Desde hace unos 20 años las enfermedades virósicas vienen dándole algunas sacudidas al mundo. La gripe “Aviar”, la N1h1 y ahora el coronavirus entre otras varias; pareciera que nos enfrentamos a una dimensión nueva en términos médicos o eso nos parece a los legos que observamos estos fenómenos sin terminar de comprenderlos; tendremos que seguir leyendo la opinión de los expertos para saber si se trata de cambios significativos. En cualquier caso no cabe duda que multiplican la incertidumbre en todo el globo y como consecuencia directa despierta temores que por momentos parecen descontrolarse.
Ante estos miedos, las respuestas pueden ser múltiples y expresarse en organización o lo contrario cierto descontrol social. Sin embargo, desde que ingresamos en la modernidad, frente a casi todo tipo de crisis seguimos dirigiendo nuestras miradas hacia el Estado. Criticado, odiado, reformado, vaciado, reconstruido, alabado, con el anuncio de su inminente desaparición (primero por el marxismo, luego por los neoliberales) el Estado moderno sigue ahí detentando un poder que quizás ya no tenga, pero no cabe duda que funciona aun hoy como referencia para la sociedad. Y un dato refuerza esta idea: no hemos escuchado ni al más acérrimo defensor del libre mercado anunciar que el propio mercado capitalista pueda lograr controlar la situación y atenuar los efectos de la enfermedad como asignador de los recursos con los que se cuenta y los que se deben generar.
Imprevistamente desaparecieron las amonestaciones al Estado, a su burocracia, a sus procedimientos, normas, planillas, plazos, directivas. De pronto todos esperan que los poderes del Estado y sus estructuras profesionales, logren detener el avance de la pandemia e incluso disolverla. Es cierto, también fue cuestionado. No han sido pocos los que se negaron a asilarse a pesar de ser parte de los grupos que pueden ser portadores de la enfermedad por haber estado en países donde el virus se ha extendido. Surgió allí una faceta peligrosa del individualismo: algunas personas decidieron no guardar la breve cuarentena, no solo sugerida sino ordenada por la ley, bajo el débil argumento de “yo no tengo síntomas”, desarticulando así las esperanzas puestas en el Estado como gran factor de resolución de la crisis. Conviven, como otras tantas contradicciones que arrastramos, la exigencia al Estado por evitar el ingreso de la enfermedad a la Argentina con las conductas de tipo anómicas, que atacan de manera directa políticas que busquen impedir la propagación del virus.
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Estas prácticas bicéfalas no son en absoluto novedosas; por el contrario la administración de la sociedad y la misma democracia lidian continuamente con ella (como reiteradamente surge en algunos sectores la demanda por buenos servicios públicos al tiempo que se critica el deber de pagar impuestos). Pero en momentos críticos esa tensión se vuelve mucho más grave porque sus consecuencias ponen en juego la posibilidad de superar o no la crisis, en una situación inesperada. Hay allí una pregunta clave y para nada novedosa: Ante este tipo de crisis ¿es más importante la conducción del Estado o la organización de la sociedad? Es una de las cuestiones fundamentales sobre las que se constituyó el Estado moderno.
En el siglo XVI un gran filósofo inglés, Thomas Hobbes, se hizo esa pregunta y su respuesta fue contundente: el Estado es el único capaz de garantizar no solo el manejo de una crisis, sino la misma convivencia entre los hombres; desconfiado de la condición humana, Hobbes veía en el Estado la institución capaz de resguardar la vida y las propiedades de los hombres, que librados a sus pasiones, solo buscarían destruirse unos a otros llevados por la ambición. No duden que en el Estado hobbesiano, la cuarentena se cumple.
Dos siglos después, movido por estas reflexiones, otro notable filósofo, el francés Jean Jaques Rousseau, desconfiaba de esta idea que le parecía opresiva y apostaba a la búsqueda de una convivencia entre los hombres bajo un Estado democrático guiados por la voluntad de convivir y por la misma libertad. En la sociedad roussoniana la cuarentena se cumple, porque cada ciudadano libremente, se sometería a ella. Ante cada instancia extraordinaria que ocurre en nuestra sociedad, siglos después, nos seguimos haciendo la misma pregunta como un Martin Pescador filosófico: a la sociedad ¿la ordenamos con la coerción o con la libertad? Y en nuestro presente ¿Imponemos reglas de cumplimiento estricto y vigilancia estatal para que sean cumplidas o estimulamos en todos y todas la responsabilidad, la solidaridad y el apego a los cuidados? ¿Hay certezas de que solo uno funciona? ¿Ambos? ¿Cuál es más compatible con la democracia?
Llevamos siglos debatiendo estas cuestiones y las crisis sin duda las hacen emerger de un modo intempestivo. La comunicación del gobierno ha recibido algunas críticas, incluso no sobre las medidas que se tomaron sino sobre tonos, plazos, lenguajes. Y aquí vuelve a presentarse la tensión entre el conocimiento experto sobre una materia, en este caso la epidemiología y la salud pública, y los modos de comunicación en particular ante una situación crítica. Pero sobre el fondo, como suele suceder cuando se estimula la democracia, Hobbes y Rousseau están presentes en los anuncios.
El Estado se erige como el único capaz de coordinar al conjunto de la sociedad frente a la amenaza que implica el coronavirus, pero apela a la colaboración de cada miembro de la sociedad; es evidente que hoy por hoy las capacidades del Estado son irremplazables, pero también es cierto que están dañadas; comenzando por recordar que se recuperó el Ministerio de Salud de la Nación hace apenas tres meses, y que por caso hemos tenido una muerte por sarampión luego de 20 años; recuperar esas capacidades demanda nuevos años de inversión y políticas sostenibles. Y aunque por momentos nos parece que la sociedad es solo gente desesperada acopiando alcohol en gel en sus casas, contamos con un entramado de solidaridades organizadas, que también colabora para que la crisis no alcance niveles graves que puedan dañar la convivencia. Estos son el Estado y la sociedad que se enfrentan hoy a un 2020 inesperado.
Como dicen en estos días los especialistas, día a día, iremos conociendo sus movimientos y capacidades.