En las afueras del centro de Vancouver, en Canadá, se halla uno de los puentes colgantes más famosos del mundo: el Puente de Capilano, que cruza el río homónimo en el distrito de North Vancouver. Suspendido unos 70 metros sobre las aguas y con una longitud de 140 metros, este puente atrae cada año a casi un millón de visitantes que buscan la mezcla de naturaleza, aventura y vértigo, ya que muchos lo catalogan como el puente colgante "más peligroso del mundo".
Construido originalmente en 1889 por el ingeniero escocés George Grant Mackay, el puente ha sido reconstruido en distintas ocasiones, y lo que hoy se ve combina estructuras modernas con tradición. Además del trayecto principal, el parque que lo alberga incluye senderos entre árboles antiguos, pasarelas colgantes entre copas, exhibiciones de arte indígena (totemismo de la nación Squamish), y atracciones como el “Cliffwalk”, un recorrido sobre acantilados para quienes buscan impresiones más fuertes.
Pero lo que muchos comentan al visitarlo no es solo su belleza, sino la experiencia física: el puente se mueve, se balancea sutilmente al caminar, y la vista del cañón que queda abajo recuerda lo lejos que estás de tierra firme. Esa combinación de altura, oscilación y barrera visible sobre el vacío genera una mezcla de asombro y miedo: algunos visitantes atraviesan con paso firme, otros lo cruzan apresurados o incluso regresan sin completarlo.
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Cruzar el puente: una misión para valientes, pero no imposible
A pesar del vértigo que puede causar, el puente está bien mantenido y cumple con elevados estándares de seguridad. Se recomienda para quienes lo cruzan por primera vez: sujetarse del pasamano, evitar correr o hacer movimientos bruscos, cuidar los más pequeños, y tomarse el tiempo para mirar, respirar y disfrutar la inmensidad del paisaje. Porque más allá del miedo, Capilano ofrece algo difícil de encontrar: la sensación de que la aventura puede estar a un paso de nuestro límite.
