No queremos caer en la frase trillada de que toda crisis genera una oportunidad pero no podemos dejar de mencionar las discusiones que salen a la luz a raíz de las contradicciones que la crisis sanitaria comienza a arrojar en relación a la situación de los trabajadores.
El Equipo de Estudio sobre Sindicalismo, Conflicto y Territorio del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL) realizó una encuesta que abarcó a 528 delegados y delegadas del sector público y privado de todo el país para conocer su situación durante el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO).
El estudió arrojó que a pesar de la prohibición de despidos por medio del DNU 329/2020, un 4,2% del total de la muestra declaró haberlos padecido en los establecimientos donde desempeñan su actividad. Además, el 40% declara haber sufrido algún tipo de desregulación salarial.
Esto nos lleva a denunciar la tasa de informalidad que para la población de 15 a 65 años llegaba al 51,4% a diciembre del 2019 (EPH- Indec), con el escandaloso indicador de 71,7% para la franja etaria de 15 a 24 años, y la consecuente pérdida de ingresos que este sector venía sufriendo y que ahora suma, efecto de la pandemia.
Lamentablemente, una pandemia tuvo que sacudir al mundo para que entendamos la lógica miserable que opera en el interior del modo de producción capitalista a nivel global, la que revela que las ganancias van a parar a los bolsillos de los empresarios mientras que las pérdidas al bolsillo de los trabajadores. Es que toda crisis tiene un responsable y el hilo se termina cortando por la parte más fina al descargar con la culpa sobre la espalda de las y los trabajadores que en promedio ya habían perdido durante los cuatro años anteriores un 20,2% de su salario desde el segundo trimestre del 2016, a lo que hay que sumar el efecto de la devaluación de los inicios del gobierno de Macri, escondida por el apagón estadístico del primer trimestre del Indec.
Pero es que así funciona, son los paladines del liberalismo cuando se trata de la concentración de la renta, siempre criticando el rol del Estado, exigiendo su participación mínima. Pero cuando las papas queman rápidamente buscan socializar sus números en rojos, como muchos empresarios que en las últimas semanas le pidieron al gobierno nacional una ayuda para enfrentar la crisis económica de la que ellos mismos fueron responsables, mientras otros optaron por cerrar sus puertas y dejar familias en la calle.
Pero esto es lo que hay que discutir, porque no queremos un Estado que proteja los intereses de los grupos de poder, necesitamos un Estado que gestione instrumentos y se meta en la rosca que siempre observa desde afuera, que no es ni más ni menos que la de la concentración de la matriz productiva, única forma posible de achicar la brecha social, económica y laboral que se profundizó durante el gobierno de Macri.
Para que tengamos idea de lo que estamos hablando, el quintil más alto de la población argentina concentró a diciembre del 2019 casi el 50% de los ingresos y el quintil más bajo menos del 5%, según la Cátedra Unesco sobre las manifestaciones de la cuestión social (En base EPH- Indec).
Esto es lo que se tiene que discutir. Pero para construir tan semejante prédica primero tenemos que luchar contra ese sentido común preso de la colonización pedagógica que no puede ver más allá de lo que su ideología le permite y comprenda que cuando los sectores de mayor dinero paguen más impuestos se traducirá automáticamente en la disminución impositiva sobre los sectores que poseen menos recursos.
Los cuenta ya está servida, la pregunta es quién la pagará. ¿Seguirán siendo los trabajadores con impuestos regresivos del 21% (IVA) o serán por primera vez en la historia los millonarios con impuestos progresivos aportando sus grandes fortunas a las arcas del Estado?
Es difícil porque sabemos que algunos sectores de los trabajadores, muchas veces, defienden los intereses de los ricos, lo que los lleva a ir automáticamente en contra de los suyos. Hay que acomodar las cosas y solo lo puede hacer un Estado peronista. Quizá así podamos jugar con la canción del arriero de modo tal que alguna vez podamos decir: “Las penas son de los empresarios, las ganancias de los trabajadores”.