De lo esencial y lo presencial: El psicoanálisis en tiempos del coronavirus

Asistimos a reclamos de lo que se suele nombrar como parte del “campo psi”, en el sentido de reivindicar la consideración de “actividad esencial” para el ejercicio de las profesiones cuya práctica incide en el registro de lo mental, lo anímico, lo psíquico.

01 de julio, 2020 | 22.05

Sin que en principio se entienda qué bicho les pico a algunos, asistimos a una catarata de reclamos de lo que se suele nombrar como parte del “campo psi” –expresión problemática-, en el sentido de reivindicar la consideración de “actividad esencial” para el ejercicio de las profesiones cuya práctica incide en el registro de lo mental, lo anímico, lo psíquico. La pretendida categorización toma justificación en la importancia de lo mental junto con la salud física, importancia que estaría relegada por las decisiones del gobierno al no considerarla esencial en éstos extraños tiempos de pandemia, impidiendo la circulación de profesionales y pacientes a fin de tener encuentros presenciales.

Hay un primer equívoco cuyo pliegue conviene enderezar, que se desliza de tomar lo clasificado como esencial en términos de “actividades y servicios declarados esenciales en la emergencia”, y lo esencial entendido como aquello que resulta importante, fundamental de una cosa. En el primer sentido, el performativo del verbo “declarar” da cuenta del acto, en este caso de gobierno, en tanto que “la emergencia” restringe la calificación de “esencial” al contextualizarla, limitándola a este período excepcional. En el segundo sentido (recusado por lo demás desde diversas perspectivas, que resumimos con la puesta en cuestión de la idea de una esencia natural e inmutable), es en donde hacen pie las críticas a las limitaciones de la cuarentena, para justificar la necesidad de la declaración de actividad esencial al “campo psi” a fin de ser incluido en las excepciones a la prohibición de circular.

De lo esencial a lo excepcional, todo bien aderezado con supuestas estadísticas y estudios científicos (hay quienes creen que con ver algunos números se está en el registro de la ciencia…) que nos demuestran el incremento de todo tipo de padecimientos, patologías y síntomas psíquicos: depresión, angustia, pánico, violencia, obsesiones, desencadenamientos psicóticos (ahorramos la lista que puede ser interminable –e injustificable-, en provecho de intentar ser lógicos).

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Señalamos por nuestra parte el contrabando deliberado de mezclar los efectos de la pandemia con los de la cuarentena, cosa de no ver el árbol ni el bosque. Porque, se nos dice, la forma operativa y legítima de lidiar con tales fenómenos es con la atención presencial, y aquí se desdoblan los justificativos:

1) Porque hay muchos sujetos que no pueden acceder a los medios requeridos para la atención virtual o no tienen en su casa las condiciones de intimidad requeridas por la terapia, en suma, limitaciones por carencias económicas.

2) (aquí nos restringimos a las terapias de tinte psicoanalítico) El soporte fundamental de los tratamientos, lo que permite operar sobre los padecimientos es la transferencia, la que no puede prescindir de la presencia, del encuentro de los cuerpos, en fin, una consideración técnica.

Resulta curiosa la apelación a las supuestas limitaciones económicas, ya que es cuestión de época la proliferación de celulares, sobre todo en las clases más bajas, donde no se ve cuál sería la imposibilidad de sostener una vinculación por comunicación tradicional o videollamada, y tampoco se aprecia la ecuación por la que lograr intimidad sería algo más complicado que trasladarse y asistir a un consultorio en tiempos de coronavirus.

La consideración técnica es más difícil de pelar, pero no imposible: aquí el equívoco se instala sobre lo que se lee como “presencia”, propia de lo vivo, de la actualidad de la transferencia, al confundir el plano que remite al decir del análisis, a los efectos que la articulación del discurso analítico puede producir, con la imaginarización de la presencia corporal. No es que no sea importante la presencia, sino que no se limita al vínculo con lo imaginario, que en la ocasión cumple función de pantalla al hacerle creer a quien allí se postula como analista que, por pretenderse fuera de la norma, es excepcional…

La verdadera presencia en el análisis es cuestión del decir, y el decir no se reduce al instrumento del que se vale, presencial o virtual, sino de lo que opera como condición de todo instrumento: función de la palabra…por suerte algo mucho más rico en recursos.

Ahora bien, la demanda de ser una actividad esencial, que requiere la discrecionalidad para abrir los consultorios aumentando la circulación de profesionales y pacientes con el consecuente riesgo -mortal, vale recordar-, choca de frente con la ética del análisis. Es que esta vez se trata de una cuestión colectiva, de salud en serio pública, es decir común, es decir fundamentalmente política. El acto analítico en  esta ocasión pasa por la defensa de lo común de la vida, de los fundamentos de la comunidad, que no se pueden soslayar en nombre de atenuar ningún padecimiento individual. Si se autoriza a los muchos psicólogos/analistas (¿cuántos miles? poco importa) multiplicados por los X pacientes promedio de cada uno (tampoco importa cuantos) está claro que se incentiva la circulación, por ende los contagios efectivos (y no solo su posibilidad), por ende un cierto porcentaje de casos graves, y también la complicación de la atención sanitaria plena, y finalmente las muertes…

 Puede que en el registro de lo humano no haya vida que no implique el goce, goce en sus diferentes formas y modos, pero lo que es seguro es que sin vida no hay goce…la vida es condición de posibilidad para el goce; es una cuestión anterior, descalibrada respecto de poder llegar a modificar algo en el régimen del goce…de poder lograr, como planteaba Freud, trocar la miseria neurótica por el infortunio corriente.

Volviendo a los algunos del comienzo, desbaratados gran parte de sus argumentos surge la pregunta de porqué suscriben, intencionadamente o no, los planteos de la derecha. Si, de la derecha, con una raíz de odio antipolítico que toma el sesgo de las operaciones anticuarentena. Demanda, Demanda, Demanda, total, pase lo que pase seguirán demandando. Creen en el padre todopoderoso que los pondrá al abrigo de lo que sea; es una metáfora, es asunto de creencia y no necesariamente de religión. Es una posición que antes catalogábamos como irresponsable, a la que se prestan también los que en ese tiempo tomábamos por idiotas útiles. Vemos bien que no; la pandemia con su riesgo mortal hace las veces de catalizador que desnuda lo que era sutilmente perceptible: lo que opera contra la cuarentena atenta contra la vida, y sus sostenedores, canallas o idiotas, son responsables de los efectos que producen, y como tales hay que denunciarlos.