No son los precios, son los salarios

15 de mayo, 2021 | 20.16

Los momentos de turbulencia son los que exigen mayor serenidad teórica. Que la inflación haya vuelto a superar el 4 por ciento en abril, 4,1 para ser precisos, llegue al 46,3 interanual y acumule el 17,6 en el primer cuatrimestre es, ni más ni menos, uno se esos momentos de turbulencia.

En este espacio se sostuvo reiteradamente que la suba generalizada de precios es un problema emergente de los aumentos de los costos de producción y que esos costos están determinados por los precios básicos de la economía –salarios, tarifas (incluidos los combustibles) y dólar– precios que a su vez son la expresión de distintas pujas distributivas. Además de estos precios básicos, también entra en la determinación de todos los costos de la economía la llamada “inflación importada” que ocurre cuando aumentan los precios de los principales productos de exportación, como es el caso del presente.

Entonces, primero, la inflación no es un fenómeno ni monetario ni fiscal. En lo que va del año el gasto público creció levemente en comparación al deprimido 2020, fundamentalmente por algunos gastos de capital, pero frenando todo lo demás. Esta expansión en el margen no puede explicar una suba de 18 puntos en los precios minoristas ni siquiera en la mente monetarista más afiebrada. Tampoco está presente lo que la ortodoxia denomina malas “expectativas”. Hoy la continuidad del ritmo del Gasto proyecta para 2021, aun incluyendo el reciente aumento en la tarjeta Alimentar, un déficit del 2 por ciento cuando el presupuestado y acordado con el FMI era de 4,5 puntos.

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Segundo, la inflación tampoco es, como parece creer buena parte de la coalición de gobierno, un fenómeno de mercados oligopólicos. Atribuir la inflación a un grupo de empresarios poderosos que quieren dar un “golpe blando” es muy tentador y también políticamente redituable. La confrontación política siempre necesita un malo. Si se observan los números también existe la tentación de llegar rápidamente a la misma conclusión, especialmente con sectores como el textil. Prendas de vestir y calzado subieron el 6 por ciento en abril y suman un impresionante 79,1 por ciento interanual. Es el rubro que más creció en los últimos 12 meses y lo hizo bien por encima del nivel general. Otros rubros también crecieron fuerte, como Alimentos y Bebidas, Transporte, Educación, Restaurantes y Hoteles y Mantenimiento del hogar, pero con menos diferencia respecto del promedio. Lo que primó en estos últimos casos fue la recuperación de los márgenes perdidos en 2020 y cuestiones puntuales de costos como los aumentos de los precios internacionales en el caso de los alimentos.

¿Por qué los textiles aumentaron tanto? Detengámonos en este punto. Para la teoría económica los empresarios no son ni buenos ni malos, tienen una lógica de comportamiento. Así como la lógica de comportamiento de los trabajadores es demandar siempre mayores salarios, la lógica de los capitalistas es maximizar sus ganancias. En consecuencia los empresarios, en Argentina y en cualquier lugar del mundo, siempre intentarán cobrar el mayor precio que el mercado les convalide. ¿Y de qué depende esta convalidación? De la competencia. Si hay pocos competidores el precio será más alto. Pero un precio oligopólico más alto no es lo mismo que un precio que por ello aumenta todos los meses ampliando indefinidamente el margen de beneficio. El precio oligopólico determina una renta oligopólica, pero esa renta no puede crecer mes a mes por la simple razón de que si es muy grande habilitará el ingreso de nuevos competidores, incluso aunque tengan una tecnología y costos de producción más desfavorables (es algo similar a lo que explicaba el economista inglés David Ricardo sobre la renta diferencial de la tierra y el ingreso a la producción de las parcelas menos fértiles). Lo que ocurrió con los textiles es que el Estado intervino para disminuir la competencia cerrando las importaciones, lo que les permitió a los textiles establecer un precio más alto. Ese fue el acomodamiento que se registró estos meses. La predicción es que, alcanzado el precio oligopólico, los precios textiles dejarán de crecer por encima de la media. El resultado general y bien conocido de este proceso es que si el Estado protege a un sector reservándole mercado el resultado económico será que dicho sector tendrá precios más altos. Proteger al sector textil sin hacer nada más (por ejemplo acuerdos de precios) significa ropa más cara y menor ingreso disponible para el conjunto de los asalariados. Nada es gratis. No protegerlo significa poner en riesgo más de 200 mil empleos de un sector que es trabajo intensivo. Las decisiones de política no son fáciles, mucho más en un contexto de elevado desempleo. De lo que no cabe duda es que el textil no es precisamente un sector estratégico y antes o después deberá dejar de subsidiarse, pero es otro debate. El macrismo demostró que abrir las exportaciones textiles baja los precios de la indumentaria, quizá pueda ensayarse algún mix regulador.

