Otra vez el dólar

30 de agosto, 2020 | 00.05

Argentina es un país en el que se escriben libros periodísticos, históricos y hasta académicos sobre el dólar. Cotidianamente del dólar hablan periodistas, economistas e historiadores. Todavía no se sumaron los psicólogos, pero con tantos psicoanalistas en proporción a la población no faltará oportunidad. Por lo pronto ya puede leerse sobre “la fijación” con el billete verde, las compras “compulsivas” o los más pedestres “terrores” suscitados por su cotización. La negación, decir que los argentinos consumen en pesos en el mercado de la esquina y no en dólares en Nueva York o preguntarse, como lo hacía el General, por “quién vio un dólar” tampoco ayuda.

La omnipresencia del dólar en el discurso público se origina en un problema tan común como negado por el pensamiento económico convencional: su relativa y cíclica escasez. En una economía capitalista periférica, que no tiene la capacidad de emitir una moneda que sirva como medio de pago en el comercio exterior, la abundancia o escasez de divisas es uno de los principales factores que determinan el ciclo económico.

Empezando por la cotización, la ley económica de la oferta y la demanda para determinar el precio de un activo sólo corre para un tipo particular de mercancías, las “no reproducibles”. Los dólares no se imprimen en el país, es decir son típicamente una mercancía no reproducible y su precio depende de la oferta y la demanda.

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La economía vulgar imagina una oferta de dólares infinita dado el tipo de cambio. La idea es que si el Tesoro ajusta sus cuentas siempre dispondrá de los pesos necersarios para comprar los dólares infinitos y, si se vuelven más escasos, no importa, bastará con devaluar hacer más ajuste para comprar los mismos dólares. Cuando gobiernan los cultores de este pensamiento siempre se desdeñan los déficits de cuenta corriente y, en contrapartida, se aumenta el endeudamiento en divisas, el atajo para estabilizar transitoriamente la cotización.

¿Pero por qué importa el precio del dólar? ¿Por qué no da lo mismo que sea barato o caro? El pensamiento convencional lo prefiere caro, lo que se expresa en el eufemismo “tipo de cambio competitivo”, supuestamente el que, por definición, haría competitivas las exportaciones y, por lo tanto, las haría aumentar. Se trata de una falacia histórica desmentida por los números. Las devaluaciones solo reducen las importaciones pero no aumentan las exportaciones. Esto es así porque el país exporta productos que son tomadores de precios en los mercados globales, es decir que no compiten por precio. El dólar alto solo provoca efecto riqueza para los exportadores, caída de los salarios medidos en divisas y, por lo tanto, caída de la demanda agregada y recesión. El dólar es por estas razones una “variable distributiva”. Para sumar complejidad también es un “precio básico”, es decir un precio que forma parte de los precios de todas las cosas. El tipo de cambio no correlaciona con las exportaciones pero sí con la inflación.

Por último está el ciclo económico. Cuando la economía crece demanda más dólares porque, dada la estructura productiva local, aumenta la demanda de importaciones. Y como ello ocurre más rápido de lo que aumentan las exportaciones, luego de un período de crecimiento partiendo de una situación externa superavitaria (por ejemplo entre 2003 y 2011) la economía comienza a quedarse sin divisas, los dólares se vuelven escasos, aparece la “restricción externa”, y se hace difícil evitar una devaluación recesiva. Este es el mecanismo real que está por detrás de los ciclos de “parar y arrancar” (Stop & Go)

En síntesis, el dólar caro significa bajos salario y conduce a la recesión y el dólar barato impulsa la expansión pero antes o después lleva a la restricción externa y a una devaluación. Nótese la importancia mayúscula que entraña su cotización. Aquí aparece la tentación neoclásica de hablar de “un dólar de equilibrio”. Existe por ejemplo la fantasía muy común de mantener el dólar caro para siempre, la trajinada idea del “tipo de cambio competitivo y estable”. Este concepto supone imaginar que la puja distributiva no existe, es decir que los bajos salarios inherentes a un dólar caro se pueden mantener para siempre. Esta idea es tan fantasiosa como su contraria, tener un dólar barato para siempre sin que aparezca la restricción externa.

