El virus, un acontecimiento biológico, político, social y económico, produjo y producirá diferentes efectos en la subjetividad que tenemos que ir evaluando.
¿Se trata de una interrupción, un paréntesis y después volveremos a la vida normal? ¿Es un cambio definitivo? ¿Comienza una nueva vida? ¿Qué nos espera cuando finalice la pandemia?
Si bien es temprano para dar respuestas, ya podemos afirmar que el coronavirus sacudió nuestros habituales modos de vida. El aislamiento físico se presenta como nuevo imperativo cultural, así lo expresan el hashtag “quédate en casa”, la distancia prudencial que se debe mantener en las escasas salidas, el obligatorio uso del barbijo y el saludo codo a codo. La vida casi completamente virtualizada va produciendo una nueva normalidad, en la que el cuerpo y el encuentro real han quedado prácticamente eliminados en los intercambios, mientras las cosas se mediatizan y hasta transforman en signos y mensajes.
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La hiperconexión virtual, por Whatsapp, Skype, Zoom y un largo etcétera, constituye el recurso fundamental para que la cuarentena, única vacuna por el momento contra el coronavirus, no implique un aislamiento social absoluto. De un día para otro y casi sin entrenar, la subjetividad debió dar un salto tecnológico, reconvirtiéndose a home office, teleeducación y relaciones interpersonales por las redes. La virtualidad se impuso intempestivamente formando parte de una nueva normalidad, y todo hace suponer que vino para quedarse. Es necesario comenzar a pensar la relación entre el cambio del uso tecnológico en curso, los procesos sociales y los efectos en la subjetividad.
Bifo Berardi afirmó que la mutación tecnológica no involucra sólo los hábitos, sino que afecta también nuestra sensibilidad. La creciente digitalización interviene y condiciona la manera en que percibimos y proyectamos. Recordemos que el cuerpo, que no es natural ni biológico, se constituye y erotiza desde el nacimiento a partir de los cuidados del Otro. Esos intercambios en los que intervienen la piel -en tanto superficie de inscripción-, el pecho, las heces, la mirada y la voz junto con sus zonas corporales, encarnan para cada sujeto de manera indeleble la marca erótico-existencial de su ser en el mundo.
En medio de la pandemia, estando obstaculizadas las conexiones y los intercambios reales, de donde resulta la virtualidad como regla, y la presencia de los cuerpos la excepción, cabe que nos preguntemos ¿La virtualización de la vida pone en peligro las relaciones afectivas? ¿Cómo sentir el cuerpo, el sufrimiento o el placer del otro sin encuentros reales? ¿Hallarán los afectos maneras de resurgir? ¿Cómo será el amor y la sexualidad de una subjetividad que limita al máximo el contacto real?
La vida en cuarentena se convirtió en un laboratorio en el que se comprueba que el mundo virtualizado es altamente rentable para gran parte de empresas privadas, que se ahorran la infraestructura, y mucho más para las corporaciones informáticas, que al beneficio anterior suman el del extraordinario incremento de sus ventas. Se plantea el riesgo de que la virtualidad se convierta en una forma privilegiada de vida que incluye comercio, telesalud, teletrabajo, teleeducación y hasta gimnasios.
A partir del coronavirus nuestra existencia transcurre en una distopía, como si pasáramos a protagonizar episodios de la saga de «Black Mirror ». Los contagios en las villas y los muertos por la pandemia, como una pesadilla horrorosa nos despiertan del sueño virtual y nos recuerdan que el crimen de la realidad real, como decía Baudrillard, no se consumó del todo.
Durante más de 30 años la neoliberal consigna “No hay más alternativa” ganó el sentido común global y una subjetividad colonizada se sometió a ese “mandato”. Hoy las corporaciones informáticas, Google, Amazon, Apple y el resto, se están ofreciendo como nuestra única esperanza para protegernos de los nuevos virus que nos acompañarán en los próximos años. Es un deja vu, una nueva versión que lleva a instalar y hacer creer que “No hay más alternativa”.
Asumiendo que las transformaciones tecnológicas son imposibles de ser frenadas, debemos estar advertidos de esta forma contemporánea de dominación de la subjetividad, que pretende hacernos creer que no hay más alternativa que la virtualización de la vida.
A partir del desencadenamiento del coronavirus, en contraposición a la thanatopolítica neoliberal que pretende levantar la cuarentena para defender el mercado, vemos surgir otras posibilidades que apuntan a fortalecer el Estado, la salud pública, la distribución más equitativa y custodiar los derechos. Constatamos un cambio en los valores en el que la solidaridad, el cuidar al otro y el cuidarse parecen rechazar al individualismo neoliberal. Estos valores, solidaridad y cuidado, son imprescindibles para la construcción política de un pueblo.
La cultura hoy se plantea como un campo de batalla entre las corporaciones y las fuerzas populares, en el que se dirime nuestro modo de vida, resultando el cuerpo el botín de guerra o su defensa colectiva lo que se vislumbra como alternativa radical. El conflicto se resume como Eros o Tánatos.
A partir del coronavirus, el mantenimiento de los lazos sociales reales y la política participativa se convierten en formas de resistencia y en el desafío político principal.