atractivo. En primer lugar, en Alemania tenemos un Stellarator [el dispositivo más grande del mundo en su tipo], una máquina muy especial que tiene un funcionamiento continuo de reactores de fusión. También estamos invirtiendo mucho en el ITER [International Thermonuclear Experimental Reactor, según sus siglas en inglés, un experimento en gran escala que intenta producir un plasma de fusión que tenga diez veces más potencia térmica que la necesaria para calentarlo], y tenemos un instituto dedicado a la fusión nuclear con alrededor de 1000 investigadores. En los últimos uno o dos años se produjeron avances modestos con láseres, y ahora también hay imanes superconductores de alta calidad y alta temperatura. Con esto quiero decir que el juego no terminó, tenemos que ver [cómo sigue].
–La semana pasada se encontró con el Papa. ¿Le interesa la ciencia a Francisco?
–Sí, mucho. En su encíclica Laudato Si es la primera vez que la iglesia católica se refiere al calentamiento global. Debo decir que es un documento bien pensado. El Papa está interesado en la interferencia humana con la naturaleza. Él ve la ciencia como parte de la solución, pero también como parte del problema porque, por supuesto, nuestras posibilidades científicas a lo largo de los años nos permitieron interferir tanto con la atmósfera que ahora tenemos un problema. El Papa tiene temor de las cosas que interfieren; por ejemplo, la tecnología [de edición genética] CRISPR-CAS9, la inteligencia artificial tal como se usa en China, que interfiere en gran medida con la dignidad humana. Creo que hay una interacción necesaria entre la ciencia y la religión, porque a lo que todos tenemos que aspirar es a la dignidad humana. Y si se pierde porque a los científicos se les ocurren algunas ideas, como hemos visto en la historia alemana, que se perdió la dignidad humana incluso en la ciencia, entonces nos despeñamos por una pendiente muy resbaladiza.
–Hay una brecha cada vez más amplia entre los científicos y el resto de la sociedad. ¿Cómo se pueden abrir las puertas de la comunidad científica a los legos, y lograr que los investigadores estén más abiertos a lo que la sociedad puede aportar, necesita y quiere?
–No es fácil responder estas preguntas. En primer lugar, la Sociedad Max Planck fue pionera en lo que llamamos “acceso abierto” [open access]. Publicamos la gran mayoría de nuestros artículos con este sistema; significa que no hay que pagar para leerlos. Es un acuerdo muy especial que tenemos con algunas editoriales importantes, como Springer, Nature y otras. Nuestros datos son totalmente accesibles al mundo. Creemos que la ciencia que hacemos pertenece a todos, no a las editoriales. Por supuesto, las cosas son complejas. No todos pueden entender lo que significan ciertos problemas físicos o matemáticos, la gravedad cuántica… Los científicos, como muchas otras profesiones, se ocupan de asuntos complejos. Se necesita una educación muy especial en un campo dado. Por eso, también hacemos mucho trabajo “traduciendo” lo que hacemos a un lenguaje que la gente puede entender. Pero sinceramente, si no tienes las habilidades básicas y la formación indispensable en química o física, si no sabes qué es una molécula, por ejemplo, es muy difícil hablar de investigación.