La ansiedad y la incertidumbre se hacen sentir de cara al ballotage del 22 de noviembre y tanto los candidatos como sus propuestas son fieles representantes de lo que imaginamos que son y a su vez son depositarios de aquello que proyectamos en ellos. Y allí también reside uno de los errores principales para comprender la arena política y nuestro rol como ciudadanos. El candidato y la propuesta tienen una historia y un discurso propio que nos precede y nos provee de un marco de entendimiento de su gestión pública. La dinámica de identificación con el receptor de nuestro voto es dialéctica, es decir, se caracteriza por un movimiento de determinación en un ida y vuelta resultando en la transpolación de los deseos individuales sobre el mensaje concreto que el cuadro político transmite, es por ese motivo es que el análisis de la trama política requiere de un ejercicio de memoria histórica, de desnaturalización y de poder ubicar cada cosa en su lugar.
Es por eso que un análisis semiológico sobre los discursos de lo que proponen Scioli, Macri y la huella que dejó Massa, y lo que implica su imagen pública como figura política, puede arrojar algo de luz al caos interpretativo que entorpece el camino hacia el ballotage. Para ello, Nicolás Canedo, Lic. en Comunicación Social por la UBA aporta su análisis sobre los discursos publicitarios, propositivos y cómo se construye tanto la imagen pública de los candidatos presidenciales y qué es lo que el imaginario colectivo termina por comprender o asimilar.
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¿De qué trata un análisis semiológico de los discursos y cómo colabora en la comprensión de la comunicación proselitista?
La semiología es una disciplina emparentada con la lingüística y las ciencias sociales, especialmente las ciencias de la comunicación. Sirve para entender cómo se conforman ciertos acuerdos de sentido social alrededor de distintos temas y problemáticas. Pensando en el ballotage, la pregunta que debemos hacernos es qué ideas y expresiones recurrentes se alinean alrededor de Mauricio Macri y qué ideas y expresiones recurrentes se alinean alrededor de Daniel Scioli. Si bien esto no nos permitirá predecir el resultado, sí nos dará una idea de cuáles son las asociaciones mentales que ordenan la discusión y la opinión pública respecto a una alternativa electoral y la otra.
Algunos datos de contexto: en primer lugar, esta campaña se trató más de promover valores afectivos que de enunciar propuestas. Esa función la supo acaparar Sergio Massa, que logró posicionarse de cara a la opinión pública como "el candidato de las propuestas". Ahora la necesidad de hablarle a su electorado para ganar el ballotage hace que "las propuestas" sean figuras discursivas en alza. "82% móvil", "lucha contra el narcotráfico" e "impuesto a las ganancias", los temas declarados del discurso massista ahora habitan en el habla de los contendientes de Cambiemos y Frente Para la Victoria, especialmente de Daniel Scioli, quien enfrenta la difícil tarea de generar un nuevo discurso y asentarse en él.
La discusión sobre la continuidad y el cambio, que debía marcar la grilla de posiciones discursivas, está demostrando ser un territorio más confuso de lo esperado. En principio porque ambos valores fueron progresivamente trasladados de la arena política a la arena actitudinal. El inesperado speech estatista de Macri luego del ballotage en la capital inauguró un nuevo capítulo de la contienda en el que las reivindicaciones intervencionistas del kirchnerismo pasaron a ser parte del sentido común político. En otras palabras: la cuestión de estatizar o no estatizar ya no es, digamos shakesperianamente, el "ser o no ser" de la política. Cambiemos logró capitalizar el discurso anticorrupción de la oposición nacional y respaldarlo con un prontuario de gestión que, si bien no es representativo de los problemas del país, sobra para darle a Macri su aura de administrador eficiente. Esto le da a sus votantes inmunidad intelectual ante la ofensiva sciolista de asociar a Macri con "el pasado". La similitud con las políticas neoliberales es verosímil solamente para una porción "intelectualizada" y politizada del electorado; para aquellos que están dispuestos a escuchar las explicaciones técnicas de Lavagna, Kicillof, Batakis o, por qué no, de Prat Gay o Melconian.
De manera análoga, se puede decir que, si para el discurso sciolista Macri es "el pasado", para el discurso macrista Scioli es "más de lo mismo". El pasado es el otro. En el "relato" de PRO (porque el kirchnerismo, mal que le pese a ciertos periodistas, no inventó la narración selectiva para darse inteligibilidad política) este ballotage se presenta como la posibilidad de cambiar actitudes de la política más que de cambiar políticas en sí. De ahí la utilización de conceptos que son de orden sentimental: la esperanza y el miedo (este último se vuelve el interpretante de la ofensiva actual del sciolismo).
PRO logró consolidar un discurso post-político y post-ideológico: su representación de la historia es la de una sociedad que aprendió a ver más allá de las banderas y a valorar al Estado por sus funciones de gestión. Cambiemos le dio a PRO el complemento del discurso anticorrupción. En la construcción de ese verosímil de nueva administración pública, moderna, transparente y accesible al público, logra lavar al imaginario antiperonista de sus estigmas clásicos de racismo clasista. Es decir, el antiperonismo está volviendo a tener definiciones positivas sobre su identidad política y está empezando a marcar la cancha.
Contrariamente, el sciolismo intenta redefinirse en el casillero que le queda por descarte: el de la continuidad. La estrategia del "cambio justo" por la que apostó Massa para llegar al ballotage reaparece en el "no cualquier cambio", lema que el antimacrismo emplea en las redes sociales, en su campaña para disuadir macristas "blandos". Puede verse que, mientras que el antiperonismo encontró en Cambiemos una definición positiva, el peronismo quedó relegado a un lugar de reacción y a definiciones negativas. La conversación, en este momento, pareciera dirigirla Cambiemos. Le toca al sciolismo convertirse en un buen refutador, con todas las complicaciones que eso implica.
A partir del análisis discursivo de Canedo, pareciera notarse la materialización del ya conocido ciclo de gobiernos populistas seguidos por irrupciones privatistas neoliberales, que la historia ha demostrado, y en el cual la Argentina suele caer cada un cierto periodo de tiempo: la clase media es protagonista del rumbo de las decisiones políticas expresando su descontento tras haber alcanzado un progreso en su calidad de vida y la garantía de derechos adquiridos suscribiendo a una sensación de aburguesamiento. Así es como este mito político opera hacia una suerte de profecía autocumplida en una dinámica reactiva, la clase media, una vez acomodada en su nuevo statu-quo reacciona contra la coyuntura que le permitió crecer.
A su vez, la interpretación de los discursos que condiciona a la opinión pública parte de una subjetividad donde el electorado votará por sexta vez consecutiva y está cansado, y si bien el cansancio y la apatía o indiferencia no son necesariamente consecuencia una de otra, la prolongación de las instancias electorales trabajó el agotamiento participativo de manera análoga a como el sistema judicial trabaja la ansiedad de las partes intervinientes mediante prórrogas y oportunismo burocrático. Es entonces como el electorado tras acceder a la discusión política (estimulada por el kirchnerismo) le dio entidad crítica, hoy llega sin aire al ballotage y con una aún mayor inclinación acrítica tendiente a una laxitud apolítica encabezada por el sector de los "indiferentes" o "tibios" a los que Antonio Gramsci se refería en su obra Odio a los indiferentes (1917) donde afirma que "La indiferencia y la abulia son parasitismo (...) no son vida. Por eso odio a los indiferentes (...) La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera."