¿Para qué sirven los sindicatos?

15 de diciembre, 2025 | 10.22

¿Cómo sería la Argentina y el mundo si no existieran los sindicatos? ¿Cómo viviríamos nuestros días sí, como pretende el gobierno nacional y las empresas, los sindicatos nunca hubieran nacido? Sería un mundo bien diferente, sin dudas. El ejercicio es contrafáctico, pero es bastante simple de hacer pensando que ocurría antes de que los trabajadores se asociaran para reclamar la reducción por una jornada la laboral de ocho horas, el derecho al descanso en fin de semana o las vacaciones pagas. Todos esos derechos, que incluso tienen quienes trabajan en relación de dependencia aunque no estén registrados, no cayeron del cielo. No fueron un regalo. Sólo fueron posible porque las y los trabajadores se organizaron para pedir por ellos.

La historia es bastante conocida y suele contarse cada Primero de Mayo cuando se escriben efemérides sobre los Mártires de Chicago, quienes fueron condenados a la horca luego de unas protestas por mejoras laborales cuyo lema central era “ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso y ocho horas de ocio”. Hace 159 años, los trabajadores organizados en diferentes formas de asociación, estaban reclamando dejar de trabajar 14 horas por día para tener el derecho a no consumir su vida dentro del trabajo. La propuesta “modernizadora” para reformar la legislación laboral propone ahora que los empleadores puedan modificar la jornada laboral según su necesidad.

Con el descanso del fin de semana pasaba algo parecido porque durante la Revolución Industrial no existía una regulación sobre la jornada laboral. Entonces, además de trabajar 12 o 14 horas diarias sólo se descansaba los domingos. Fue necesario desarrollar muchas protestas y establecer lazos de solidaridad entre trabajadores para lograr que los patrones aceptaran implementar el “sábado inglés”, que establece una jornada laboral hasta el mediodía del sábado, pero se paga el día completo. Ese reclamo está en la base del Cordobazo, la protesta del 29 de mayo de 1969 que comenzó con el reclamo de los trabajadores de la UOM, SMATA y Luz y Fuerza ante la decisión de la dictadura de Onganía de derogar el sábado inglés. Otra vez, ahí estaban los sindicatos.

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¿Y las jubilaciones? ¿Quién se la regaló a los trabajadores? Nadie. Por ejemplo, las y los periodistas y trabajadores de prensa no teníamos ley de jubilación hasta principios de la década del 40. Se logró por la pelea y las gestiones de la entonces Federación Argentina de Periodistas. Lo mismo ocurrió con el Estatuto del Periodista Profesional y del Estatuto del Empleado Administrativo, que otorga estabilidad laboral, protege contra el despido arbitrario con una indemnización especial y establece una jornada reducida de 36 horas, entre otras cosas.

La posibilidad de tener salarios dignos también tiene detrás a los sindicatos. Entre varios ejemplos, está el de la Federación de Trabajadores Aceiteros y Desmotadores de Algodón, que llevaron adelante una pelea de más de veinte años y les permitió dejar de trabajar por salarios de pobreza a tener los sueldos más altos de la economía. Tampoco hubo magia ahí: llevaron adelante diferentes medidas de fuerza con la huelga como herramienta fundamental, que es un derecho con rango constitucional que el gobierno quiere destruir. Posiblemente sean la huelga y los sindicatos los dos instrumentos más importantes que tienen las y los trabajadores para garantizar sus derechos.

Por eso, el golpe se concentra ahí -bajo una falsa idea de libertad- con la propuesta oficial de “empobrecer” a los sindicatos, como dijo el ministro Federico Sturzenegger, compilador del proyecto de reforma laboral del gobierno que se escribió en los estudios de los abogados de empresas más poderosas que operan en el país. Para eso, buscan desfinanciarlos quitándoles la cuota solidaria que pagan los trabajadores que no están afiliados. La lógica es bastante simple: todos los trabajadores -afiliados o no- se benefician de los logros de sus sindicatos y, por lo tanto, todos aportan a que las organizaciones sindicales tengan estructuras que puedan disputar con las empresas en beneficio de los trabajadores. Además, quedaría en la voluntad de la empresa retener la cuota de afiliación sindical y transferírsela al sindicato.

No es tan difícil imaginar una vida sin sindicatos. Posiblemente las jornadas laborales tendrían 14 horas, no habría jubilación, tampoco posibilidad de reclamar salarios dignos, seguramente también sería legal que trabajaran niñas y niños, y las vacaciones pagas serían un sueño imposible. Algunas de estas cosas ocurren en otros países.

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Pablo Waisberg

Pablo Waisberg, periodista y autor de “Aceiteros. Una lucha por el salario, la democracia obrera y la conciencia de clase”.