"Ser un dibujante famoso es como ser un jugador de bádminton famoso", suele decir Art Spiegelman, y es probable que tenga razón. Si el autor de la novela gráfica más influyente de fin de siglo (veinte) fuera un novelista extranjero de moda o un artista de instalaciones bendecido por el MOMA, hubiera tenido un aluvión de ventas, una tapa en Ñ, una presentación en el Malba y algún título de ciudadano ilustre. Pero el paso por Buenos Aires del guionista y dibujante de historietas es ignorado por los medios y hasta por su propia editorial (Reservoir Boooks). Por suerte el público comiquero lo espera con mucha expectativa en Comicópolis el monumental encuentro de historietas que se viene realizando en Tecnópolis desde hace tres años.
De aquello que no puede hablarse, se sigue intentando hablar. En un principio, los sobrevivientes del Holocausto se negaban a contar. "Esto no puede interesarle a nadie", decía Vladek Spiegelman, el padre polaco de Art que (junto a su esposa Anja) fue sobreviviente de Auschwitz. Pero se siguen escribiendo libros y haciendo películas sobre el Holocausto. Quizás, si tratamos de buscar la esencia de la historia, podemos encontrarla en unos pocos relatos canónicos: los filmes "Noche y niebla" de Alain Resnais y "Shoah" de Claude Lanzmann, la novela "Si esto es un hombre" de Primo Levi y la historieta "Maus" de Art Spiegelman. "Maus" es el resultado de las conversaciones entre Art y su padre; alguien que -en palabras de su hijo- sangra historia.
Olvidamos decir (aunque casi todo el mundo lo sabe) que los personajes de Maus son animales. Los judíos son ratones. Los alemanes, gatos. Los polacos son cerdos y los americanos, perros. Se suele decir que Maus es como el Holocausto dibujado por Walt Disney, pero el dibujo de Spiegelman está lejos de los cromos del ratón Mickey; es oscuro, hecho como de a raspaduras de pluma y lleno de pequeños tramados. Se parece a los grabados de Goya y de George Grosz.
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Spiegelman nos cuenta sobre la Polonia de los días nazis y la Norteamérica de los 80. Es absolutamente riguroso en los datos históricos, pero su reconstrucción es mágica y casi alquímica. Nos lleva a creerle y a involucrarnos en las traiciones, los peligros, las muertes y las salvaciones azarosas de sus ratones. Todo fluye y hay pequeños momentos de comedia en los encuentros entre el padre amarrete y cascarrabias y el hijo. Probablemente el acierto fundante sea ese: la Shoah está contada de primera mano por un superviviente nato, que atraviesa la historia más terrible del siglo XX gracias una rara mezcla de realismo y astucia. El sentido del humor oscuro de aquellos que atravesaron el infierno y supieron contarlo sin poesía, sin autocompasión y sin épica.