En 2020 el ancla inflacionaria fueron los salarios y las tarifas. El motor de la inflación fue el mal manejo del precio del dólar. La pandemia evitó que se convaliden algunas subas de precios esperables. En lo que va de 2021 los salarios formales crecen, en promedio, levemente por encima de la inflación aunque sin por ello recuperar el poder adquisitivo perdido en el último año y mucho menos en 2018-20. La recuperación de algunas ramas de la actividad se tradujo en la recomposición de precios contenida en varios sectores, entre ellos los textiles. Las tarifas también comenzaron a soltarse. En este punto tampoco son fáciles las decisiones de política, ya que no pueden mantenerse congeladas para siempre. Seguramente podría haberse encontrado un mecanismo de ajuste menos violento de los precios de las naftas, cuyo traslado a precios siempre es automático. Sorprende que haya ocurrido en un sector donde el Estado tiene abundantes herramientas de intervención, incluso el control de la principal petrolera. Finalmente en lo que va del año el precio del dólar funcionó como el ancla principal, pero fue ampliamente contrarrestado por el aumento de los precios internacionales de las commodities de exportación.

Aquí se presenta otro gran dilema de política económica. Argentina es un país horriblemente endeudado, con problemas de restricción externa, que necesita desesperadamente incrementar sus exportaciones. El boom de los precios internacionales es la mejor noticia que podría haberse recibido, pero previsiblemente el aumento de los precios de las commodities agropecuarias se tradujo en aumento de los precios internos de los alimentos. Se trata de una vieja problemática de la economía local.

Las conclusiones preliminares son abundantes. La primera es que si se mantiene el ancla del dólar, se dejan de aumentar tarifas y los salarios siguen el curso ya trazado por las paritarias, la inflación de los próximos meses tenderá a frenarse, pues ya se produjeron los aumentos sectoriales predecibles y es difícil que los precios internacionales experimenten nuevos saltos. La segunda es que hoy no están dadas las relaciones de poder para desacoplar precios internos de los externos por medio de la única herramienta realmente eficiente, el aumento de retenciones. La tercera es que restringir exportaciones, la segunda herramientra de desacople, significa no solo disminuir la indispensable oferta de dólares sino destruir la oferta interna a mediano plazo de los sectores restringidos. La cuarta es que el shock inflacionario ya producido dejó en muy mala situación a los deciles de menores ingresos que hoy no pueden hacer frente a los nuevos precios.

La conclusión general sobre estos cuatro elementos es que más que de precios el problema del presente es de bajos ingresos. En consecuencia, la mejor medida de política económica, la más rápida y la que menor resistencia social y política provocaría, es aumentar el gasto desde el déficit proyectado actual de 2 puntos del PIB a un mínimo de 4,5 puntos para inyectar recursos en la base de la pirámide a través de herramientas como el IFE, pero con montos bastante más altos. En el presente existe margen fiscal y externo para hacerlo.

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Claudio Scaletta

Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).