Lo que determina el precio del dólar, entonces, son dos cosas, el momento del ciclo económico y el estado de la lucha de clases, luego vienen los instrumentos. Por ejemplo, si aparece una restricción externa y gobierna el neoliberalismo se descuenta que la “solución” será la toma de deuda y/o la devaluación. Si en cambio existe un gobierno nacional popular, se intentará evitar la devaluación, por ejemplo recurriendo a los controles de cambio, eso que la prensa local que construye agenda denominó “cepo”. También pueden existir situaciones extremas, como por ejemplo septiembre de 2019, en que los controles cambiarios son establecidos por un gobierno de derecha para evitar la hiperinflación. Ello ocurre cuando se agota el margen para seguir devaluando y las reservas internacionales se volatilizan.

En el presente, las restricciones cambiarias son una continuidad del proceso anterior. Se presenta además la paradoja de que la economía está escasa de dólares a pesar de la profunda recesión. Veamos por qué. El tipo de cambio no está sobrevaluado, pero el derrumbe de la economía mundial determina una baja demanda de exportaciones. Existe un pequeño superávit comercial derivado de la recesión, es decir de la baja demanda de importaciones. Dicho de otra manera se está en un momento del ciclo en el que no deberían faltar dólares y en el que deberían poder recomponerse lentamente las Reservas Internacionales. En consecuencia la estabilidad cambiaria no debería ser un problema y los controles cambiarios deberían estar en retroceso. 

Sin embargo no es lo que sucede. El mercado cambiario está bajo una fuerte tensión debido a la imposibilidad de recomponer reservas por un lado y a la fuerte demanda de divisas por otro. Parte del problema se debe al crecimiento de la “brecha cambiaria”, que supera el 80 por ciento retroalimentando las expectativas de devaluación y la demanda de divisas. Esta sensación de que el dólar oficial “está barato” se observó por ejemplo en la explosión de demanda del cupo de 200 dólares que pueden comprarse con el recargo del impuesto PAIS, y que el mercado rebautizó irónicamente como “dólar solidario”.

El problema del presente no reside entonces en la demanda de dólares para hacer frente a las importaciones dadas las exportaciones, sino en la demanda de dólares para reserva de valor incentivada por el aumento de la brecha cambiaria. Si este es el diagnóstico sólo es posible hacer dos cosas. La primera es una solución de largo plazo que ya comenzó. Incentivar el ahorro en pesos vía tasa de interés positivas para los depósitos a plazo, es decir que “los ahorristas” sepan que no perderán valor si dejan su dinero en depósitos en pesos. Esta tarea significa mantener las tasas positivas durante muchos años. Al mismo tiempo se debe terminar con los golpes devaluatorios, es decir no con las devaluaciones que acompañan de atrás a la inflación, sin con los variaciones reales en el tipo de cambio provocadas por la puja distributiva con los capitales exportadores. Si hay devaluaciones cíclicas para los inversores “no sofisticados” quedarse en dólares será para siempre la única reserva de valor segura. 

Finalmente está el problema de los controles cambiarios. Como lo demostró el período 2011-2015, los controles cambiarios son eficientes para evitar la salida de divisas, pero también para evitar la entrada. La referencia no es para inversores del exterior, sino para los dólares de los propios residentes. Es necesario, cuando la coyuntura lo permita, recrear mercados cambiarios abiertos. Pero ello no es posible sin aumentar primero las reservas internacionales, mantener en el tiempo tasas positivas en pesos y alejar el fantasma del shock devaluatorio. Para la transición se necesitarán opciones intermedias, como por ejemplo que el Banco Central contribuya a cerrar la brecha cambiaria interviniendo en los mercados paralelos existentes. Una vía es colocar bonos para las operaciones de contado con liquidación. No debe olvidarse que en el CCL se operan apenas 30 millones de dólares diarios frente a los 200 del MULC. Tampoco debe perderse de vista que el gran éxito del neoliberalismo desde 1976 a la fecha fue haber destruido la función de reserva de valor de la moneda local. Reconstruir esta función es una tarea de verdadero y persistente largo plazo. La tentación de las devaluaciones y de las tasas de interés negativas siempre significan volver el cronómetro a cero.